Hoy toca capítulo, espero que les guste. :)
¡Joder!
¡Mierda!
¡Joder!
Conducía a toda velocidad, bajo aquella lluvia veraniega, mojado, importándome bien poco coger un resfriado, matarme si quiera, tan sólo quería llegar al hospital, salvarla a ella. Al menos ella tenía que vivir, no podía dejarme, no podía permitir que me dejase ella también.
Mis lágrimas salieron, mientras la lluvia y el puto motor del coche era todo lo que podía oír, aterrado de mirar hacia ella, que aún se debatía entre la vida y la muerte, con esas cuchilladas en su estómago.
Ni siquiera podía pensar en ese hijo de puta, necesitaba salvarla a ella primero, no podía soportar perderla a ella también.
Pensé en mis padres, en esa puta bomba que acabó con sus vidas, mi madre partida por la mitad, mi padre desangrándose, igual que lo estaba ella en aquel momento. Me negaba a que muriese y me dejase sólo en aquel mundo hostil.
- Galaxy – la llamé, entre sollozos desgarradores, observando mis manos ensangrentadas con una sangre que no me pertenecía – busca el hospital más cercano, guíame.
Aguanta, aguanta – me repetía, una y otra vez, mirándola de reojo, me estaba mirando, sus lágrimas seguían saliendo, mientras sus manos seguían presionando la herida, ya con menos fuerza, pero no importaba porque había roto mi camiseta y la había anudado a su contorno para hacer la presión que necesitaba.
Galaxy me daba instrucciones aquí y allá, en los minutos más largos de mi vida, tanto, que cuando aparqué de cualquier manera el coche frente a urgencias, y oí al tipo de la ambulancia diciéndome que no podía estacionar el coche ahí, no podía creérmelo.
Cuando la cargué y la llevé al interior, mi preciosa palomita perdió el conocimiento.
- ¡NECESITO AYUDA! – Grité, en medio de la sala. Varios enfermeros corrieron en mi ayuda, quitándomela de los brazos, recostándola en una camilla, llevándosela detrás de esas puertas blancas, dejándome sólo, desamparado, en aquella sala de espera, completamente desorientado.
Allí me encontraba, sentado en una de las sillas, ante la atenta mirada de varios curiosos, con el pecho cubierto de una sangre que no era mía, mirando hacia mis manos temblorosas, sin poder dejar de llorar, aterrado de no haber podido salvarla.
Podía recordar la primera vez que la vi, a esa chica asustada, llorando, en los jardines de su propiedad, ni siquiera sabía que era la hija del dueño cuando mis ojos se posaron en aquella chica destrozada.
- Un poco más – se pedía a ella misma, pensando que nadie la observaba – sólo un poco más, Verónica, en un par de años, cuando puedas escapar de este infierno, escápate lejos y no vuelvas jamás.
Se giró, y entonces me descubrió, sorprendida, mientras yo miraba horrorizado ese bonito rostro, que había sido arañado, alguien la había golpeado, tenía la mano señalada aún.
- Usted debe ser el señor Santoro – me dijo, mientras se limpiaba las lágrimas, con rapidez – por favor, no le diga nada de esto a mi padre.
- ¿su padre? – ella asintió.
- Maxwell Lewis – reconoció.
No sé en qué puto momento toda aquella locura se volvió un infierno. ¿En qué momento dejé de sentir lástima por aquella niña a la que su padre le gustaba golpear cuando nadie estaba mirando? ¿En qué momento involucrarme con ella me pareció buena idea? ¿En qué momento dejó de ser una niña y se convirtió en una excepcional mujer? ¿En qué momento empecé a estar dispuesto a protegerla con mi propia vida? ¿En qué momento...?
Mis lágrimas volvieron a caer, mientras mi mirada estaba fija en la sangre reseca de mis manos. Su sangre. Eso era lo único de ella que tenía. Nada más.
Ni siquiera pude protegerla, y ya me daba jodidamente igual si lo hacía por lástima o era algo más. No quería perderla, eso era lo único que sabía. Prefería... quedarme a su lado, aunque nunca pudiese tener su cuerpo, me daba igual si no podía entregarme su virginidad, sólo quería ...
¡Joder! ¿Qué mierdas quería? ¿Retenerla a mi lado, en contra de todos mis principios?
- Galaxy – la llamé, sin tan siquiera usar un móvil para dirigirme a ella, sabía que me estaba escuchando, desde cualquier lugar, siempre lo hacía – encuentra a Thomas y manda a los chicos a por él. Avísame cuando lo tengas.
Me eché hacia atrás, en la incómoda silla de metal, cruzando mis brazos, cerrando los ojos un momento, viendo a aquella preciosa chica en mi mente, sonriéndome. Incluso cuando estaba nerviosa, me gustaba. Sonreí, sin tan siquiera darme cuenta de ese detalle, cayendo en la cuenta, de pronto.
Me gustaba.
A mí.
Verónica Lewis.
Y ni siquiera sabía en qué momento había sucedido.
Esa chica siempre fue como un torbellino, un terremoto que lo alteraba todo cuando aparecía, incluso a los catorce años lo era, cuando la conocí. Y luego... se volvió tan terriblemente sexy, que me olvidé de la lástima que le procesaba, y el maldito deseo por poseerla me nubló la vista, llevándome a ese maldito lugar.
Pero, en aquel momento, había dejado de ser sólo deseo por tenerla, se había convertido en mucho más. Esa chica había conseguido lo que muchos antes intentaron y nunca consiguieron, hacer que me abriese con alguien. Ni siquiera podía mentirle, a esa niña.
Había silencio, mucho silencio, en aquella casa, donde los gritos de discusión de sus padres se escuchaban por todo el lugar. Debía haber llegado más tarde, pero supuse que mi mejor cliente no tendría nada mejor que hacer, jamás esperé que fuese un mentiroso de mierda, que fingía ser una persona distinta cuándo estábamos a solas.
Levanté la vista, fijándome entonces en esa niña que ya había visto otras veces, andando descalza por el parqué de la habitación, posando sus ojos en mí. Sonreí, intentando transmitirle paz, siempre me dio tanta pena esa chica, desde la primera vez que la vi, en el jardín de su casa, llorando después de que su padre la golpease.
- Ah, Santoro, ya está aquí – reconocía su padre, justo al salir del salón, después de la discusión con su mujer – pero no te quedes ahí parado, pasa, tenemos que hablar de negocios.
Asentí, mirándola por última vez, dirigiendo mi mirada hacia su padre, pasando por su lado sin tan siquiera decir nada, siguiendo a Max a su despacho, enfrascándome en nuestra reunión, sin más.
Abrí los ojos, volviendo a la realidad. Me había dormido, y no tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado.
Me puse en pie, di varias vueltas por la sala de espera, hasta que terminé en el mostrador, necesitaba saber qué estaba sucediendo con mi Verónica.
- Hace un momento, he traído a una mujer herida de gravedad, y quería saber... - comencé.
- Aún está en cirugía – aseguró la mujer – se le avisará cuando termine – asentí, volviendo luego a sentarme en mi silla de metal.
Lo cierto es que hacía frío, pero ni siquiera podía pensar en eso, no cuando ella se estaba debatiendo entre la vida y la muerte, en aquel momento.
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YOU are Mine | COMPLETA
RomanceNate Santoro tiene todo lo que puede desear, su propio negocio de vigilancia, grandes socios adinerados, y una mujer diferente en su cama. La vida de este adinerado magnate no será la misma después de conocer a Verónica Lewis, la hija adolescente de...