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Rompí el contacto por unos segundos antes de volver a por más. Era lo único en lo que podía pensar. En mi cabeza sólo sonaba el nombre de Peeta y lo bien que se sentían sus labios contra los míos, en lo titánicos que resultaban los músculos de sus brazos, de los que me sostenía en ese momento para no caer de sentón al suelo, pues no estaba segura de que me encontrara lo suficientemente anclada a la realidad como para ordenar una respuesta a ningún músculo de mi cuerpo que se encargara de sostener mi peso.

Él sabía a vainilla fresca y me volvía loca. Si tuviera una pizca de sentido común, estaría aterrorizada porque no tenía la menor idea de cómo viviría sin tener sus besos a cada segundo del día. Por más que lo intentaba, no podía pensar nada sobre él que no fuera atractivo y demoledor, que no me hiciera pedazos.

Una sonrisa. Estaba perdida. Un guiño. ¡Alguien que me atrapase! Una mirada. Él no tenía idea del efecto que tenía sobre mí.

Peeta fue quien se detuvo. Se separó de mí unos cuántos centímetros y juntó su frente con la mía. Recobramos aire antes de mirarnos de nuevo.

—Pues si te soy sincero, no me esperaba eso —su semblante transmitía felicidad y gozo.

—¿Y tú crees que yo planeé la emboscada? —objeté.

—Me gustaría pensar que sí. Me flechaste, Katniss, ¿a qué otra cosa podría aspirar sino a una emboscada tuya? —me dio un corto beso entre risas que yo también soltaba. Era ridículo, pero me gustaban sus juegos de palabras, tanto los que eran un tropiezo como los que eran a propósito.

—Deberíamos salir de aquí —sugerí, por fin recobrando un poco de razón.

—¿De verdad, tan pronto? No quiero despertar del sueño todavía. Me gustaría dejar pasar un rato más para asegurarme de que esto es real... pero no sé cuánto tiempo me llevaría. Necesitaría..., tal vez, congelar este momento... para siempre, quizás.

—Por favor, Peeta, te aburrirías viviendo en él.

—No. No si es real.

—Piénsalo bien. Sería mejor si no lo fuera. De esa forma nos evitaríamos pensar en que tú y yo pertenecemos a expectaciones separadas —insistí—. Mira a mi madre, Peeta. Terminó así por irse de su casa para huir con mi padre. No cometas el mismo error.

Lo meditó. Las ideas llegando y abandonando su cabeza hasta que tuvo algo claro para compartir.

—¿Alguna vez le has planteado algo así a tu madre? ¿Le has preguntado si se arrepiente de huir con tu padre? —soltó—. Porque me da por pensar que de lo único que ella se arrepiente es de no haberlo hecho antes para tener más tiempo con él.

Fruncí los labios. Todavía si me animara a preguntarle algo a mi madre más allá de qué plantas necesitaba que recogiera del bosque, dudo mucho que ella compartiría algo tan personal como eso conmigo. Existían cien veces más oportunidades de que yo me volviese rica a que mi madre contara algo sobre papá. Ella no se arriesgaría a perder ninguna valiosa memoria dejándola escapar entre sus labios para compartirla con alguien más, aunque se tratara de mi propio progenitor.

—No sabes de lo que hablas. —le contradije—. Mi madre vive en su mundo, Prim es a la única que escucha. Yo soy un recuerdo demasiado doloroso como para soportar que le haga una pregunta como tal. Estás fantaseando. No aguantarías un día viviendo en La Veta.

Era en serio. Por más que nosotros peleáramos por cualquier cosa, nuestra vida terminaría siendo miserable. Lo mejor era que cortáramos los sentimientos de raíz entonces, cuando todavía podíamos hacerlo. Él estaba cegado. Si su madre nos encontrara allí, lo correría de su casa y lo negaría por el resto de su vida; el señor Mellark podría intentar ser menos agresivo, pero terminaría cediendo ante su esposa y Peeta perdería su hogar y su familia por algo tan insignificante y minúsculo como yo. Su mejor chance era Delly Cartwright, bien decía la gente que casarte con tu mejor amigo era un acierto en la vida. Ambos doblarían las ganancias de su familia si lo hicieran y se asegurarían una buena vida, si es que la guerra civil no terminaba arrasando con todo y todos.

ERES TÚ | THG EVERLARKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora