Once

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Cincuenta y cinco, cincuenta y seis, cincuenta y siete. Once había cumplido once años y, en lugar de pasarlo en una fiesta, se pasó el día escondiéndose; Aunque de todas formas no tenía idea de qué día era. La ciudad estaba plagada de esos monstros. Once estaba allí, en las cloacas. El olor era terrible, pero era mejor que estar junto a ellos, junto a los monstros. Se abrazó sus piernas, mientras miraba la luna menguante en el cielo. La soledad era su única amiga. Estaba feliz de tener un lugar seguro, un lujo que pocos se podían permitir. Pero en el lugar no había comida sana, y su cuerpo no podía procesar zapatos viejos o plástico, eso lo sabía por experiencia. Su estómago rujió, y él no pudo negarlo: Necesitaba comida. Nada nuevo. Sólo entraría a esa casa, robaría comida y regresaría, como ya había hecho antes. Aunque él no era bueno luchando, sí era alguien bastante escurridizo; Eso es lo que lo había salvado muchas otras veces. Se abrió camino hacia el fondo de las cloacas. La oscuridad era total, pero él ya se sabía el camino de memoria. Así, llegó a las escaleras. Subió en éstas. Abrió suavemente la escotilla, y miró por fuera, asegurándose de que no hubiera muros en la costa. Salió del suelo, y corrió rápidamente hacia uno de los faroles rotos. Allí, se dirigió paso por la banqueta peatonal. Agachando su cabeza. El lugar que buscaba no estaba lejos. Se posó frente a la puerta. Eso no era nuevo, sólo necesitaba robar algo de alimento. Pero esa vez, su plan tomó una ruta diferente. A su derecha, ese sonido le llamó la atención. Podía verlo, lo que parecía ser otro niño. Once se quedó pasmado, pues había pasado mucho sin tener contacto humano. Ambos se miraron a los ojos. Once tragó un poco de saliva. El niño dio un paso atrás, antes de voltearse para salir corriendo. Once corrió detrás de él, pensando tal vez que lo llevaría junto a otros chicos. Daba gracias a Dios de que fuera de noche, pues a ésa hora muchos de los monstros estaban dentro de casa. El niño dobló por una esquina. Once, que no dejaría que se escapara, siguió tras él. Allí, se arrepintió de la decisión que había tomado. El niño estaba entre los dedos de esa bestia. Ésta era de un inmenso tamaño. Se cubría con una gran chaqueta, con un sombrero stingy brim. Su cara estaba por un gran trozo de tela. El monstro tomó un saco del suelo, en el cual metió al niño. Después, tomó el saco, y corrió en dirección a Once. Éste se dio la vuelta, y comenzó a correr. Sin embargo, al concentrarse en escapar, no notó el camino erróneo que había tomado. Se había alejado de las casas, para ir al centro de la ciudad, lugar al que sabía que nunca debía de ir. Corriendo por la calle, agachó su cabeza, pasando por entre las piernas de una bestia, que lo miró confundido. Once miró detrás de su hombro, y observó cómo el monstro del saco empujó bruscamente a la bestia que había esquivado, tirándola al suelo. Once regresó su mirada hacia el frente. Allí notó que chocaría con una bestia con cierto aspecto femenino. Para evitar esto, se detuvo bruscamente, pero antes de caer recobró rápidamente el equilibrio. El monstro del saco seguía detrás de él. Giró a su izquierda, y siguió corriendo. Se dirigió rápidamente a lo que parecía ser un pequeño puesto de frutas viejas. Escaló rápidamente en éstas y se escondió entre unos plátanos viejos. El hombre del saco llegó corriendo. Logró ver a dónde se dirigió once, pero no pudo ver en cuál de las canastas se había metido. Tomó una canasta llena de manzanas y la puso de cabeza, haciendo que todas éstas cayeran al suelo. Once, viendo que pronto lo encontrarían, decidió buscar algo con lo que defenderse. Cerca no había algo muy útil. No pensó que unas bananas pudieran ser como arma útil. Rebuscó entre sus bolsillos, pero no tenía nada más que un pequeño frasco con agua. Metió éste de regreso, cuando sintió un balanceo. El monstro tomó la canasta con los plátanos y le dio vuelta. Once cayó bruscamente al suelo. El hombre del saco estiró su mano para tomar al niño, pero él se levantó rápidamente, corriendo lejos de allí. El chico se alejaba de esa zona.

Pasaron varios minutos. El chico estaba recuperando aire. No tenía idea de cuánto había corrido, pero creía haber despistado al monstro. Tras descansar un poco, decidió salir de ese callejón. Miró a ambos lados. No sabía bien en dónde estaba, pero creía saber el camino de regreso. Dio dos pasos, cuando, de una esquina, apareció el monstro del que había escapado. En un momento consideró entrar de regreso al callejón, pero de hacer esto, terminaría acorralado. En lugar de eso, se volteó para escapar del monstro. Pero once no miró su camino. El chico miró al monstro, y no notó el empinado por el que caería. Éste era bastante corto, pero eso no le impidió llenarse de tierra la ropa y cara; Además que el rodar que tuvo fue muy veloz, lo cual le hiso chocar fuertemente contra una roca.

Little Nightmares - HungerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora