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Hace muchos años, a Jessica le gustaba la playa. Solía ir con sus padres en vacaciones de verano, y mientras que de pequeña disfrutaba haciendo castillos de arena y huía de las olas cuando tendían a romper en la orilla, cuando creció le pareció mejor tomar el sol y hacer snorkel con su madre. Ahora que sentía la cálida arena bajo sus pies, respiraba el aroma a mar, y oía a las gaviotas graznar, no le pareció ni la mitad de divertido.

Es más, lo odiaba. Desde que puso un pie en la playa quiso marcharse de nuevo al hotel. Odiaba las risas se sus compañeros echándose agua los unos a los otros, los comentarios de disfrute de los que se quedaban en la toalla, y hasta odiaba lo sexy que era el socorrista. Lo odiaba. Extendió la toalla en la arena, plantó su sombrilla, se puso los auriculares y se tumbó sin tan siquiera quitarse la ropa. Ni un solo rayo de sol tocó su piel esa tarde y ni una mísera sonrisa surcó sus labios.

Nikki y Marge dejaron sus cosas cerca de ella, pero se dieron cuenta de que no les iba a hacer ni caso, así que se fueron con los chicos, que no habían tardado ni medio segundo en hacer volar sus camisetas y lanzarse al mar. Nikki quería meterse despacio y Marge no quería mojarse el pelo, pero a Logan, Ian y Jared poco les importaron sus exigencias. En medio minuto les habían empadado y hecho tragar media playa. Decidieron nadar un poco después de eso, hacia el interior, y se quedaron flotando plácidamente en el mar, charlando.

—No entiendo cómo puede ser tan solitaria— habló Marge—. ¿No tiene ni un solo amigo?

—Ni uno solo— afirmó Ian, y se sumergió en el agua para bucear y buscar algunas conchas.

—Eso es insano— suspiró Nikki—. Esa chica tiene algún problema y lo único que queréis hacer vosotros es reiros de ella.

—No se lo digáis a Ian, pero Logan no parece tener muchas ganas de continuar con el plan— dijo Jared, mirando de reojo a su amigo.

—¿Es eso cierto, Logan?— cuestionó Nikki, con un deje de esperanza en su mirada.

Logan no supo qué responder. Es cierto que se había planteado dejarlo en un intento fallido, pero necesitaba saber qué le había pasado, cuál era la razón por la que había cambiado. Sin embargo, no pudo responder, porque Ian emergió e intentó hacerle una aguadilla de la que tenía que defenderse. Tras un rato en el agua, Logan empezó a tener frío y nadó hacia la orilla, hasta que sintió una penetrante mirada en su cuerpo.

Jessica no había podido evitar fijarse en que Logan estaba incluso más bueno que el socorrista, pero jamás le diría nada. Lo que no imaginó fue que él se daría cuenta de que se le estaba comiendo con los ojos y que, como por arte de magia, apareciera sentado junto a ella en la arena. Fue su voz la que le hizo percatarse:

—Hola, chica de la capucha gris.

La chica de la capucha gris ©✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora