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Jessica y Logan no dijeron nada más. Sus labios permanecieron sellados hasta que empezó a hacer calor y el reloj marcó las ocho de la mañana. Pronto se despertarían sus compañeros y se extrañarían si no les veían por allí, por lo que decidieron volver, no sin antes dedicarse unas últimas palabras:

—¿Te has dado cuenta ya de que nada me va a alejar de ti?— la sonrisa del chico era contagiosa; Jessica no se dió cuenta de en qué momento las comisuras de sus labios se elevaron, formando una tímida y casi imperceptible sonrisa que, como no, Logan vio— Sonreíste, Jessica Thunder.

A la morena se le borró la sonrisa de sopetón. ¿Otra vez había caído en la trampa? Se castigó mentalmente por ello, porque ahora tenía que decirle algo sobre ella. Volvió a aparecer una respuesta evidente y Logan no pudo evitar rodar los ojos ante la obviedad:

—Me gusta montar en skate y escuchar música.

—¿Algún día me dirás algo que no sepa?

—Déjame que piense...— Jessica hizo el amago pero rápidamente soltó su respuesta bruscamente—. No.

—Ya lo veremos— Logan le guiñó un ojo antes de comenzar a caminar hacia el hotel.

Jessica se quedó un rato más ahí sentada, dando vueltas con el dedo a una de las ruedas de su monopatín, pesando en Logan. Ni se había inmutado ante su confesión; el moreno había declarado sin tapujos que le gustaba, y mucho. ¿Cómo no se dió cuenta de que no dejaba de mirarla, y desde hacía tiempo? Porque en algunos resquicios de su memoria, él estaba allí, en clase, sentado en su pupitre, observándola de vez en cuando en clase de Matemáticas. O en los recreos mientras jugaba al fútbol con sus amigos. O en gimnasia cuando hacían pruebas físicas. O a la salida antes de que su padre le recogiera. De hecho, ella sabía que él le observaba porque ella misma le pillaba haciéndolo. Es decir, que Jessica también llevaba mucho tiempo mirando a Logan Meyer sin darse cuenta.

Sacudió la cabeza y alejó esos pensamientos de su mente. Se montó en su skate y patinó hasta el hotel, sin poder quitar de su cabeza esa mirada verde que tantas veces la había observado. ¿Y si a ella también le gustaba Logan? No, jamás. Rick partió su corazón en mil pedazos y ya no le quedaba nada en el pecho con lo que amar, ni siquiera un cachito pequeño para el perfecto Logan Meyer. El amor no era para ella. El amor es cosa de locos.

La chica de la capucha gris ©✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora