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Peeta me encontró y recogió mi cabello, apartando la mirada. Él debía de amarme mucho si estaba dispuesto a enfrentarse a el hediondo olor rancio del vómito y ese desagradable y contagioso sonido de arcadas.

Me sentí bastante mareada cuando terminé, pero tan pronto como él me ayudó a incorporarme y me dio un pedazo de tela para limpiarme, las imágenes regresaron a mi cabeza. Corrí a enjuagarme la boca y arranqué una hoja de una planta de menta que había visto ayer al pasar antes de ir en busca de mi arco, reuní unas cuantas provisiones y luego salí disparada hacia el Distrito.

No sabía muy bien qué pensaba hacer, pero suponía que habría gente que necesitaba ayuda, aun si tardaba toda la noche en llegar.

Escuché a Peeta llamarme y sabía que él me seguiría, lo que no sabía, era que Gale nos acompañaba, al igual que Primrose. Como no miré hacia atrás durante todo el viaje hasta la alambrada, demasiado alarmada por lo que acababa de pasar, y ellos iban a una distancia considerable detrás de mí en la oscuridad de la noche, aun cuando acamparon el primer día de viaje, les llevaba ventaja y fue imposible adivinar exactamente quienes perseguían mis pistas. Cuando la vi (a Prim, quiero decir) fue después de que la gente lograra derribar la alambrada y huir del fuego que se extendía a una velocidad casi antinatural a sus espaldas, habiendo consumido una gran parte del distrito en los últimos días. Mi hermana corrió a ayudar a la gente herida. El sol estaba saliendo y fue difícil organizar a tantas personas en pánico. Eran alrededor de unas tres mil, apiñonadas, asustadas, gritando y empujándose.

Algunas, al identificarnos a Gale y a mí, superaron el shock de la terrible experiencia de ver sus hogares arder en llamaradas y a sus vecinos, amigos o familiares morir —sin mencionar que nosotros también deberíamos estar muertos— y siguieron las instrucciones que les dimos. Se formaron grupos. Gale y yo nos aventuramos al Distrito en busca de personas que necesitaran ayuda. Peeta insistió en acompañarnos luego de que su plan de prohibirme ir fallara; de nada sirvió, puesto que lo dejé cuidando a Prim y ayudando a las personas que ya se encontraban parcialmente a salvo.

Caminamos entre llamas, sorteamos escombros y vimos varias estructuras derrumbarse, entre ellas, la panadería Mellark y el Edificio de Justicia. Fue una bofetada directa y dolorosa, sabía que si no hubiera insistido en llevarlos conmigo, si ese mapa nunca hubiera aparecido en el momento correcto... Ellos podrían estar muertos.

Hice un esfuerzo por mantener lejos esa idea de mi cabeza. Estaban bien, todos ellos, una gran parte a salvo en un campamento a algunos días de distancia.

Movimos rocas y sacamos a algunas víctimas enterradas bajo pedazos de edificios pesados y peligrosos. Fueron veinte personas en total a quienes llevamos al bosque al regresar de nuestra expedición al anochecer. Sabíamos que eso se repetiría al día siguiente: encontrar a más personas atrapadas, con la esperanza de poder salvarles y ayudarles.

Acordamos ir de caza por la mañana, en un intento de alimentar a todas estas personas que permanecían ilustrando la definición de algún suceso entrópico. Quise darles de mis reservas, pero la verdad es que no alcanzarían para todos y terminaría causando disputas, por lo que decidí repartirla sólo entre mi grupo.

—¿No deberíamos de compartirla con todos? —preguntó Prim, mirando su porción con angustia.

—No. No daría abasto, además, necesitamos las fuerzas para cazar suficientes presas y de ese modo poder darle algo con qué llenar el estómago a esta gente.

—No podemos llevarlos a todos al campamento. ¿En dónde se quedarán? —dijo Gale.

Era verdad. Nuestro campamento, a pesar de ser amplio, no podía albergarlos a todos. Además, nos asesinarían si reveláramos a tanta gente la posición secreta del mismo. Miré a Peeta en busca de ayuda, no podíamos dejarlos solos allí, no podían volver al Distrito, tampoco era una opción el campamento rebelde.... Teníamos que ayudarlos, esta gente era de casa, todo lo que quedaba del Doce, era nuestra responsabilidad salvarlos.

ERES TÚ | THG EVERLARKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora