Especial N°2: Love

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Love

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Love

Steve cerró el libro y lo dejó sobre la mesita de noche, recostándose en la cama con la mirada perdida en el techo. Tamborileó los dedos sobre su pecho y llevó su mano derecha tras su cabeza, en un nulo intento por buscar una posición cómoda en la que el sueño acudiera a él y su mente dejara de recriminarle su falta de acción. Habían pasado un par de semanas desde que todo terminara y la paz estaba reestableciéndose lentamente en el mundo. Él y el resto del equipo, con excepción de Stephanie, por primera vez, se habían abocado a apoyar a las autoridades en las actividades de búsqueda de sobrevivientes y limpieza de la ciudad. Había sido idea de Nathaniel, quién, luego de ver en acción a las cuadrillas de rescate, a la policía y a los bomberos, se había puesto a la labor de persuadirlos para que colaboraran.

Aquello los había mantenido extremadamente ocupados y no había tenido ni tiempo ni energías para pensar en otra cosa. Pero, cuando caía la noche, la promesa que le hiciera a Natasha en África volvía a su mente. Las cosas entre ellos estaban en una especie de limbo. Sabían que se gustaban, habían compartido algunos besos, pero, nada más. Y él quería más que eso. Joder, lo quería todo. Quería invitarla a salir, quería disfrutar de las mariposas en el estómago, de los nervios, del juego de la conquista. Quería conquistarla porque la quería. Lo supo desde el momento en el que pensó que la había perdido para siempre. Por unos aterradores momentos, sintió que había perdido su oportunidad de decirle cuán importante era para él, pero, entonces, Aisha le había devuelto la esperanza y la posibilidad de intentarlo.

Cerró los ojos despacio y recordó la sensación de sus labios bajo los suyos. Los labios de Natasha eran suaves y gruesos, frescos y dulces. Y ella sabía como besar. Steve no era un novato en temas de amores. Muchos podrían pensarlo así, debido a su historia pasada, pero, durante su tiempo en giras alrededor del país había aprendido mucho más de lo que cualquiera podría haberse imaginado. Las chicas de la USO eran muy complacientes cuando se lo proponían y más de una había probado su cama. De hecho, aún recordaba a la primera. Una chica dulce de curvas voluptuosas y suave cabello rojo. Al pensar en ella, sonrió. Quizás era su destino terminar con una pelirroja. Ojalá y lo fuera.

El sonido de su puerta abriéndose lo hizo sentarse en la cama, alertado. Natasha entró a su cuarto y cerró la puerta tras ella, cuidadosamente. La mujer vestía una ligera camiseta de tirantes y unos pantalones cortos, quizás demasiado cortos para su sanidad mental. Se acercó a él con paso felino y se subió a su cama, gateando por sobre las colchas hasta quedar sentada sobre su regazo. El pulso de Steve se aceleró y su respiración tembló mientras ella enredaba sus manos en su pelo, mirándolo con una sonrisa bailándole en los labios. No llevaba maquillaje y su cabello suelto caía sobre sus hombros como una cascada. Se veía completamente hermosa.

─ Nat...─ susurró y ella posó un dedo sobre sus labios, instándolo a guardar silencio.

─ Sólo déjame, ¿sí? ─ murmuró, inclinándose hacia él hasta rozar sus labios─ Sólo esta noche...

El beso que siguió, borró de su mente todo resabio de protesta. No es que le molestara en absoluto lo que ella parecía desear, es más, lo deseaba como nunca antes había deseado algo, pero, estaba confundido. ¿Por qué en ese momento? ¿Por qué de pronto? Sin embargo, la ondulación de sus caderas sobre las suyas borró todo pensamiento coherente. A la mierda las razones. Llevó sus manos a la cintura de la mujer y las metió bajo su blusa, acariciando la suave piel de su espalda, delineando con sus dedos las finas líneas de sus cicatrices, mudas testigos de las batallas peleadas por aquella mujer. Natasha ya no quería perder el tiempo.

Recorrer la ciudad en busca de sobrevivientes, encontrar cadáveres, intentar consolar a las familias, revisar las listas de desaparecidos... todo aquello estaba mellando su resistencia. Aelyanna había desaparecido, pero, lo que dejó atrás, no se borraría pronto, estaba segura. El recuerdo de su repentina aparición, de lo breve que podía ser la vida la acosaba día y noche, recordándole que no había tiempo que perder. Steve la quería, lo sabía, lo sentía en la piel. Y, maldita fuera su suerte, ella también lo quería. Lo quería con cada célula de su ser. Lo necesitaba. Lo amaba. No necesitaba citas ni nada de eso para saberlo. Llevaba años conociéndolo; confiaba en él con su vida. ¿Qué más necesitaba? A él.

Deslizó sus dedos bajo su camiseta y lo obligó a alzar los brazos, quitándosela por sobre la cabeza e interrumpiendo brevemente su beso. Antes de que pudieran siquiera pensar en algo más, volvieron a besarse como un par de adolescentes, poniendo en aquel beso toda la intención, todo el sentimiento, todo lo que sentían. Steve la despojó también de su camiseta, explorando por primera vez aquel cuerpo tan largamente deseado. Cuando sus manos acunaron sus senos, cubriéndolos por completo, un suspiro se perdió en su boca. De ahí en adelante, las barreras cayeron estrepitosamente. Steve se giró en la cama, dejándola bajo su cuerpo, para luego abrirse paso entre sus piernas, siendo acogido de buen grado. El resto de la ropa desapareció con rapidez mientras ambos se tocaban, se besaban, se exploraban, se rozaban, se tentaba, acariciando y mordiendo todo a su alcance, sumergidos en un remolino.

Cuando finalmente se hundió en ella, tuvo que esconder el rostro en su cuello, acallando el gruñido que surgió de lo más profundo de su ser. Era una sensación incomparable: el calor, la presión, la humedad. Era como llegar a casa, luego de un largo, largo viaje. Juntos fueron moviéndose, al unísono, buscándose, buscando, tanteando, probando. Encontraron su ritmo pronto y entrelazaron sus dedos mientras él se balanceaba sobre ella, llenándola. Natasha lo envolvió con las piernas y lo apresó, dispuesta a mantenerlo así, pegado a ella hasta que el mundo se consumiera a sí mismo. Sus manos grandes y firmes le sostenían la cintura, ayudándola a mantener su ritmo. Pronto, sin embargo, una de ellas se movió hacia abajo, buscando aquel punto en el que todo se centraba, en el que sabía que podría hacerla perder la cabeza.

Rápido e increíblemente lento a la vez, las sensaciones escalaron por su piel, llevándolos a un punto de no retorno. Cuando finalmente se rindieron a aquel orgasmo brutal, Steve cubrió la boca de Natasha con una mano, impidiendo que el grito que dejó sus labios fuera escuchado por todo el edificio. Sudorosos y con el aliento agitado, se apartaron apenas para mirarse con una sonrisa cansada.

─ Entonces... ¿quieres ir a cenar mañana? ─ preguntó Steve y Natasha soltó una risita feliz antes de abrazarlo. 

Whatever it takesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora