EL RESURGIR DE LAS CENIZAS

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Mi vida había cambiado. Desde la muerte de Ray era imposible que yo pudiese hacer cualquier cosa por mi propio pie, incluso levantarme de la cama se me hacía difícil sin ayuda de alguno de mis amigos o de mi propio hermano.

No quería ni respirar, el aire me ardía en los pulmones y tenía la garganta destrozada por culpa del llanto incontrolable que me acompañaba día y noche.

Mark había insistido en que fuese algún día a ver un entrenamiento del Raimon, pensando que me animaría, pero era incapaz. El solo hecho de pensar en tener que quitarme el pijama y arreglarme me abrumaba.

Por tanto, si alguien quería hacerme una visita, tenía que venir a la nueva casa que Jude, Caleb y yo compartíamos.

Ninguno de los tres fuimos capaces de volver a entrar a la casa en la que yo vi como disparaban a mi hijo en la cabeza a sangre fría, por lo que decidieron que lo mejor era irse a un lugar nuevo. Un lugar sin recuerdos.

Paolo volvió a Italia tras un mes conmigo. Aunque era algo que nunca podríamos superar, él supo aprender a vivir con ello y a tirar hacia delante. Mientras, yo me quedaba atrás y desamparada.

Axel, en cambio, había intentado por activa y por pasiva que me recompusiera. Lo intentó todo, y lo seguía intentando. Cada día venía a casa y me pedía que volviese a ser yo, me traía noticias de los chicos, alguna peli para ver en mis noches de insomnio, e incluso libros que se iban acumulando en mi mesilla de noche.

Sé que estaba desesperado. Y quería estar bien por ellos, pero me era imposible, por mucho que lo intentara, siempre fallaba.

Riccardo no se había pasado mucho por aquí. Lo entendía, no era fácil estar con alguien que ya apenas hablaba y que solía contestar con un encogimiento de hombros. Puede que hubiese venido un par de veces o tres, pero al cabo de unas semanas, cuando estuvo recuperado del todo de la lesión en la pierna, le dejé de ver.

Víctor, en cambio, se pasaba todos los días, aunque fuese a estar cinco minutos. No hablaba mucho, me dejaba seguir en mi silencio permanente, pero al menos me hacía sentir menos sola. Según él, estaba acostumbrado a estas situaciones. Vlad era bastante parecido al principio de su enfermedad y, por eso, él quería verme superarme igual que su hermano.

Todos los días era idénticos, no sabía si vivía en un martes o en un viernes, pero me solía dar bastante igual. Mi rutina clónica era lo que me ayudaba en esos momentos, era donde me sentía cómoda y me dejaba sentir el dolor con toda la naturalidad del mundo.

Pero, lo que yo no me esperaba, es que eso fuese a cambiar de la noche a la mañana. 

Perdida (Inazuma Eleven GO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora