—¡Everdeen, no rompas la agrupación! ¡Everdeen! ¡Mellark vuelve aquí ahora mismo! ¡Soldado Hawthorne! ¡Soldado Odair! ¡Vuelvan aquí ahora mismo antes de que sean juzgados por deserción! ¡Mason regrese a su línea!
No fue necesario que la coronel nos enlistara a todos para saber que todo el grupo me seguiría si desobedecía, encabezados por Peeta. Si dijera que se trataba de la primera vez que lo hacíamos, mentiría, pero como que por alguna razón teníamos cierta inmunidad —y por «alguna razón», me refiero a que no había persona en la tierra a la que Finnick no pudiera doblegar con su encanto, así que, junto con Peeta, unían fuerzas y me sacaban de los embrollos en los que estaba continuamente involucrada—; suponía que el porqué de mis actos también justificaba que ignorara a nuestro oficial al mando, la Coronel Artemisa.
Si un aerodeslizador dejaba caer una bomba en donde se encontraban civiles desarmados, yo acudía; Agentes de la paz atacaban, yo acudía; si habían emboscadas, también estaba allí. Con mi equipo de respaldo.
Así que como sabía que en realidad no me harían algo más allá de darme el discurso de la tarjeta amarilla, me preocupaba más por evitar que la cantidad de víctimas de esta guerra aumentara.
Llevábamos dos semanas en el Distrito Dos, preparándonos para intentar deshabilitar el edificio que almacenaba y se encargaba de la producción del arsenal del Capitolio. Este lugar era famoso por ser devoto al gobierno del Presidente Snow, además de que, con seguridad, allí habían sido producidas las bombas que soltaron en nuestro distrito; pero los necesitábamos para ganarle a Snow, no podía permitir que Gale los convenciera de bombardearlos y la única persona que podía lograr algo así, era Madge.
Tuvimos una reunión con los altos mandos militares, a los que teníamos acceso gracias a que había accedido a convertirme en «El Sinsajo» para evitar que mandaran a mi hermana al frente como enfermera; también traté de que no mandaran a Peeta y a Madge, pero fueron necios al respecto. La única diferencia era que Madge sí que se encontraba aquí como enfermera, la entrenaron en el campamento por falta de personal.
Y Gale no la escuchó. O a mí. Así que bombardearon el edificio. Lo que a nadie se le ocurrió pensar, fue que ellos contaban con un búnker y que, cuando salieron de allí, nos atacaron con todo lo que les quedaba.
Recibí un tiro en las costillas y otro en el muslo. Fue terrible volver a estar postrada en una cama después de todas las veces que había tenido que hacerlo durante el último año. Estaba tan molesta con Gale por causar esto... Hasta que me enteré de lo de Peeta. Una vez que dejaron de administrarme morflina y recuperé un poquito de conciencia, me escapé de mi cubículo del hospital para buscar el de Peeta —Prim me había dicho que él estaba en uno también, pero que no lo dejaban recibir visitas todavía. Aun así, y creo que sabiendo que haría lo que fuera para ir a verlo, me dijo el número: 26—, cuando entré él estaba dormido, con las sábanas cubriéndolo hasta el torso. Haciendo un enorme esfuerzo, apreté los dientes y aparté las sábanas con intención de subirme a su camilla y acostarme a su lado. Caí al suelo, creando un gran estruendo cuando golpeé una mesa que se volteó, dejando sin una superficie a una serie de envases de vidrio que se estrellaron y varias herramientas de metal que tintinearon con fuerza.
Todo eso sacó a Peeta de su estado inconsciente. Me encontró llorando frente a él. Inmediatamente intentó alcanzarme, dar algo de consuelo, algo irónico cuando él era quien... Ni siquiera podía decirlo.
Como seguía tratando de salir de su camilla, reuní fuerzas, me puse de pie y me subí a su lado, escondiendo la cabeza en el hueco entre su brazo y su torso para poder seguir llorando.
—Lo siento —susurró. Levanté la cabeza tan rápido como Buttercup lo hace al escuchar la voz de Prim. Le miré molesta.
—¿Tú lo sientes? ¿Estás loco?
—Sí, yo... Sé que esto...
—¿Cómo...? —le corté. Tenía que saber la historia detrás de esto, aunque algo me decía que ya tenía una pista...
—Yo... Cuando te dispararon, lanzaron una granada junto a ti, estabas herida y al borde de la inconsciencia, así que simplemente corrí hacia allá y la pateé lejos, pero al parecer no fui lo suficientemente rápido como para salvar todo de mí.
Se me cerró la garganta, como si hubiese tragado un gran trozo de comida, pero no era algo como una gran uva, no; más bien se trataba como de una tostada con bordes puntiagudos que desgarraban todo mi interior a su paso... ¿Eso fue por mí, por salvarme?
—¿Por qué hiciste eso? —prácticamente le grité a la cara, furiosa. Era idiota el pobrecito—. ¡¿Qué clase de subnormal involucionado eres, Peeta?!
—¿Que yo qué?
—¿Cómo pudiste?
Me alejé de él, respirando frenéticamente. No cobraba sentido en mi cabeza, parecía una pesadilla... ¡Sí! ¡Eso debía ser, estaba teniendo una pesadilla! Pronto despertaría y Peeta estaría allí, completo, sano.
Pero no fue así.
—Katniss tienes que calmarte...
—¿Cómo quieres que me calme, si yo te hice... eso?
—No, no fuiste tú.
—Pero fue mi culpa, por mi causa.
—Fue mi decisión y no fue tu culpa en lo absoluto. —Bajó la cabeza, derrotado. Hilos de lágrimas bajaban por sus mejillas, silenciosas. Quise tirarme de un edificio. Era una maldita perra egoísta. Él era quien estaba malherido por haberme salvado la vida y todavía tenía que ser quien me tranquilizara, quien soportara mis ataques. Parecía mi madre, joder. Pero no podía parar de llorar, ni de sentirme culpable, no podía parar de pensar en que yo no valía el sacrificio en lo absoluto.
Peeta suspiró y sollozó en silencio, sin importarle mucho que lo estuviera observando.
—Escucha Katniss, sé que esto cambia las cosas. Si tú quieres...
—No —le corté. Era obvio a dónde se dirigía. Estaba dispuesta a evitar escuchar esas palabras a toda costa.
—Pero...
—Ni siquiera te atrevas a decirlo.
—No seas necia. —respondió—. Escúchame.
—Ya sé lo que vas a decir y no quiero oír una sola palabra de eso. No estás incompleto, no eres menos hombre ni menos perfecto para mí ¿Entendiste? No cambia una maldita cosa. Sigues siendo tú. Sólo tú. Eres tú, Peeta Mellark.
—¡Déjame hablar!
Me puse de pie y llegué hasta el otro lado de la cama, para tenerlo completamente de frente. La camilla era pequeña y no me dejaba mirarlo a mi gusto.
—No. Sé que esto es mi culpa, pero no voy a permitir que seas tú quien decida cambiar algo entre nosotros por ti. Si quieres dejarme, que sea por que esto es mi culpa, no porque tú...
—¡No es tu culpa! —interrumpió en un grito—. Y sí, debo romper contigo, pero no por ti, no porque te culpe o porque no te ame; tengo que dejarte ir porque no soy más el mismo, no soy más...
—¡Basta, no sigas con esas tonterías!
Me estaba partiendo en dos. No podía dejarme... ¡No por esto! ¿Por qué no lo comprendí? No me importaba en lo absoluto. Él volvería a caminar, quizás sus pisadas serían más fuertes que antes, pero eso no cambiaba que él era mi Peeta, mi amigo, mi novio, mi protector, mi otra mitad.
—No son tonterías —insistió.
—Sí lo son. Es perfectamente manejable, no me molesta. No hay nada malo con...
—¡Perdí una maldita pierna! ¿Cómo podría no molestarte? —aulló desconsolado, dejando caer más lágrimas y ahogándose en los sollozos.
Era raro ver a Peeta tan exaltado, él era un maestro en manejar sus emociones por lo general, no siempre lo lograba, pues a pesar de todo era un chico sensible, pero era fuerte; no cabía duda de que esto estaba más allá de lo que podía manejar, se sentía confundido y dolido, insuficiente. Pero yo no estaba rindiéndome hasta que se le metiera en la cabeza que seguíamos siendo Katniss y Peeta. Un conjunto, un par de amantes, algo trágicos quizás, pero que debían permanecer al lado del otro.
—Es de la rodilla para abajo. Te darán una prótesis. —consolé. Yo sí que estaba incompleta, quizás no por fuera, pero sí por dentro, y aun así el me había aceptado. Tenía que hacerle ver eso, tenía que hacerle comprender que ni sería diferente de mi parte—. Yo no tengo un corazón, lo sabes y aun así me quieres. Una pantorrilla no te hace quién eres, Peeta. No hace que te quiera menos. No cambia nada.
—¿Qué no lo entiendes? Lo cambia todo. Quién sabe cómo podré desenvolverme físicamente de ahora en adelante, no podré protegerte en esta guerra o en el bosque... Yo... Tantas cosas.
Alcancé si cara entre mis manos y lo obligué a mirarme.
—No te voy a perder, ¿entendiste?
...
Peeta no quería hablarme. Me prohibió la entrada a su cubículo y llevaba dos semanas sin verlo, lo que significaba que también llevaba dos semanas llorando, evadiendo a todo el mundo, insultando doctores y enfermeras tanto como podía, mordiéndome las uñas hasta la cutícula y arrancándome el cabello hasta dejarme puntos lampiños en áreas específicas. Pequeñas ronchitas habían brotado en mi pecho y detrás de mis orejas, y como no tenía uñas, no podía eliminar la comezón. Vomitaba casi todo lo que comía y me encontraba hecha un escueto saco de huesos.
Me mantenía informada de su estado gracias a Prim. También supe que Gale, Johanna y Madge continuaban en el Distrito Dos, haciendo control de daños. Por mi estaba más que mejor. No quería ver a Gale. Nunca jamás. Sentía que, si lo tenía enfrente una vez más, no me haría falta ni un segundo antes de querer clavarle una flecha. Le dije que no iba a salir bien, se lo advertí. Sólo causaríamos más guerra. Jamás habría imaginado que Peeta y yo sufriríamos daño colateral, pero eso no le quitaba responsabilidad, sino al revés. Y no fuimos los únicos, Finnick sufrió una grave contusión que lo dejó amnésico durante tres días.
Como Peeta me había vetado, no tenía otra más que hablar con Finnick. Era sencillo hacerlo, su cubículo estaba al lado del mío. En un mal día, me encontré expresándole cuán culpable me sentía y qué tanto más responsabilizaba a Gale. Entonces él dijo: «Recuerda quién es el verdadero enemigo».
Fue hablando con él que decidí que, si quería arreglar las cosas con Peeta y mantener a la gente a salvo, tendría que encargarme del asunto personalmente.
Iba a asesinar al presidente Snow.
...
Lunes. Ese fue el día en el que me colé en un aerodeslizador que llevaría reservas a los rebeldes más próximos al Capitolio. Tres días después, ya me encontraba con un nuevo escuadrón. Detestaba la idea de no tener a nadie conocido, salvo a un oficial que reconocí del Trece; tuve que recordarme que eso era precisamente la razón por la que estaba aquí, porque mis amigos habían resultado heridos. Era mejor si no conocía a estas personas. Excepto que, en el último momento, Finnick apareció.
—¿Qué haces aquí?
—Por favor, muñeca, estoy aquí para cuidarte el trasero.
—Pues no te necesito, así que largo.
—Yo digo que sí. Estás toda rencorosa por lo que pasó Peeta. Y no es bueno entrar a un campo de batalla con la mente en brumas.
Si había algo molesto en este mundo, era darte cuenta de que alguien que no te agradaba mucho era, en realidad, un excelente ser humano, incluso mejor que tú.
Ese era el caso de Finnick Odair. Desde que conviví un poco con él en el campamento rebelde, mi opinión cambió un poco; pero fue realmente el hecho de que me mantenía al tanto de Peeta —pues él sí tenía permitido pasar a verlo—. Además, me brindo apoyo emocional varias veces y ahora él estaba aquí, siguiéndome la pista para que no fuera a hacer ninguna estupidez a pesar de que no nos conocíamos tan bien.
Era extraño encariñarte de una persona con la que no habías convivido mucho, pero supongo que las situaciones adversas acercaban a la gente más de lo que uno esperaría. Y con Finnick... Vamos, ya de por sí era encantador, agrégale que en realidad tenía una voluntad de bienhechor y un corazón de pollito..., quedabas inevitablemente apegada. La verdad era que ahora lo calificaba como mi amigo, uno importante, y no quería perderlo.
Así que hice lo que tenía que hacer para mantenerlo a salvo. Él no debía morir ni salir herido por mi causa, tenía a aquella chica, Annie, se iba a casar con ella pronto. Yo, por el contrario, era todo menos indispensable, al contrario, si muriera, podrían usarme como mártir. No le haría falta a nadie. Si ganábamos, aun si yo fallecía, Prim, Gale y Peeta estarían bien. Quizás me llorarían un buen tiempo (sobre todo Peeta) pero eventualmente lo superarían y seguirían adelante. Eso era todo lo que importaba.
Mientras Finnick dormía, cambié sus registros de regreso para el Trece, en lugar de los originales, que nos llevarían directo al Capitolio. Él subió al aerodeslizador equivocado; aunque el correcto al final, era el que lo llevaría con Annie y lo mantendría fuera de peligro.
...
Avanzar con los rebeldes no era sencillo. Cada paso era un anticipo de una muerte. Bombas de terrores estallaban en los momentos menos inesperados, desatando mutos y lluvias de fuego, dejando un rastro de muerte, horror y sangre a su paso.
Vi a muchas personas dejar este mundo por una causa en la que creían, y eso me llevó a llegar hasta la mansión del Presidente. La parte más terrible de todas. De repente me encontraba en un campo de batalle indistinto, ya no importaba por sobre quién pasabas con tal de llegar hasta Snow o con tal de impedirlo. Fue cuando me di cuenta de que, teniendo la oportunidad, teniendo el poder, no éramos tan ajenos de la crueldad, al fin y al cabo. Y la primera en esa lista, era Alma Coin. Quedó claro luego de ver niños llorando, sangrando, rogando por ayuda..., personas desorientadas, asustadas... Quedó claro luego de que vi a uno de los nuestros presionar un botón en un control remoto y enseguida el suelo bajo mis pies colapsó y tiró un edificio sobre toda la gente a mi alrededor, rebeldes y capitolenses.
El tiempo dejó de ser mensurable. Cuánto fue que pasé debajo de esos escombros, si estaba herida, si había alguien ayudándome, si estaba muerta... No lo sabía.
Existen cinco cosas que pasan en la mente de una persona antes de morir:
1. Sus seres queridos.
2. Lo que hiciste durante tu vida.
3. Tus asuntos pendientes.
4. Lo que no llegaste a hacer.
5. De lo que te arrepientes.
Al menos eso fue lo que constantemente predicaban las ancianas del Doce.
Pero lo único en lo que yo pensé fue en Peeta, Prim y en mi padre.
Y en que ahora sabía que no podía dejarlos sin hacerles saber que Coin era tan terrible como Snow.
ESTÁS LEYENDO
ERES TÚ | THG EVERLARK
FanfictionEn un mundo sin juegos de victorias a muerte, Katniss Everdeen y Peeta Mellark comienzan la odisea de intentar conocerse el uno al otro a pesar de que eso podría traerles muchos problemas con sus conocidos y familiares. Después de descubrir que son...