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El nerviosismo de Jessica en el avión floreció igual que el primer día, y esa vez, Logan no estaba allí para reconfortarla. Sin embargo, la observaba unos asientos por detrás, y sonreía al verla apretar el cojín de los reposabrazos como si fuesen su bote salvavidas.

Allí sentado recordó todo lo que había pasado, de principio a fin: el momento en el que se sentó a su lado en el avión, cuando se asomó al balcón y la vio encarando al horizonte, la primera sonrisa nerviosa que le sacó en la playa, el amanecer a su lado en el paseo marítimo, el susto que se llevó al verla caer desmayada del kayak, el día que pasó sosteniendo su mano en el hospital, el abrazo de la terraza en el que daba una oportunidad, las risas y la declaración de amor del parque acuático, la proposición de noviazgo en una habitación de ensueño, sus lágrimas al contarle su desgracia y el dolor de sus ojos cuando pensó que la había utilizado y traicionado.

Y es que Logan quería acercarse a Jessica, quería pedirle disculpas, suplicar su perdón, convencerla de que su amor por ella no fue una fantasía, pero no se atrevía. En cuanto sus miradas coincidían ella fingía no haberle visto y apartaba sus ojos chocolate de los suyos. Le dolía el pecho y en ocasiones le costaba respirar. No sabía qué hacer y, por muy triste que suene, Logan se estaba rindiendo. Estaba dando a Jessica por perdida.

Una solitaria lágrima descendió por su mejilla derecha y Jared, sentado a su lado, la vio. No podía ni imaginar el sufrimiento de su mejor amigo, y no podía hacerse una idea del odio que sentía por Ian. Si no hubiera sido porque ya lo había hecho Logan, le habría dado una buena paliza. Jared apretó suavemente el brazo de su amigo y este le miró, sin molestarse en ocultar su dolor.

—Se arreglará, Logan.

—¿Cómo? La he cagado muchísimo. Nunca me perdonará —sollozó el moreno, y por sus mejillas se deslizó un nuevo cargamento de lágrimas, calientes y saladas—. Me odio, a mí mismo y a Ian por bocazas. Pero sobre todo odio no haber sido capaz de acercarme a ella para decirle la verdad.

—¿Qué verdad?

—Que la quiero más que a mi mismo —Logan no se esforzaba en ocultar sus sentimientos, que estaban a flor de piel. Le daba igual quién le escuchara y le daba igual lo que pensara la gente de él. Si seguía guardándose su dolor acabaría explotando—, y que sí me enamoré de ella. Me enamoré de cada dato informativo que me regalaba con una sonrisa, me enamoré de sus ojos, de su pelo, de su cuerpo, de sus mejillas sonrosadas cuando la hablaba... Me enamoré de su timidez, de su enojo, de su fuerza de voluntad, incluso de la forma en que patina, y hasta de la sudadera gris que siempre lleva puesta. Me volvió loco cada átomo de su ser. Quiero volver a ver el amanecer a su lado, pero también quiero estar todas las horas del día diciéndola cuánto la quiero, quiero estar siempre con ella, y pedirla perdón por haber sido tan imbécil —Logan lloraba como un niño pequeño pero no podía dejar de hablar—. Quiero decirla que si no quiere volver a verme que me mande a la mierda pero que, al menos, se esfuerce en escuchar todo lo que tengo que decirle. Solo quiero... Decirle que lo siento y darle gracias por hacerme pasar las mejores, y también las peores, vacaciones de mi vida. Solo ella puede hacerme llegar a todos los extremos en una semana. Joder, la quiero y la he perdido.

Cuando Logan dejó de hablar se levantó con furia del asiento y se encerró en el baño. Jared detuvo la grabadora de su teléfono con cara de preocupación. Eso era justo lo que quería, que hablara de sus sentimientos, pero no creyó que acabaría tan destrozado. Aunque muchos de sus compañeros habían escuchado sus palabras, Jessica no lo hizo. Durante el viaje, con sus auriculares en las orejas, no escuchó nada que no fuera la música que tanto la tranquilizaba, aunque por dentro se sintiera tan dolida como Logan.

Una lágrima se deslizó por su mejilla pero ella no dijo ni una sola palabra.

La chica de la capucha gris ©✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora