CAPÍTULO 17

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Durante el trayecto a casa no mediamos palabra alguna, al parecer Matt está molesto conmigo y no lo culpo, debí regresar a la casa con él después del evento y no alcoholizarme como lo hice. Seguramente él ya tuvo que escuchar un sinfín de improperios por parte de mis padres por no haberme llevado a casa como se supone que lo haría.

—Matt, disculpa si...

—No digas nada —me corta—. Si vas a disculparte con alguien hazlo con mi tío, que es el más molesto con esta situación.

Me maldigo mentalmente cuando comprendo que esta vez sí lo he jodido en grande. El coche estaciona justo frente a la puerta principal de la casa, pero el motor no es apagado, así que supongo que Matt va a marcharse, entonces, abro la puerta y bajo, no sin antes darle una última mirada aun cuando él no me la devuelve. Una vez que vuelvo a cerrar la puerta se pone en marcha de regreso por donde entramos.

Camino hasta la puerta de entrada y trago el nudo que ha empezado a formarse en mi garganta, busco las llaves y abro. Todo parece estar en completa calma, pero cuando pongo un pie en el interior aparece Miguel, el administrador de la mansión.

—Su padre la espera en el despacho —me informa a lo cual asiento y me encamino hasta el lugar.

Llamo a la puerta y un seco —pase— me indica que puedo entrar. Lentamente abro la gran puerta de madera y lo primero que veo es a mi padre sentado sobre la silla de su escritorio y su vista se clava en mí de inmediato. Su rostro permanece impasible y eso me preocupa un poco más, pues es más que claro que no hay un enfado cualquiera, que es algo más.

—¿Olvidaste quién eres? —pregunta una vez que cierro la puerta tras de mí.

—No, padre —respondo con voz clara.

—¿No? —inquiere—. Entonces, ¿ese es el comportamiento digno de una Cranston?

—No, padre —vuelvo a responder, pero esta vez soy consciente que el problema es peor de lo que pensé al principio.

Se levanta de la silla, con esa elegancia, con esa seguridad y templanza que le caracteriza y me quedo quieta en mi lugar, esperando que me diga lo que sé de ante mano saldrá de su boca, aquello que va a dolerme, pero de lo que él jamás se arrepentirá por decir.

—Que decepción —dice, mientras me da la espalda y se sirve un trago de whisky. Aquellas palabras llegaron antes, mucho antes de lo que siquiera pude llegar a imaginar. Dolían, claro que dolían, era mi padre quien me las decía, era a él a quien yo le estaba faltando. Voltea, pero cuando me encuentro con sus ojos tan grises y bonitos una lagrima sale por el rabillo de mi ojo sin que pueda evitarlo—. Debí suponer que no podrías con tanto, pero quise confiar en ti —sus ojos no se apartan de mí—, quise confiar en mi hija y me equivoqué.

Sus palabras son tan firmes, tan seguras, tan frías, que hacen mella dentro de mí, que duelen y que me rompen el alma.

—Lo lamento, padre —digo, sincera—. Esto no volverá a repetirse, yo...

—Por supuesto que no se repetirá —me interrumpe—. En la siguiente junta del mes dimitirás de tu puesto

—¡¿QUÉ?! —no podía creer lo que estaba escuchando.

Me sentí ligeramente en un trance, quizá mi borrachera no se ha ido del todo y estoy escuchando cosas que no son o quizá sigo inconsciente y esto es solo un mal sueño. No podía ser real, esto no podía ser cierto. Me niego a creer que algo así puede estar ocurriendo.

—Como lo escuchas. Dejaras la compañía el próximo mes —afirma.

Mi padre iba a echarme de la compañía al primer error, al primer escándalo. No me daría la oportunidad de redimirme. Eso no podía estarme pasando, no a mí, no ahora. No podían tirar toda mi vida a la basura de buenas a primeras. Joder, me había preparado toda mi vida para esto y ahora simplemente me pedía la renuncia de mi cargo por el que tanto me he esforzado. Debe ser una broma, él no puede estar hablando enserio.

Enfrentando a La BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora