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Llegaron al hotel casi a las once de la noche. Habían cenado bocadillos en el autobús y esa noche no podían salir, pues mañana tenían otra excursión para la que tenían que levantarse temprano. Todos se marcharon a sus respectivas habitaciones a dormir; debían estar descansados para el día siguiente, así que esa noche no salió nadie de las habitaciones. Nikki y Marge cayeron rendidas en las camas pero Jessica no. Apenas durmió dos horas cuando una horrible pesadilla la despertó.

Mantuvo los ojos abiertos a duras penas, con las lágrimas deslizándose por sus mejillas, hasta que los primeros rayos de luz alumbraron tenuamente la habitación. El despertador de las chicas sonó y ella se levantó como un resorte, directa al baño. Se duchó, tratando de relajar su cuerpo bajo el agua tibia, y salió del baño acumulando una ligera capa de maquillaje bajo las enormes bolsas que colgaban de sus ojos. La espalda le dolía y los brazos le colgaban como un peso muerto del cuerpo.

Apenas desayunó, solo tomó un bollo del que dejó poco menos de la mitad, e hizo caso omiso a las peticiones de los profesores, que les indicaban a todos que por favor tomasen un desayuno nutritivo. Ese día irían a montar en kayak, una actividad física intensa que requería fuerza y vitalidad, aportada por un buen desayuno. En el autobús, Jessica se sintió muy débil, como si realmente no tuviera energías para tan siquiera respirar.

Llegaron al centro de actividades y un instructor les explicó cómo montar en kayak antes de ponerse en marcha. Las parejas para el transporte las habían hecho ellos: Ian iba con Jared, Nikki con Marge, y Logan se había quedado solo. Cuando divisó la delgada figura de la castaña a lo lejos, se acercó a ella como un león a su presa. Esbozó su mejor sonrisa y habló con amabilidad:

—Princesa, ¿me haría el honor de acompañarme en este peligroso viaje?

Jessica le miró con los iris cargados de cansancio. No tenía ganas de aguantar las tonterías de Logan, pero no le quedaba más remedio. Una vez en la barquita atada a un poste en un mini puerto de madera, con los remos dispuestos, el instructor bajó rápidamente y le indicó a Jessica que no podía llevar la sudadera puesta. Tras discutirlo un poco, el dolor de cabeza de la chica le obligó a ceder. Se quitó la ropa ante la atenta mirada de sus compañeros, y Logan se quedó con la boca abierta: estaba muy buena, pero mucho. Las curvas se deslizaban por su cuerpo perfectamente y su abultado pecho oculto tras el bañador negro era una exquisitez digna de admirar. Y qué piernas, por Dios. Ese trasero redondito y respingón...

Ni siquiera se dió cuenta de que tenían que haber empezado a remar hacía varios minutos porque aún tenía grabada en su mente la imagen contorneada de la chica de la capucha gris. Cuando le dió un golpe con el remo entendió que era el momento. Trataba de acompasar su respiración y no mirar a la chica que tenía sentada delante de cintura para abajo, o no sería capaz de bajar su incontrolable erección.

“Joder con la amargada”, pensó.

La chica de la capucha gris ©✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora