Capítulo 32: Sombras en la Niebla

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Querido lector: no es un sueño, actualicé. Nos vemos abajo!

★★★

Cuando abrió los ojos se dio cuenta de que los hibiscos iniciaban su florecimiento, resplandeciendo en un delicado amarillo en el jardín de enfrente, un color que llenaba su pecho de nostalgia. La primavera había llegado dejando atrás al frío, el clima ya era lo suficientemente agradable para salir a trotar por las tardes bajo el pretexto de encontrarse con sus amigos. Era una verdad a medias. Víctima del insomnio, comenzaba su día a las cinco corriendo por el barrio antes de prepararse para ir al instituto, y al salir del gimnasio vagaba hasta que el agotamiento hacía mella en sus piernas. Aquellos momentos eran su precioso espacio de desconexión, la única ocasión en que su mente callaba y dejaba de torturarlo por su existencia, y por el profundo vacío que dejó Armin al desaparecer de su vida.

Había transcurrido un tiempo incierto desde su último encuentro; los días y las semanas se habían diluido en su memoria. Ahora, intentando vivir en el presente, sentía que se encontraba varado en el camino por más que corriera durante la mayor parte de su tiempo libre. Si bien su físico mejoró, con mayor masa muscular gracias a los intensos entrenamientos que compartía con Mikasa y Jean, seguía mostrándose apagado, perdido al igual que en este momento deambulando sin rumbo por la ciudad. Fingía con sus padres que las cosas iban para bien y que no lloraba en la soledad de su habitación. La sensación de abandono lo devoraba lentamente, intensificándose desde que cesaron sus mensajes y que dejaran de encontrarse al renunciar al trabajo en la cafetería. Necesitaba verle, lo anhelaba en lo más profundo de su ser. Sin embargo, se sentía incapaz de tomar el teléfono y llamar a Armin para disculparse por haberse enamorado de él, sabiendo que Armin no quería nada con alguien de su tipo.

Con la cabeza fría y sin alcohol en la sangre entendió que Armin probablemente lo detestaba por haberse aprovechado de su vulnerabilidad durante el celo, y que debió agradecer que fuera tan poco hombre, tan mal alfa, que no fue capaz de continuar.

Todos estos sentimientos los compartía en cada sesión con Hange. Aunque consideraba que la terapia era inútil, su psicóloga afirmaba lo contrario. Era un progreso la capacidad de verbalizar sus pensamientos más guardados, que diera el gran paso de confiarle a su madre acerca de la terapia, y que con su ayuda volvió a cuidarse al comer y entrenar. Sin embargo, lo irritaba enormemente que Hange insistiera en que necesitaba medicamentos para aliviar el proceso, todo porque terminaba cada sesión llorando desconsoladamente como si le acabaran de dar la paliza de su vida. Detestaba lo que tuviera que ver con medicinas, ya le bastaba con los que su padre le obligaba a tomar a diario desde niño para añadir otro más a la lista, lo que daría la razón a quienes insistían que todo en él estaba mal. Por suerte en su última cita, Hange cambió de enfoque, recomendándole probar nuevas actividades y lugares para así sobrellevar el duelo, como solía llamar a la ausencia de Arlert en su día a día.

Por esto mismo se encontraba trotando por la periferia de su barrio antes de retornar a su hogar. Eran cerca de las nueve de la noche cuando se desvió unas calles de su ruta habitual hacia los suburbios. Absorto en las flores de un jardín, no notó que desde hace algunas cuadras era acompañado por dos desconocidos, deteniéndose justo detrás de él. Un brusco empujón lo sacó de su burbuja. Con firmeza lo inmovilizaron contra una reja; habría revertido la situación si no estuviera exhausto, empero eran diestros y rápidos en su cometido. Uno de sus audífonos cayó en el forcejeo, así pudo escuchar cómo le maldecían al oponer resistencia, y que pronto uno de los agresores empezó a revisar sus bolsillos en busca de sus pertenencias.

Mierda, definitivamente este no era su año.

Los golpes iban y venían. La adrenalina se encargó de mitigar el dolor, o tal vez era que se sentía muerto por dentro desde hacía mucho. Percibió el aroma de su propia sangre deslizándose por la nariz, inundando a sus papilas de áspero metal; escupió al suelo una mancha escarlata y su visión tornó borrosa por la oscuridad, mas no se dejaría vencer. A pesar de la evidente desventaja, debía luchar. Sabía de sus intenciones al ser un blanco fácil, era un tonto al caminar a esa hora llevando consigo unos costosos audífonos inalámbricos y smartphone de última generación, además de la cara de hijito de papá que se cargaba. Pero no era el dinero lo que le inquietaba. Estaba dispuesto a ceder, aunque a regañadientes, sabiendo que podría reemplazarlos fácilmente. Lo que realmente temía perder era lo que guardaba en él: Eran los recuerdos, los mensajes y las fotos intercambiados con Armin los que jamás volverían. Todo por ser un idiota que jamás previó que esto ocurriría. Nunca hacía copias de seguridad en la nube y ahora pagaría un alto precio por su descuido. Esas memorias eran más preciadas que cualquier herida recibida en una pelea, tanto más como si de su propia vida se tratara.

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⏰ Última actualización: Feb 10 ⏰

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