Nueve

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Setenta y nueve, ochenta, ochenta y uno. El barco estaba por partir. Las primeras dos visitas fueron un éxito, los monstros llegaban encantados, felices de escapar del horrible mundo de afuera, donde la comida no sería ningún problema para nadie. Sí, ninguno sabía que el destino de la mayoría no sería el que deseaban. La mujer del kimono rojo estaba ahí, viendo cómo subían, iniciaría la tercera expedición. En el equipo se hallaban dos chefs hermanos cuya cara era cubierta por una máscara. Ella les hizo entrega de esas máscaras, y les obligó a llevarlas puestas en todo momento. También se unía un nuevo trabajador: un hombre de brazos largos, el cual no contaba con piernas, pero sí con pies para desplazarse. Con él en las fauces se tendría control sobre los niños, y así habría menos fugas. Cuando el último pasajero subió a la isla, el puente se cerró. El hombre del saco en la cabeza miró a la mujer del kimono rojo; sin ninguna palabra, él ya sabía su misión. Así, el barco se fue, y la mujer entró, dirigiéndose a su cuarto. Allí estaba ella, Tara, su hermana, cuidando de la pequeña niña que nació con una marca en el cuello. 

-Lo harás otra ves- Dijo ella. No hubo respuesta- ¿Por qué? ¿Tu apariencia realmente te afecta así? ¿No es algo muy desesperado-

-Lo es- Dijo con una vos rasposa. La mujer con máscara blanca fue al otro lado de la habitación, donde six, o la que sería Six en unos años, se encontraba gateando en el suelo.

-¿Aún no piensas en un nombre?-

Tampoco dio respuesta. La tomó, y comenzó a darle pecho a la niña. 

-¿Tú?-

-Creo... que Jaiden le gustará- Tara observó a la niña, y ella le sonrió.

La mujer observó a su hija. Si algo le gustaba de los bebés es que su tierna cara no marcaría por completo el cómo se verán en el futuro. Ella estaría dispuesto a cuidarla si heredaba su fealdad exterior...

Años pasaron. Tara decidió que alegaría lo que pudiera a Jaiden de su hermana, y de su prima; cualquiera podía ver que ellas tenían un aura maligno el cual no estaba dispuesto a compartir con su hija.

En cuanto a ella, seguía y seguía consumiendo almas, siempre esperanzada en obtener el poder de arreglar su rostro, de alimentarse y aumentar su poder, cumpliendo los dos últimos objetivos. Constantemente se observaba en el espejo, llorando por horas. A veces observaba la marca en sus muñecas, recordando esa vez que quiso dejar todo atrás antes de arrepentirse. A lo lejos escuchó a su hija caminando tranquilamente. Ella no podía creer que los genes habían sido amables con ella, no sólo eso, la habían bendecido con una belleza que jamás había visto antes. Aunque ella se veía cómo una niña normal, claramente estando rodeada de cientos de bestias deformes ella resaltaba. No podía permitirse eso, e hizo lo que más le pareció correcto. Six se acercó a su madre, lentamente, esperando hablar con ella. Su madre la miró por encima del hombro, girando lentamente su cabeza. Hubo silencio... Y ella se lanzó a su hija, lanzando sus colmillos, sacando sus garras, disparando un aire oscuro y siniestro. La niña se durmió. Pensó en qué hacer con ella; matarla sería algo bastante inhumano, inclusive para ella. Entonces pensó... Claro, el fondo, era imposible que saliera viva de allí, no tomaría mucho para que un monstro la acabara. Metió a su hija en una maleta, fue hacia el depósito de basura y sin un poco de compasión la arrojó. Ya no sería un problema en absoluto. Pero aún quedaba un problema... Su sobrina era igual de hermosa que ella. Tenía que acabarla también.

Tara se quedó estupefacta, lo había visto todo tras las cámaras, y sabía exactamente el por qué, conocía a su hermana más que nadie. Su hija entró a la sala. Jaiden había crecido sana, y Tara trató que fuera una niña de lo más normal, pero en un lugar como ese era prácticamente imposible. Sin embargo, siempre le tuvo un respeto a su madre, y un miedo a su tía, miedo que su madre le sembró para alejarla de ella.

Little Nightmares - HungerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora