Capítulo 26: Compasión

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Hola gente bonita, perdón por la tardanza. He estado con problemas de ansiedad últimamente que me impiden escribir, además de que el capítulo está más enfocado a emociones que otra cosa, por lo que es doblemente difícil para mi de relatar, aun así, espero que sea de tu agrado. Gracias a kiara15xDereh1erehgreengld_mwhaleDaniichiEngelhasttargentinazafon_AL_333DarlingMartinez287fkimbuSabrina12LOarlertquinnwrafagauzumakicato007toziervibesAleStar26mMariela2003mmceciliavaca78999999999909jmayonnnaiseSoftTwilightAlexKemyMeidelyGilsmothxewingseokjiniekokonaidesaPorolitab44byfrogg, Lya_la_rara y a ylashe por los comentarios en el capítulo anterior, y a todos quienes leen esta historia 

★★★

Eran los tacones de sus botines muy pesados o quizás sus piernas las que apenas podían lidiar con la fatiga al estar corriendo sin parar de un lado a otro desde la mañana; solo se detuvo por un momento para recomponerse y estirar las piernas, pausa que duró la nada misma antes de que volviera a ponerse en marcha. El ritmo era agotador, sin embargo, Carla no podía permitirse el lujo de descansar cuando era la encargada de vigilar que todo funcionara como correspondía; era la dueña y jefa de Jaeger Kaffee, y debía de mantenerse firme para no tirar a la basura el esfuerzo de tantos años. Sin embargo, jamás pensó que sería más agotador tener que lidiar con la irresponsabilidad de sus empleados que el desgaste físico, y era aquello lo que la tenía constantemente de mal humor. Apenas les despegaba el ojo de encima éstos cometían errores que le costarían clientes, y los clientes significaban dinero: eran su sueldo y lo que mantenía al café en pie.

Aunque no necesitara dinero, a Carla le hacía bastante feliz el no tener que depender de su esposo para mantener el hogar; además de darle un nuevo sentido a su monótona rutina. Era tanto el entusiasmo que tenía desde que instaló el local que logró rápidamente convertir a la pequeña residencia en una de las cafeterías más reconocidas del sector. Algo bueno que tuviera el ser perfeccionista, pensó para sí misma, además de conseguirle una que otra cana entre medio de sus castaños cabellos; por lo mismo, la mañana había estado bastante movida al encontrarse en la primera semana de un nuevo mes. La reposición de inventario siempre le daba vuelta la cabeza y nadie se había ganado la confianza suficiente para poder delegar tal tarea.

Con la llegada del cambio de turno de la tarde, Carla pensó que al fin podría descansar en la comodidad de su oficina de tan frenética jornada, pero las cosas difícilmente sucedían como quería: se vio obligada a permanecer a cargo de la caja puesto que alguien se había ausentado sin previo aviso.

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