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Flexioné el brazo hacia atrás y lancé con fuerza el cuchillo que traía en la mano hacia el suelo, la suave consistencia de la tierra permitió que este se hundiera y terminara clavado a mitad del área cubierta de hojas, ramas y algo de césped, aunque era más como un musgo. Entonces devolví mi ira hacia la persona que tenía enfrente.

—¡Y una mierda, Gale! —le grité a la cara— Te gusta Madge Undersee ¿Sí o no?

—¡No! —repitió una vez más.

Oigo un gruñido escaparse de mí.

—¡No me mientas! Tiene sentido. —recriminé—. Hemos estado tantos años tú y yo solos y vienes y me besas cuando Madge está lejos y cuando Peeta se atreve a pedirme algo más. No puede ser toda una coincidencia.

Gale tensó la mandíbula, estaría apretando sus dientes, justo como yo lo hacía en ese tipo de situaciones. Bufé. Sí que éramos iguales.

—Así que es verdad —deduje ante su falta de excusas—. ¿Estás enamorado de Madge?

—¿Enamorado? ¡No!

Él me miró con sospecha de locura. Se le estaría pasando por la cabeza que, por fin, después de tanto tiempo, había terminado por perder el último tornillo que mantenía mi cabeza funcionando. Existía la posibilidad de que sus suposiciones no fueran tan erradas. Quizás esta vez de verdad agoté mi cerebro.

—Sólo te atrae —sugerí con más calma, intentando leer a Gale de alguna manera, pues sus palabras eran poco comunicativas.

—Eso es, sólo... es guapa y ya está. Jamás podría pasar algo con Madge. —confirmó— Tú y yo tenemos más sentido.

Su confesión fue un golpe en el estómago. Entre sus varias costumbres no se encontraba llamar guapa a cualquier chica del montón. No entendía cómo no me percaté de que había algo entre esos dos, cuando convivíamos a diario; en cambio, Peeta se había dado cuenta con un par de vistazos y sumando dos más dos. Ahora me sentía como un sobrante a pesar de que fui yo quien probó los labios de Gale primero... o al menos eso creía yo. Pero atraer no era lo mismo que querer. Yo no quería pertenecer a una especie de triángulo —más como un revoltijo que una figura bien formada— amoroso. Quería cazar, aprender más sobre plantas, sobrevivir, no salir sorteada en Los Juegos (porque lo que sea de cada quién, era bastante peligroso concursar) y ya está.

Este asunto se hacía cada vez más y más grande y las cuestiones sin resolver también crecían. Estaba ansiosa por que Madge volviera y así pudiera responder todas las preguntas que no dejaban de dar tediosas vueltas en mi cabeza.

—¿Estás enamorado de mí? —Decidí ser directa. Quizás llegaría a ofender a alguien, pero ya estaba harta y la manera más fácil de llegar al fondo de esto era hablando las cosas sin pelos en la lengua.

—Eso creo.

«Mierda, Gale. Cómo no, tenías que hacerlo más difícil» —pensé.

—¿Por qué?

—¿Eh?

—¿Por qué? —repetí. Me mordí el interior de la mejilla. Me parecía estar bien y en paz con el «te quiero». Amor era otra cosa, una que yo no estaba segura de sentir por Gale en un enfoque romántico. Dudaba que él mismo supiera cómo era experimentar ese tipo de amor, pues claramente adoraba a su familia y hacía muchos sacrificios por ellos. Pero yo no era familia. Yo era alguien bastante cercano a él en una situación similar a la suya, un contacto de confianza, un viejo hábito.

—Porque siempre hemos sido tú y yo, Catnip. Sólo... encajamos. Es lo que debe de ser. Somos cazadores de la Veta. Ambos perdimos a nuestros padres en el mismo accidente, ambos odiamos el Capitolio...

ERES TÚ | THG EVERLARKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora