Capítulo XVIII

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Capítulo XVIII

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Capítulo XVIII

Aelyanna estaba furiosa. Más que eso. Cerró los ojos y se reclinó en su trono, escuchando los gritos de su gente. Cada vez que cerraba los ojos, podía escucharlos, llamándola a gritos, suplicando su misericordia. Aquella peste había comenzado de la nada. Primero, enfermaron los niños. La enfermedad era rápida, muchísimo. Luego de un par de días, las madres lloraban con sus niños muertos en los brazos, suplicando porque se los devolvieran, porque aquello no fuera más que un mal sueño. Los médicos no podían hacer nada, nadie pudo hacer nada. Ni siquiera ella. Fue entonces que recurrió a la única que podía hacer algo... y ella no lo hizo. Los dejó morir, uno a uno; los dejó caer como moscas. Y ahora, que ella tenía al fin la oportunidad de vengarse, se aliaba con ese molesto grupo de gente que no hacía más que interponerse en su camino.

¿Es que no podían simplemente morir? ¿No podían simplemente dejarse ir, como lo había hecho su gente? Que lloraran, que suplicaran como lo habían hecho ellos... Estaba furiosa, claro que sí. Su poder comenzó a descontrolarse a su alrededor y sus cabellos se erizaron, flotando por propia voluntad. La rabia le comía las entrañas, pese que a lo que había pensado antes. Había estado segura de que disfrutaría de una buena pelea, pero, en este momento, ya no quería pelear. Sólo quería ganar. Quería hacerles daño, quería verlos destruidos... más que eso. Lo necesitaba. Necesitaba hacerles daño. Su energía se materializó junto a ella y se enredó en su brazo, subiendo hasta acariciar su cuello. Aelyanna suspiró y se dejó acariciar, dejando que la tranquilizara.

Necesitaba pensar. Aquel hilillo dorado se enrolló alrededor de su cuello y comenzó a apretar y apretar, poco a poco, cada vez un poco más, quitándole el aire. Llegó un momento en el que ya no pudo respirar y, recién entonces lo vio claro. Eso es lo que tenía que hacer: ella también apretaría y apretaría... un poco cada vez. Ya había comenzado, casi sin querer, llevándose consigo al arquero... sólo tenía que seguir. Con eso en mente, se puso en pie y dejó su trono, avanzando poco a poco por en medio del inmenso salón que se había construido entre dimensiones, inalcanzable, intocable. Desde ahí, podía llegar a cualquier lugar que deseara, pero nadie podía llegar a ella. Tarareando entre dientes, abrió un portal y avanzó a paso lento, jugueteando con aquella cadena de energía que se enredaba una y otra vez en su brazo.

Steve se dio valor. No sabía muy bien qué decirle o como consolarla, pero, las miradas de los demás sobre él le decían que era él quien debía tomar las riendas. Todos lo habían visto besarla y, él realmente quería hacer algo, quería estar para ella. Era sólo que no sabía bien qué hacer. Tomó aire profundamente y golpeó la puerta con los nudillos, esperando unos segundos antes de abrir. Natasha estaba sentada en la cama, dándole la espalda, mirando hacia la nada. Estaba tensa, muy erguida, como si cualquier movimiento la fuera a hacer saltar como un gato escaldado.

⸺ Natasha...⸺ murmuró, dando un paso dentro del cuarto. Ella dio un respingo y pareció salir de su trance, girándose a verlo con los ojos secos y el semblante tranquilo.

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