En la oscuridad

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Treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres. El chico se levantó del suelo, sin antes tomar su linterna. Miró a su alrededor y contempló la escena sangrienta que había hecho. No, no se sentía para nada orgulloso, pero no había tenido otra opción. Sin embargo, el olor y el peso de la culpa comenzaron a revolver su pequeño estómago, lo que lo hizo vomitar en el suelo. Respiró un momento, a pesar del inmundo aroma. Se secó la boca con su camiseta, mientras pensaba en lo hermoso que sería por fin salir de allí. Pero algo, una fría mano le tocó el hombro. Rápidamente el niño se volteó, perdiendo el control y cayendo en su propio charco de sangre y vómito, pero al parecer no había nada. Sin embargo, un escalofrío extraño comenzó a recorrerle la espalda, y pudo sentir un par de ojos mirándole. Sacudió su cabeza, recordándose a sí mismo que eso no era posible. Dio un par de pasos hacia atrás, para después voltearse y correr antes de que llegar alguna otra bestia. Su descuido lo había llevado a ese lugar, y ahora debía de escapar por su propia cuenta. 

Pasaron diez minutos. La sensación seguía allí. Pero ya había mirado muchas veces por detrás de él y estaba claro que estaba solo. Eso fue lo que le hizo aumentar el paso. Su linterna no lo abandonaba, y siempre le iluminaba el camino, haciendo que su aventura fuera menos espeluznante de lo que podría ser, pues nadie, ni el más valiente en la tierra, puede salvarse del terror que es tener que pasar en la oscuridad. El chico comenzó a caminar más veloz. No pudo más. Se dio la vuelta, tomó una piedra y la lanzó a la oscuridad, donde ésta golpeó algo. Veinte rápidamente iluminó la zona, donde pudo por fin notar qué era eso que lo estaba observando. El gnomo se estaba sobando la cabeza, pues la piedra que le había caído en la cabeza había sido muy dura. Después se fue corriendo de allí, cayendo accidentalmente en una abertura en el suelo. Veinte dio un suspiro de alivio al ver que su seguidor no había sido ningún monstro. O eso había sentido por un momento. Un susurró le llegó al oído. Se volteó, ahora sin caer al suelo. Allí, en la oscuridad, pudo verla. La bestia lo miraba, ocultando su rostro y su cuerpo con una gran capa negra. La hembra se elevó del suelo, levitando y comenzó a acercarse al niño. El chico de verdad quería correr, pero sentía que no podía moverse. Las sombras le sostenían en todo el cuerpo. Tratando de soltarse de ellas, dejó caer su linterna, apuntándole en su cuerpo y haciendo así que las sombras lo soltaran. Ahí ideó un magnifico plan. Las sombras no les gustaban la luz, y ella era un ser totalmente hecho de sombra. Se lanzó al suelo, estirando su brazo para tomar su linterna, pero la bestia, notando lo que el chico había planeado, sin siquiera tocarla, logró lanzar la linterna, y ésta cayó por la abertura. La sombra trató de tomar al chico, pero él logró esquivarle girando por el suelo. Velozmente se levantó y comenzó a correr de ella, pero el monstro era bastante rápido, pues la oscuridad era su zona, y allí era total. El chico miró el hoyo, y la caída no se veía del todo agradable. Pero ella ya estaba casi detrás de él. No tuvo tiempo de pensar mucho y, de un salto, comenzó a caer, llegando así a lo que parecía ser un gran baño. Miró a su alrededor. La oscuridad seguía allí, pero no era tan grande como la de la otra habitación. Se levantó del lavamanos y bajó al suelo. Allí, en la pared, pudo ver la linterna que lo había acompañado por tanto tiempo. Corrió hacia ella y la tomó, pero ésta al parecer se había dañado, y su luz protectora ya no funcionaba. Miró el techo, justo en la abertura por donde había llegado. La bestia estaba bajando lentamente. El chico le lanzó la linterna, buscando tal vez lastimarla, pero ella lo atrapó con su mano, la observó por un momento y, con una facilidad aterradora, la hizo pedazos. El chico abrió la puerta de madera y salió de allí corriendo, olvidando cerrarla. No dejaba de correr. Sentía que la chica estaba pisándole los talones. Cruzando por un hoyo en la pared, llegó a una zona bastante más iluminada. Allí pudo tomar más aire. Miró en la pared. El fuego de la linterna estaba encendido, llenándole de luz la cara. Sabiendo que le sería útil, la tomó. Se llevó una gran sorpresa al observar a su alrededor. Pues no había uno ni dos, sin que había cientos de monstros, todos sentados en mesas, llevándose a la boca una gran cantidad de comida no muy apetitosa. El chico pensó que regresar, sin embargo, ella seguía detrás de él, así que no tuvo otra opción que atravesar el gran comedor. Tomó aire y, cuando se sintió preparado, comenzó a correr por detrás de todas esas bestias salvajes. Por un momento éstas no parecieron percatarse de la presencia del chico. Hasta que una de ellas lo volteó a ver. Como si la comida de su mesa no fuera suficiente, se lanzó al suelo y empezó a perseguir al chico. Veinte subió por una silla vacía y subió a la mesa. Allí, pudo ver cómo los monstros esturaban sus brazos tratando de alcanzarlo, pero estos eran tan obesos que no lo lograban. Aun así, Veinte no podía moverse, pues un paso en falso podría hacer que uno de ellos lo alcanzara. Miró a todos lados, pero no parecía haber ninguna salida. Los monstros eran incontrolables y, además, muy descuidados. Todos, buscando atrapar al chico, accidentalmente dejaron caer todas las lámparas del lugar y, con su propio cuerpo, apagar el fuego, dejando el lugar en completa oscuridad. Veinte sostuvo con mayor fuerza su lámpara. Ella había podido entrar, pero el resplandor del fuego lo alejaba de él. Tratando de apagar la lámpara, dio un soplido en el fuego y, aunque pudo debilitar la llama, ésta siguió encendida. El chico trató de escapar por un lado, pero la luz le dejaba ver a una bestia con el brazo estirado. Se dio la vuelta y corrió hacia otro lado, pero sólo pudo ver la misma imagen. Una mano estuvo a punto de tomarlo del pie, pero Veinte logró evitarla, pero cayó en la madera de la mesa y soltó su lámpara. Rápidamente se levantó y notó que la luz estaba alejada de él. Miró por encima de su hombro, y pudo ver que ella se acercaba a toda velocidad. Cuando la bestia logró tomar su mano, el chico tomó la lámpara y, dando un grito, la lanzó hacia la sombra, encendiendo ésta en llamas y haciéndola gritar de dolor, dejando caer su capa y mostrando su verdadera figura arácnida. La bestia de ocho patas comenzó a moverse desesperadamente por toda la habitación, soltando incontables chillidos y llenando la mesa, las cortinas y la ropa de los monstros de fuego. La habitación comenzó a arder. Veinte saltó al suelo y comenzó a correr lejos de allí, mirando la escena que él mismo había provocado. Llegó frente a una puerta, pero antes de que la pudiera abrir, la manija de ésta comenzó a moverse, y Veinte, sabiendo que podría ser otro monstro, se escondió al lado de ella. La puerta se abrió y ocultó al mismo tiempo al chico. De ella salió una gran figura femenina, cubierta por un kimono rojo y un lindo cabello. Veinte, viendo que la mujer estaba distraída, entró por la puerta y comenzó a correr.

No dejaba de sudar. Estaba demasiado cansado. Había corrido como loco. Se recargaba con sus rodillas. No sabía bien a dónde podría ir. Pero pensó en lo genial que sería beber tan sólo un sorbo de agua. Sin embargo, algo estaba mal. Él lo sabía, no estaba sólo. Se puso recto, listo para atacar a lo que sea que le llegara. Sintió algo. Una mano, una cálida mano le tocó el hombro. Veinte volteó.

Little Nightmares - HungerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora