Capítulo 30

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Thomas Bale

Jugueteo nervioso con mis dedos sin despegar mis ojos de la caja de terciopelo roja cerrada en la mesa frente a mí.

El ruido en el pequeño bar me resulta bastante ensordecedor y hasta es posible que en otras circunstancias sería totalmente molesto, por lo que ya me habría levantado e ido nada más entrar.

Es más, aun quiero irme, pero no puedo.

Ella va a llegar en cualquier momento.

Todavía me cuesta creer que haya aceptado encontrarse conmigo después de todo lo que pasó las últimas dos semanas, casi tres. Sinceramente, cuando la llamé por la mañana esperaba que vaya a mandarme a la mierda, no que me preguntara como estaba.

¿Ella me preguntaba a mí como estaba?

Llevo mis codos encima de la diminuta mesa y refriego mi cara con frustración. De repente no me siento preparado ni para esto ni para nada, debería irme antes de que llegue y volver a hablar con ella en unas semanas.

Sí, voy a hacer eso.

Dejo veinte dólares encima de la mesa por mi soda y tomo la cajita de terciopelo casi como si quemara. Estoy por guardarla en mi bolsillo cuando levanto mis ojos y la veo.

Su cabello castaño está mucho más desarreglado que las pocas veces que la vi, aunque se nota que se esforzó por verse bien. A su vez, lleva maquillaje, no mucho, pero lo suficiente para creer que tapa sus ojeras.

Los ojos marrones de Rose se clavan en los míos y un escalofrío me recorre completo. Luego, sonríe ligeramente sin mostrarme sus dientes, sino para ser cordial. Sin embargo, no se movió ni un centímetro desde que me vio y varios metros nos separan, como si no supiera si puede acercarse a mí sin que explote.

De nuevo.

Sin decir una palabra, solo aparto mis ojos de ella para volver a sentarme en la incómoda silla de este bar de mierda. Por instinto, guardo la caja en mi bolsillo.

Solo un par de segundos después, Rose ocupa la silla frente a mí y vuelve a sonreírme con dulzura.

-Me alegro que me llamaras, Thomas. –rompe el silencio pasados unos segundos eternos de incomodidad.

Asiento con mi cabeza viendo a un punto perdido en la mesa de madera.

Debería haberle cancelado cuando tuve la oportunidad, mierda.

-Te ves mucho mejor que la última vez que nos vimos. –insiste ante mi silencio. -¿Cómo estás?

Y ahí estaba la pregunta.

La maldita pregunta que nadie dejaba de hacerme.

-Estoy bien. –pronuncio y mi voz sale ronca.

No recuerdo cuando fue la última vez que hablé antes de esta mañana.

Paso mis dedos por las marcas de las grietas de la mesa y puedo ver de reojo como Rose se remueve incómoda en su asiento.

-Nicholas vino a verme hace unos días. –vuelve a abrir la boca y solo deseo escuchar el bullicio de las personas en el bar antes que su voz. –Me comentó que te estuvo llamando y no pudo hablar con vos.

-Estuve ocupado. –miento.

-Me imaginé. –dice con suavidad y puedo suponer que está sonriendo.

Suspiro sonoramente y me atrevo a levantar mi mirada hacia a ella.

-¿Cómo es que no me odias? –pregunto por fin.

Después de lo que pasóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora