Capítulo XXII

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Capítulo XXII

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Capítulo XXII

Nathaniel salió del hospital con los hombros caídos y el miedo mordiendo sus entrañas. Aquel era el quinto centro hospitalario que visitaba y aún no había señales de su esposa. La ciudad había sufrido: cientos de muertos, miles de heridos y decenas de desaparecidos así lo atestiguaban. Encontrar a Stephanie era como buscar una aguja en un pajar. Ni él ni ella tenían identificación, ni documentos, ni nada que acreditara su vida ahí. Literalmente, no existían en ese mundo. No debían existir ahí. Debían regresar a su mundo, volver a su familia... pero, para eso, la necesitaba. En la entrada se encontró con Tony y Natasha, quienes habían estado visitando otros centros de refugiados y hospitales improvisados.

─ La buscamos en la estación Penn y el campamento de FEMA en Central Park, pero, no hay señales de ella─ explicó la espía, a lo que él asintió suavemente.

─La encontraremos, no te preocupes. Rogers y los demás están buscando también. Pronto tendremos noticias─ aseguró Tony, fingiendo más ánimo del que sentía. Oh, cómo quería creer eso.

El tiempo pasaba, atenazándole el alma con cada paso de las manecillas. Las esperanzas caían como migajas tras él, a cada paso que daba. Ellos solían pelear las grandes batallas de la humanidad, pero, nunca se daban el tiempo o la oportunidad de ayudar con lo que seguía: cada pelea dejaba tras de sí una estela de destrucción de la que no había tomado consciencia. Ahora que se veía obligado a hacerlo, notaba el esfuerzo de cientos de héroes anónimos por salvar la mayor cantidad de vidas posibles, por poner de nuevo en pie sus pies. Policías, militares, bomberos, médicos, voluntarios... el gerente de un pequeño hotel en Manhattan había abierto las puertas de sus cuartos para atender heridos y alimentar hambrientos. Personal militar limpiaba las calles, con la paciencia de hormigas, moviendo piedra por piedra para dar con los sobrevivientes.

Los bomberos dormían entre los escombros, agotados de tanto trabajo y tanto dolor ajeno. Se abrieron las escuelas y los hoteles, centros deportivos, casas privadas, la biblioteca, los rascacielos en pie; todo para dar espacio a los alicaídos hijos de la Gran Manzana. Nathaniel comprendió entonces que, si bien ellos eran los que se enfrentaban a las amenazas, el equipo de los Avengers era mucho más grande. Eran todos aquellos que decían "Aquí estoy, cuenten conmigo". Eran los que no perdían la esperanza y sacudían el polvo de sus ropas para seguir peleando un día más la batalla más grande de todas: la vida. Con eso en mente, alzó la barbilla y siguió caminando, buscando incansable a su mujer.

Casi doce horas después, sus pasos lo llevaron a un segundo campamento de FEMA. Agotado, agobiado por el peso de lo que había visto, desesperado por tener noticias de ella, caminó entre las tiendas, buscándola con la mirada por todos lados. Bajo un toldo, un hombre de color intentaba anotar los datos que una mujer le dictaba entre sollozos descontrolados. Nathaniel se acercó cuando a la mujer se la llevó una enfermera y el hombre le dedicó una breve sonrisa cansada.

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