ERES TÚ | THG EVERLARK

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No dejaba de darme vueltas en la cabeza, el por qué Peeta iría a casa de Haymitch. Claro que lo más posible era que se tratara de otro trabajo para ganar dinero fácil. Barrería su piso o le pintaría una pared con la pintura resquebrajada. Pero lo cierto era que la curiosidad me podía a veces y quería saber cómo era Peeta trabajando en otro lugar que no fuese la panadería.

Parecía llevarse bastante bien con Haymitch, algo bastante raro, ya de por sí. ¿Cómo se habrían conocido? No me imaginaba a Haymitch acercándose a Peeta y ofreciéndole dinero a cambio de mover sus muebles. Me sonaba más lógico que hubiese sido algo más circunstancial.

¡Pfff! ¡Qué verano más extraño! Yo sólo planeaba estudiar un poco más el libro de plantas de mi padre, quizás explorar un poco más el bosque o nadar algún día caluroso en el lago... ¡Pero no! Tenía a dos chicos de traseros testarudos peleándose —por mí o por su orgullo, yo que sé—, fastidiándome a cada rato y Madge estaba lejos.

Me gustaba Peeta. Era un chico lindo y amable, guapo como ninguno y fuerte; todos sabían que Gale era como el equivalente de Madge en mi vida, aunque en hombre. Prácticamente eran los únicos hombres de mi vida y no tenía idea de cómo manejar que se pelearan entre ellos.

¡Por favor! Ni siquiera conocía bien a Peeta y cada vez, conocerlo parecía ser una opción que sólo complicaría las cosas todavía más, porque sabía que me terminaría agradando, ya lo hacía. Casi que añoraba volver a esos días en los que todo en él era un misterio que observar en secreto a través de un espejo.

A Gale sí que lo conocía más profundamente. Me gustaba nuestra amistad y disfrutaba mucho pasando el tiempo con él, cazando o charlando sobre lo ridícula que era la gente del Capitolio, siempre ufanos, grotescos, estrafalarios y preocupados de cosas insignificantes para la gente de mi distrito y de los otros distritos más pobres, que sólo se dedicaban a intentar sobrevivir y llevar una buena vida en medida de lo posible. Siempre había sido eso. Gale era mi hogar, era mi otra mitad igual, parte esencial en mi vida. Pero entonces él tenía que venir a cambiarlo todo. ¿Y yo? ¿No había yo también insinuado otro rumbo al meterme entre sus brazos por mero instinto?

Hablaba como si entre él y yo nunca hubiera existido esa chispa de algo más, había estado allí varias veces antes. Simplemente pensé que era eso, una chispa y nada más, y que se quedaría allí, porque ninguno de los dos sabía exactamente qué significaba; Gale seguía besándose con chicas atrás de la escombrera y yo seguía espiando a Peeta por un espejito. Ya no era así. Me había besado y me había dicho que me quería. Yo me preguntaba si de verdad lo decía porque lo llevaba desde hace tiempo y simplemente no estaba preparado para admitirlo, si quizá no se sentía listo para comprometerse conmigo en una relación y dejar su «yo» de Don Juan o si estaba compitiendo con Mellark.

¿Ese «te quiero» procedía desde la verdad de la epifanía o desde su orgullo herido?

Y si me culpaba por incitar a Gale, también debía hacerlo por animar a Peeta. Había salido con él, yo fui quien lo besó, era yo quien esperaba detrás de la casa de Haymitch a que Peeta llegara y saber más de él.

¿Entonces todo se había ido al traste por mi culpa? ¿O todos deberíamos de ser considerados para la condena?

Bajé la cabeza cuando Peeta por fin se dignó a presentarse. Subió los escalones del porche de la casa de Haymitch —un lugar que nadie en todo Panem más que los ganadores de los Juegos, los Vencedores, se podían permitir—. Pensé en tocar antes de que llegara y sacarle la información al dueño de la casa, al fin y al cabo, con suerte, estaría borracho y soltaría las palabras sin darse cuenta. No era un mal plan... excepto que yo era una cobarde y no quería que me siguiera insinuando cosas sobre Mellark.