Diecinueve

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Cuarenta y seis, cuarenta y siete, cuarenta y ocho. Al despertar, sintió el otro lado de la manta fría. Estiró sus dedos, buscando el calor de Sarah, pero no encuentra más que la basta funda de lana del colchón. Seguro ya se había levantado para la rutina matutina. Se apoyó de un codo y se levantó un poco; en el dormitorio entraba algo de luz, así que pudo verla. Sarah, su compañera de cuarto, tomando el cuchillo encima del mueble.

-Buenos día- Dijo Diecinueve, a lo que ella le contestó

-Buenos día, Victor-

Él se bajó de la cama y se puso las botas de cazar, cuya piel suave y fina se adaptaba bien a sus pies. Después de asegurarse de que Sarah no lo viera, se quitó el pijama y rápidamente se puso unos pantalones y una camiseta; Encima de eso, se puso su prenda preferida: Una capucha negra que, al quedarle algo chica, nunca llegaba a abrocharla. Ésta la usaba en los días calurosos o de lluvia, pues su capucha lo cubría bien. Era una bendición tener a Anna en el grupo, pues ella podía hacer ropa decente y así hacer que no todos tuvieran que llevar un trozo de tela sucia. Por último, tomó un saco y lo ató a su pantalón.

-¿Los demás ya están despiertos?- Le preguntó Diecinueve.

-Míralo por ti mismo- Le contestó ella, cubriendo su largo cabello oscuro bajo una gorra. Diecinueve se posicionó delante de la puerta, extendió su brazo y la abrió. El refugio estaba ubicado en el sótano de una casa abandonada. Y aunque efectivamente ésta estaba abandonada, aún debían mantener precauciones sobre los monstros que pasaban fuera. Sin embargo, eso significaba que no subieran de vez en cuando a la sala de estar o a la cocina. Pero ya todos los salones de la casa habían sido observados de pies a cabeza, y todo lo que les pudiera resultar útil ya lo habían tomado; y la comida seguía siendo una necesidad. Por lo que Diecinueve y otros, se veían en la necesidad de salir a cazar comida para el grupo. Y eso era lo que él iba a hacer. Tranquilamente, sin preocupaciones de que algo lo quisiera devorar, fue a la esquina de la habitación, donde estaban todas esas primitivas armas: Arcos de madera y cuerda, martillos y cuchillos de piedra y, el que Diecinueve sabía manejar de manera casi perfecta, una lanza. Al tomarla, alguien le habló detrás. No era otro que su amigo Don, que pasó a saludarlo.

-Qué bien que despertaste-

-Bueno, no podía pasarme todo el día en cama, ¿Cierto?-

-Sam hará otro intento de vuelo. ¿Quieres verla?-

-¿Otra prueba? Nunca le ha salido bien. Prefiero ir a cazar-

Los dos chicos subieron las escaleras y salieron del sótano. Allí, vieron toda la casa la cual, si en esa ocasión hubiera sido de noche, les habría causado un terrible pavor. Sin embargo, el sol, al estar despierto, dejaba entrar luz por las ventanas rotas, y el lugar se veía bien iluminado. Ambos salieron de la casa, y fueron iluminados por el gran resplandor del sol.

-¿Seguro que no quieres venir? Tal vez ésta sea la buena- Le preguntó una última vez Don.

-Está bien. Vuelvo pronto- Diecinueve comenzó a alejarse.

-Ok, ten cuidado- Se despidió Don, y fue a contemplar la prueba de vuelo número 19. Diecinueve preparó su arco, listo para lanzarlo a la primera ardilla que viera moverse. Corriendo, pasando entre los árboles, llegó hacia la gran cerca. La casa ya estaba posicionada en un bosque, sin embargo, esa cerca demostraba que de ahí en adelante no había más que árboles, tierra y, mucho más lejos de ahí, se llegaba a un gran acantilado, donde algunas veces lanzaba cosas como piedras, basura y tablones viejos. Velozmente, pero con algo de dificultad, Diecinueve escaló por la cerca y cruzó al otro lado. El chico caminó durante unos minutos, dando cada paso cuidadosamente, ya que el menor ruido podía espantar a animales cerca que bien lo podrían alimentar. Mientras caminaba, no dejaba de tararear una vieja canción que su grupo solía cantar en las noches de hogueras. Esas noches le resultaban bastante divertidas, pues además de la comida, todos se juntaban para hacer canciones que, aunque dieran pena ajena, los hacían pasar un buen rato; también solían contar historias, o como él los llamaba, intentos de historias, pues las incoherencias y coincidencias no se hacían esperar. Él amaba su hogar, sin embargo, no dejaba de preguntarse si había más chicos como ellos lejos de todo. Por eso siempre deseaba en cada intento de vuelo que éste diera resultado, pero después de tantos intentos fallidos, la mayoría del grupo, incluyéndolo a él, habían perdido las esperanzas. Detuvo sus pasos al verlo: Un jugoso conejo blanco que se encontraba buscando alimento para sus crías. Al verlo, se le hizo agua la boca, pues no muchas veces ellos tenían el placer de un buen desayuno. El chico preparó el arma, se paró con una rodilla, tomó aliento y, cuando se sintió preparado, lo lanzó hacia el pequeño animal, asesinándolo en un instante. Diecinueve corrió hacia su presa y después de sacarle el arma lo metió al saco. Era una buena caza, sin embargo, demasiado poca. No alimentaría a todos con sólo eso, y si bien no era el único que salía a cazar, era el que más comida le gustaba llevar. Miró hacia delante, y no lo pudo creer. No había otra cosa que un venado, mirándolo a los ojos. A Diecinueve y ale había costado creer que hubiera animales como conejos o ardillas en un lugar como el suyo, plagado de monstros. Y ahora, ¿Un venado? Y aunque pudiera haber pensado en raptarlo, buscar un venado hembra y hacer que se apareara, el chico no pensó en otra cosa que llevárselo a casa a ser cocinado. Sin embargo, al preparar la lanza, accidentalmente rompió una rama con su pie, y el animal comenzó a correr más profundo en el bosque, a lo que Diecinueve empezó a seguirlo. Paso a paso. Diecinueve no perdía de vista al venado. Sin importar lo profundo que estuviera entrando al bosque, él llevaría al animal para cenar, y aunque el chico no notara qué tan lejos se había adentrado en el bosque, estaba seguro de que no se perdería, pues él ya tenía experiencia en lugares así.

Little Nightmares - HungerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora