15. Espléndido

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Espléndido



Se dirigía hacia los establos para cabalgar y despejar de su mente la pesadilla que había tenido la noche anterior cuando fue interceptado por un cuerpo que se paró a dos metros de él. Sus ojos demostraban determinación y su blanquecino cabello estaba perfectamente peinado.

—Su alteza, debemos hablar —pidió Francis— urgentemente.

—Por supuesto —asintió Louis, frunciendo el ceño ante la extrañeza del tono del que estaba cargada la voz del hombre— Vamos al despacho —indicó— ¿Se encuentra todo en orden?

—Algo así, señor, pero me he enterado de algo y desearía comunicárselo.

Subieron las escaleras en silencio y caminaron por el pasillo hasta llegar a la habitación deseada.

—Pase, Francis, por favor, y póngase cómodo, ¿desea tomar algo?

—No gracias, señor, no quiero nada de beber, desearía transmitir lo oído lo antes posible para saber qué opina al respecto.

—Hable usted, entonces.

—Conoce usted a Anthony Brown...

—Perteneciente a las tropas reales, por supuesto.

—Lamentablemente ha muerto, señor.

Louis frunció el ceño, sintiendo pesar en su interior.

—¿Cuál ha sido la razón, Francis?

—He enviado a llamar a su esposa para que eso se lo responda mejor la dama. Se encuentra abajo, pero es vital que lo oiga.

—Hágala entrar.

Francis asintió, saliendo de la habitación. Louis realmente no tenía ni una leve sospecha de lo que podía llegar a tratarse, pero deseaba que alguna duda se dispersara ante las palabras de la viuda. Lamentablemente, sus sentidos dispararon al verla entrar, hecha un manojo de nervios, con su rostro lleno de lágrimas. La señora debía tener cuarenta años, ya que su marido, descanse en paz, contaba con, más o menos, la misma edad.

—Su alteza —inclinó su cabeza. Su voz flaqueaba, como si se fuese a romper en cualquier momento.

—Buenas tardes, señora. Le doy mi pésame por su pérdida, Anthony era un hombre de bien.

—Anthony era un hombre de bien —ella asintió— Y se mantuvo leal a usted hasta el final, mi rey, lo juro, se mantuvo leal a usted.

Louis frunció el ceño, y le indicó a Francis con la cabeza que acompañase a tomar asiento a la mujer, frente al escritorio.

—Lamento la pregunta inoportuna, pero estoy intrigado por la razón de muerte, ¿tenía él alguna enfermedad...?

—No, señor, Anthony no tenía ni una enfermedad, él era un hombre sano, se cuidaba para poder luchar en sus tropas... fue a las afueras de Routland que sucedió todo, su Alteza, ha sido horrible —la mujer tembló, y sus manos se sostuvieron del negro chal que cubría sus hombros a pesar de casi ser verano.

Routland era un pueblo que quedaba al sur de Gormwolf.

—¿Qué ha sido "todo"? —inquirió.

—Nos han atacado... un grupo de al menos diez personas. Nosotros habíamos ido a Routland para cuidar de la madre de Anthony, quien ya está mejor, al volver, fue que nos interceptaron.

El príncipe del reino Azul [L.S]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora