19

547 52 7
                                    

Tragué nerviosa mientras Peeta y yo llevábamos lo último de las bolsas que llevaríamos. Las cosas de su familia estaban allí, él y su padre las habían reunido con cuidado durante la noche. Sae también había pasado a dejar un par de morrales y, siguiendo mis indicaciones, volvería más tarde. Los padres de Delly habían tenido que regresar un par de cosas, pues llevaban tres bolsas cada uno y eso era impráctico. Finalmente, Madge trajo su equipaje, junto con el de su padre.

Bien, era momento de llevar a cabo aquella distracción. Me gire hacia Peeta para encontrar que él ya tenía sus ojos fijos en mí.

—¿Estás lista?

—Lista.

Me quedé entre sus brazos unos momentos, convenciéndome de que todo saldría bien.

—Te veré en un rato.

Besó mis labios suave y con calma, acunó mis mejillas y yo envolví mis antebrazos alrededor de su cuello para pegarlo más a mí.

—Vuelve conmigo —le pedí, secretamente aterrorizada de no volverlo a ver.

—Siempre —prometió.

Entonces cada quién tomó caminos separados.

La escombrera era el lugar perfecto para crear un poco de acción. Sólo hacía falta una pequeña flama para que todo ardiera a montones, pues los mineros que frecuentaban la zona con sus chicas llenaban todo de polvo de carbón. Además, como era un lunes por la mañana, no había nadie allí, por lo que ninguna persona correría el riesgo de salir herida mientras nos preparábamos. Una vez que dejara caer el cerillo, tendría que correr, el fuego se extendería a una velocidad alarmante. No por nada las parejas elegían ese lugar, siendo el más caliente del Distrito.

La cosecha era al día siguiente. Por eso debíamos tener todo listo. Esa noche, llevaríamos a cabo la gran mentira. Esa noche, moriríamos.

...

Pasadas las siete de la tarde, Peeta y yo nos reunimos en el punto de encuentro cerca de la escombrera. Suspiré de alivio cuando lo vi frente a mí, en los últimos días los agentes estaban por todas partes, las paredes hablaban y las rocas tenían ojos. Me acerqué con prisas hasta toparme con su cuerpo y arrastrarlo hasta un lugar más o menos privado, escogido así a propósito, para que fuéramos reconocibles a una distancia prudente. Debíamos apurar, pues de improviso habían impuesto un toque de queda y ahora nuestro tiempo para involucrar a la gente necesaria era a contrarreloj.

Peeta me atrajo hacia él y fue como comenzamos el acto, él me besó, hasta que, de repente y conforme a lo acordado, Haymitch Abernathy se paseó alrededor y comenzó a soltar comentarios respecto a mi físico. Sabía que era todo por la causa, que a pesar de lo tonto que era, en realidad nunca se dirigiría a mí de esa manera, pero no pude evitar sentirme incómoda. Pronto la gente se apiñonó a nuestro alrededor cuando Peeta gritó en respuesta, ambos fingieron discutir y pelear, hasta que Haymitch tiró su botella de licor, provocando que esta estallara en un ruido agudo que cubrió más perímetro de público. Los dos hombres junto a mí no tardaron en aventarse el uno contra el otro y lanzarse golpes.

Peeta empujó a Haymitch hacia un par de faroles de luz que habíamos desajustado para que cayeran cuando el vencedor impactara contra ellas. Inmediatamente el carbón ardió en llamas cuando las lámparas se rompieron. Aproveché la distracción de la gente para encender un par de cerillos y tirarlos alrededor, antes de gritar...

—¡Cuidado!

Entonces la escombrera explotó.

La buena noticia era que nosotros nos encontrábamos a salvo, en una bodega escondida a la que nos dio tiempo de correr en lo que el desastre de tierra y fuego lloviendo se llevaba a cabo. Abracé a Peeta, nerviosa de que la siguiente etapa del plan fuese a funcionar.

ERES TÚ | THG EVERLARKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora