Enfrentando a La Bestia

CAPÍTULO 34

Respiro profundo mientras sujeto el volante de mi coche, trato de calmar la ansiedad y el miedo que se ha apoderado de mí en el último par de días. Apago el motor, tomo mi bolso del asiento de al lado y me bajo. Todo luce en calma y eso me tranquiliza un poco, Matt ha hecho un gran trabajo con la prensa la tarde de ayer. Después de haber visto como se desenvolvió frente a ellos sin ningún temor y con una seguridad abrumadora no me queda duda que es un verdadero Cranston y me siento muy orgullosa y feliz de que este aquí, apoyándonos como la familia que somos.

Entro en el edificio y me doy cuenta que algunos de los empleados no dudan en darme miradas de soslayo, es obvio que mi presencia les sigue incomodando, desde el primer día que llegue a esta compañía me di cuenta que no era de su total agrado que yo fuera a sustituir a mi padre, pero eso no me importo porque en aquel momento me sentía preparada y ellos desconocían mis capacidades. Ahora debo admitir que me importa lo que piensan y lo que dicen porque les he demostrado todo lo contrario a lo que en un principio les dije y es doloroso saber que tenemos tantos problemas por mi culpa, por mis malas decisiones y por mi necedad.
No sé si algún día lograre cambiar la percepción que hasta el momento tienen de mí, pero voy a intentar rescatar la compañía, voy a devolverla a mi padre en las mejores condiciones que me sea posible.

Cuando el ascensor privado del piso directivo está por cerrarse, un zapato se interpone haciendo que las puertas vuelvan a abrirse, alzo la vista y me encuentro con esos ojos verdes, tan oscuros como un frondoso bosque, que me miran sin pestañar. No dice nada e ingresa a la caja de metal con semblante tranquilo, como si esto fuera lo más casual del mundo.

¡Maldito bastardo!

Siento mi pulso acelerarse en el momento en que se para junto a mí y su fragancia masculina inunda mis fosas nasales, ese olor tan particular que emana su cuerpo hace que los vellos de mi piel se ericen y no puedo dejar de percatarme que viste un impecable traje gris que le hace verse poderoso y apuesto en partes iguales, por desgracia.

—Que sea la última vez que usa este ascensor —mascullo—. Es para uso exclusivo de la dirección.

Gira un poco su rostro y me regala una mirada que hace que mis propios demonios se escondan y un escalofrío recorra mi espina dorsal.

—¡Ah!, ¿sí? —musita, con notable desinterés al tiempo que se acerca y debo retroceder dos pasos hasta que el metal helado toca mi espalda, su rostro se ladea y su entrecejo se contrae—. Tienes miedo —no lo pregunta, él está afirmándolo—. Quieres tenerme lejos.

Mi mano se alza y la coloco sobre su pecho para intentar apartarlo cuando siento que ha invadido mi espacio personal, pero no consigo moverlo ni un centímetro.

—No te tengo miedo, Aaron —trato de sonar segura, pero no creo haberlo logrado— ¿o debería llamarte Arthur?

Sus labios se abren ligeramente y veo como los humedece, al tiempo que sus manos se colocan a cada lado de mi cuerpo dejándome acorralada entre el metal del ascensor y él.

—Puedes llamarme como quieras —murmura tan cerca de mi rostro que percibo el olor a brandy y cigarrillo saliendo de su boca—, no importa mi nombre, ni quien soy… Haley.

Mi nombre sale en un susurro que apenas he logrado escucharlo, entonces, todo pasa muy rápido. Sus labios se estampan en los míos en un beso demandante, brusco, desesperado, sus manos acunan mi rostro con firmeza y siento como todo dentro de mí se remueve con violencia, pero es hasta que siento su lengua entrado en mí boca que soy realmente consciente de lo que está pasando, es hasta ese momento que me doy cuenta que he correspondido a su beso, que he sucumbido a esos labios perfectos, entonces, lo empujo con todas mis fuerzas para después dejarle ir una bofetada que hace que la palma de mi mano arda.