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Al llegar al parque acuático, Logan prácticamente se encadenó a Jessica. La morena, molesta, bufaba incansable intentando espantarle de alguna forma, pero no había ácido que pudiera derretir el pegamento con el que el joven se había adherido a ella. Sin embargo, tras dar varias vueltas por el parque, observando todas las atracciones de agua, escuchando las risas y los gritos a su alrededor, Logan se dio cuenta por fin de que Jessica no tenía ninguna intención de disfrutar, por lo que intentó ponerle remedio:

—Jessica, detente— la chica hizo oídos sordos, por lo que ni siquiera se molestó en interrumpir su paseo—. Venga, por favor.

Finalmente, el tono suplicante de su acompañante le hizo rodar los ojos y rotar ciento ochenta grados para quedar cara a cara con Logan. Se cruzó de brazos y adoptó una posición que al joven se le antojó exigente y malhumorada.

—Venga ya, Jessica, me dijiste me darías una oportunidad y ni siquiera me estás dejando intentarlo— suspiró—. Por favor, déjame mostrarte lo divertido que puede ser este lugar.

—Logan, en mis planes no está bañarme, no me gustan este tipo de cosas...

—Ah, ¿no? Y dime, ¿cuántas veces has estado en un parque acuático?

Jessica perdió el don de la palabra ante esa cuestión. Solo había estado una vez, en un antiguo parque de su ciudad que quebró hace muchísimo tiempo y que ya nadie recordaba. Ante su silencio, Logan sonrió con superioridad y se acercó un par de pasos a ella, antes de posar tal y como ella estaba haciendo. Esa pobre imitación de su postura molestó aún más a Jessica, cuyo entrecejo se arrugó y advirtió a Logan de que se estaba pasando de la raya. Sin embargo, el moreno lo interpretó de manera diferente, como casi todas las intenciones que Jessica tan sutilmente le mostraba.

—Vamos, Jessica— Logan le ofreció una mano a la morena en forma de bandera blanca, y esta miró la extremidad del chico con cierta aprensión—, no te arrepentirás.

Un montón de emociones diferentes se mezclaron en el estómago de Jessica como los ingredientes de un bizcocho y sintió náuseas. Si aceptaba la ofrenda de paz de Logan ya no podría echarse atrás, y eso le atemorizaba, pues no sabía hasta qué punto quería llegar el chico. Su cerebro le exigía concienciación, mientras que su corazón bombeaba con cada latido una ola de adrenalina. Finalmente, con decisión, aceptó la mano que Logan le ofrecía y sonrió; así fue como el moreno obtuvo de Jessica su tercer dato informativo:

—Odio la playa, pero no el alba que nace en su horizonte ni el ocaso que muere en sus olas.

La chica de la capucha gris ©✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora