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Jessica estaba ansiosa. Estaba recostada en el iglú improvisado de Logan con una sonrisa que ni una bomba nuclear podría borrar. Miraba al joven, sentado en el borde la cama, buscando una película pero sin dejar de hacer zapping. Ninguna le convencía: mucho amor, mucha sangre, mucha guerra, muchas lágrimas... Al final, se decantó por Harry Potter y la Piedra Filosofal, que no la había visto nunca.

Al conocer este hecho, Jessica abrió los ojos como platos, almacenó todo el aire que pudo en sus pulmones, y chilló:

—¿¡CÓMO QUE NUNCA EN TUS DIECISIETE AÑOS DE VIDA HAS VISTO HARRY POTTER!?

A Logan por poco le da un paro cardíaco al escucharla, y a Jessica le recordó a uno de esos muñequitos de dibujos a los que ilustraban con miles de gotitas de sudor alrededor. La joven le explicó que aquella era su saga de películas favorita y que le parecía un sacrilegio que el chico no hubiera visto ninguna. Así pues, corrieron las cortinas de la habitación, apagaron las lámparas de las mesillas, se llenaron la cama de palomitas y dulces, se arroparon uno junto al otro y le dieron al play.

Logan vio la película con la fascinación de un niño pequeño. Le preguntó en susurros a Jessica cientos de cosas que no entendía, y ella le respondía con paciencia, como si se lo estuviera explicando a un mini Logan. Cuando la peli terminó, quiso ver la segunda pero Jessica se negó. El puchero que puso en su rostro por poco la convence, pero se mantuvo en su postura negativa.

—Pero, ¿por qué no?

—Porque, ¿dónde van a dormir Marge y Nikki?

—En la habitación con Jared e Ian— sugirió Logan, obvio—. Por favor, vamos a ver una más. Quédate conmigo.

Las palabras del joven derritieron el corazón de Jessica, pero algo en su mente le estaba recordando el pasado, y no pudo sonreír. Ni siquiera pudo ver a otra persona que no fuera Rick en ese momento. Se tapó los ojos con las manos, y ahogó un gemido de dolor. Su subconsciente le estaba jugando una mala pasada, y le estaba recordando la razón por la que no podía estar allí con Logan, por mucho que su corazón se lo pidiese.

El moreno se asustó; parecía que la estuviese dando algo. Con una mano, se tapaba la cara, y la otra se situaba sobre su pecho, justo encima de su corazón. ¿Y si la estaba dando un infarto? Se asustó tanto que cogió el móvil y marcó el número de emergencias, sin recordar que estaba en Hawái y ni siquiera eran los mismos dígitos que conocía.

—¿Jessica? ¿Qué te ocurre?— preguntó, muy preocupado. Cogió a la chica por los hombros y la acunó sobre su pecho, acariciándola el cabello— Por favor, dime qué te pasa, cómo puedo ayudarte... ¿Tienes alergia a los cacahuetes? Porque me parece que el chocolate tenía...

Sin embargo, cuando Jessica se incorporó para mirarle y la vio llorando, supo que no era ninguna alergia ni ningún infarto. Era ese dolor constante que sentía siempre, que no había estado presente en ningún momento del día gracias a él, y ahora volvía a surgir, temeroso de que Logan la abandonara si se enteraba de su pasado. No quería decírselo, no se lo había contado a nadie, pero sentía que si no se lo decía desde el principio, que si le daba tiempo a enamorarse por completo de él, su corazón volvería a sufrir en su partida y no quería eso.

—Logan, yo...

Se detuvo. Por su mente pasaron decenas, cientos, miles de imágenes de aquella noche, y sintió auténtico terror al mirarle. No quería perder a la única persona que se había preocupado por ella desde que ocurrió aquello, el motivo de su tormento y la carga que llevaba a la espalda desde que sucedió.

—Jessica— la joven respondió a su llamada con una mirada cargada de tristeza e indecisión, pero Logan la miraba con ternura y compresión. Cogió su mano, temblorosa, y depositó un suave beso en el dorso—, sea lo que sea, puedes contar conmigo. No necesito que me digas qué te ocurre, solo quiero que me dejes permanecer a tu lado para ayudarte. Puedo... Puedo hacerte feliz.

—No tengo forma de escapar— sollozó la morena, limpiando con la manga de su sudadera una solitaria lágrima, que descendía suavemente por su mejilla—. Hice algo horrible, Logan. No puedo decírselo a nadie, no puedo dejar que me ayudes. No puedo.

—Déjame estar a tu lado, Jessica— suplicó Logan, cogiendo ambas manos de la muchacha e instándola a mirarle a los ojos, por mucho que le doliera verla llorar—. Me da igual lo que hicieses en el pasado, lo que cuenta es cómo te veo yo ahora y que eso no va a cambiar en el futuro. Puedo arroparte cuando tengas frío, puedo consolarte cuando llores, puedo estar a tu lado cuando necesites a alguien. ¿Puedo ser yo quién te ayude a superar tu pasado? Por favor, déjame intentarlo— a Logan se le llenaron los ojos de lágrimas mientras suplicaba en susurros a la joven que le dejase estar a su lado. La quería demasiado como para alejarse sin más, no quería volver a verla sufrir nunca.

No quería que se ahogara en el mar del que tanto le estaba costando salir.

La chica de la capucha gris ©✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora