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—Parece ser que tenías razón sobre Gale y Madge —le dije a Peeta la semana siguiente, mientras caminábamos hasta casa de Haymitch para saber si él tenía más noticias de Effie Trinket. Ya se habría enterado de la primera tanda de azotes que le dieron a un joven de la Veta por tener un puesto ambulante en la calle.

—¿Por qué? ¿Él te lo dijo?

—Sí... o algo así, pero vi cómo Madge lo miraba a él. No sé cómo pude dejarlo pasar estando frente a mí todos estos años, digo, Madge es algo así como mi mejor amiga, la única que tengo, de hecho. ¿Por qué no me dijo nada?

—Porque Gale es algo así como..., no sé... Tuyo. —razonó Peeta, sin celos—. No estoy muy seguro, pero quizás pensaba que había algo entre ustedes y no quería entrometerse. Ya te lo había dicho. Por lo que he visto, ella tampoco tiene más amigas a parte de ti y, si yo fuera ella, definitivamente no querría perder a una persona tan especial en mi vida. Además tú misma has dicho que parecían no llevarse muy bien, no descartes la opción de que ella no sepa que es, hasta cierto punto, correspondida.

Resoplé.

—Gale es un baboso.

Peeta se echó a reír a sonoras carcajadas por mi comentario. Tardó bastante en poder contenerse y, aún cuando paró, pequeñas risitas continuaban saliendo de su boca.

—¡Ya basta! —le dije. Lo golpeé sin fuerzas en el pecho, fue más como un empujón torpe que no lo hizo tambalear ni un poco, pues mi fuerza no era, ni de cerca, a compararse con la suya. Él alcanzó mi mano y la utilizó para darme un jalón y pegarme contra él.

—Creo que he encontrado algo en lo que estamos de acuerdo —me dijo. Esta vez fui yo quien se rio.

—Tendré que preguntarle a Madge —concluí.

—Sí, es una buena idea. Pero no la acoses al respecto y no la hagas sentir mal. Tienes un efecto potente en las personas, Katniss, deberías abordarla un poco más... —Hizo una pausa para recapacitar sobre sus palabras—. Seguro que con todo lo que está sucediendo, ya tiene suficientes problemas.

—Bien, seré suave con ella —acordé—. Vayamos con Haymitch y después iré con Madge.

Caminamos juntos hasta la plaza al salir de la Aldea de los Vencedores, sin mucho más sobre el estado político de Panem de que lo que ya sabíamos. Peeta se quedó en la panadería después de dejar un beso en mi mejilla y me dejó ir hasta casa de Madge. Toqué la puerta trasera, por donde siempre le vendíamos fresas a Madge y esperé a que alguien abriera.

—¿Quién eres? —El Agente de la Paz al que reconocí como el hombre que le dio los azotes al chico de la Veta me abrió la puerta. Inmediatamente me reproché venir aquí sin anticipar que esto podría pasar. Por supuesto que la casa de Madge estaría vigilada. Qué tonta era. Ahora este hombre tendría mi cara grabada en la mente. Debería culpar a Peeta, ese beso que me dio al despedirse me había dejado enajenada en las nubes, además de roja.

—Eh... soy... venía a buscar ropa. Ellos me pagan por lavar su ropa —mentí. El hombre me escudriñó bajo una mirada severa, como buscando algún indicio que le diera paso a un castigo público, entre más sangriento, mejor.

—¿Dónde está tu canasta? ¿Jabón? ¿Cepillos? —acusó.

—E-ellos me dan la ropa en una canasta. Los cepillos y el jabón están aquí. No quieren que se contamine con mis cosas de la Veta...

El me observó con desdén y algo de asco, pero al final rodó los ojos y me dejó pasar después de murmurar «y con razón, quién sabe cuándo fue la última vez que te diste un baño que no fuera de lodo y mugre». Si supiera que él era quien lucía como un cerdo...

ERES TÚ | THG EVERLARKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora