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Nadie quiso levantarse aquel primer día de actividades productivas. A pesar de que la hora límite era la una de la madrugada, muchos continuaron con la fiesta en las habitaciones, donde el dominio de los profesores no ejercía acto de presencia. Logan y sus amigos fueron de esos. Las chicas si se fueron a dormir en cuanto volvieron pero ellos ni en broma. Habían tomado un par de cervezas en el pub y ninguno tenía ganas de terminar la fiesta que acababa de empezar. Les pasó factura tener que levantarse a las ocho de la mañana.

Por otro lado, Jessica, a pesar de no haber salido y no haber tomado ni una mísera copichuela, tenía unas enormes bolsas bajo sus ojos que tenían un leve color azul, tirando a negro. Las pesadillas no la habían dejado dormir, ni a ella ni a Marge, que tenía un sueño muy delicado y se despertaba con facilidad. La única que no se enteró de nada fue Nikki, a la que ni una bomba atómica podría despertarla.

Así que durante el trayecto en autobús (necesario para la excursión), el barullo habitual estaba aplacado por el sueño y los ronquidos del algunos. A mitad de trayecto recogieron a un guía nativo de Hawái que lo primero que hizo fue activar el micrófono y mantenerles despiertos, aportando datos curiososo sobre la isla. Muchos se pusieron los auriculares, como Jessica, y otros simplemente trataton de seguir durmiendo, como Logan, Ian y Jared.

La primera parada de la excursión consistió en visitar un antiguo poblado hawaiano. Les hablaron sobre sus costumbres, su cultura, su lengua, y les enseñaron algunos de sus iconos religiosos. Después, hicieron un pequeño tour por algunos puntos de la isla de interés turístico, y finalmente, fueron a comer a un restaurante. Por la tarde, les dejaron ir a la playa y Logan y sus amigos no desperdiciaron la oportunidad.

Tendieron las toallas sobre la arena suave de la playa y se metieron en el agua de golpe, sin importarles el corte de digestión del que les advirtieron los profesores. Jessica volvió al hotel, y Nikki y Marge aprovecharon para probar el spa. La morena pasó la tarde en el balcón, observando las olas nacer en el interior del mar y morir en la orilla, mojando la arena y llevándosela consigo. Divisó barcos a lo lejos, pesqueros y veleros, sintiéndose identificada con ellos.

Ella era un bote que surcaba las aguas agitadas del océano en busca de una isla en la que refugiarse de las tormentas. Ella era sal, agua, cuerda y madera. La humedad le afligía enormemente, pues llevaba meses sin pisar tierra y sin oír nada más que el mar intranquilo agitando su malherido barco. En cualquier momento de hundiría y observaría la luna mientras se ahogaba en las profundidades oscuras de un abismo del que es imposible salir. Jessica se estaba muriendo lentamente, sentía el agua llenar sus pulmones, pero no se daba cuenta de que tan solo era dolor, y sólo tenía que soltarlo para volar, libre, hasta la isla más cercana.

Ella era sal, agua, cuerda y madera...

La chica de la capucha gris ©✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora