31 - Robar

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Karoline no le temía a la sangre, ni sentía que se desmayaría al verla.

    En serio, no lo hacía.

    Su hermano era un gran y famoso policía, un general, y era normal el verlo llegar con sangre en su uniforme.

     Cuando sus padres murieron, ella había estado bañada en su sangre, y en vez de temor, sólo se hallaba el dolor por la pérdida.

     Karoline McKay no le temía a la sangre, ni sentía que por verla se desmayaría.

      No, no lo hacía, no cuando la sangre no le pertenecía...

     —¡Oh, Dios mío! —gritó.

     Sus ojos, en demasía abiertos, no se apartaban de su mano herida.

     De las agujas,

     De la sangre.

     No podía apartar la mirada.

     —Korban —Ese era su amigo, su jefe, llamando su atención, pero ella no podía, ella no podía quitar sus ojos de las inmensas agujas que, en el momento, estaban siendo retraídas por el extraño artefacto brillante que comenzó con su agonía—. Karoline, mírame.

     —Hay...  m-mucha sangre —musitó, con los labios temblando—. Y-y toda es mía.

     —Karoline.

     —¿Cuando cierre los ojos es cuando moriré? —La cuestión salió sin aliento—. No quiero morir.

      Por fin, pudo levantar la vista, y fijarse en los ojos bicolor del contrario.

     Él la estaba ayudando, trataba de calmarla, y lucía preocupado.

     Pero algo...

     Algo se sentía extraño en el aire.

     O no era el aire, algo sólo... no estaba bien.

     Sentía... que se burlaban de ella; que era el centro de atención, un tipo de... 'entrenimiento' del cual te reías.

     —Y-ya está libre de las espinas, jovencita —murmuró el hombre, el trabajador, que se había quedado petrificado por largos minutos—. Está b-bien.

      Pero Karoline no se sentía bien, no creía que estuviera bien.

      Acunó su mano, y dejó que las lágrimas de terror siguieran bajando por su rostro. Poco escuchó de Ángel llamando a emergencias.

     Poco escuchó después de que simplemente cerrara sus ojos, y por fin, por fin, quedara inconsciente.

     Ella en ningún momento notó la sonrisa en el rostro de su jefe, de su amigo, Ángel Lawler.

[Semanas después]

—No, no vas a salir —dijo su hermano, no permitiéndole continuar con su camino.

    —Debo trabajar —contestó, y siguió intentado sobrepasarlo. Sin embargo, este no cedía—. Por favor, Manuel, tenía la incapacidad hasta hoy. Puedo regresar, puedo hacerlo. Por favor-

     —Por ese trabajo tu mano se volvió un desastre —replicó él—. Sabes las reglas, Karoline: Si te hiere, debes alejarte.

     —Fue un accidente —intentó de nuevo—. Y mi mano... mi mano está bien.

     Manuel hizo oídos sordos. Repitió:

     —Si te hie-

     Ella enfureció; se devolvió sobre sus pasos y sin girarse, porque sabía que su hermano la seguía, gritó, dirigiéndose a su habitación:

     —"Si te hiere, debes alejarte", dices. ¡Pero me hieres todo el tiempo y debo mantenerme aquí!

     Karoline no tenía que girarse, y mirarle a la cara, para saber que él también enfureció.

      —¿¡Qué es lo que estás diciéndole a la única persona que ha estado allí para ti!?

     Se detuvo abruptamente ante esas palabras.

      —¿Has estado para mí? —cuestionó, con los ojos vidriosos por las lágrimas—. ¿¡Has estado para mí!? —soltó una risa, una dolorosa risa—. ¿Para qué, eh, para distanciarme de los demás, para criticarme, para recordarme todo el tiempo lo que no soy: una zorra?

      —Deja de responderme, Karoline, o-

     —¿O qué? —preguntó, con el mentón en alto—. ¿Vas a pegarme porque si no ganas una discusión, te sientes menos hombre?

     —No me tientes-

     —¡Ven, pégame! —exclamó, con los brazos abiertos—. Para eso "has estado allí, para mí" —Más lágrimas—. Para hacer de mi vida miserable.

     Él avanzó, y levantó su mano, su mano abierta.

     —Si crees que este ataque de locura, logrará que te deje ir-

     —¿"Logrará que te deje ir"? —inquirió con otra dolorosa risa—. ¿Qué soy, una prisionera?

     —Basta de esto, Karoline —le espetó él, con los dientes apretados y la cara roja por la ira—. Sigue, y querrás haberte quedado en silencio.

     —¡No hay nada que hagas —Él la empujó a la pared—... que pueda sorprenderm-

      Sus palabras fueron cortadas.

      Fueron cortadas.

      Lo fueron.

      Manuel tenía razón.

      Karoline se dio cuenta de que Manuel tenía razón.

      No debió seguir, no debió.

     ¿Por qué no se quedó callada?

     ¿Por qué?

      Su hermano le robó el aire, y no solamente el aire.

      Robo su oportunidad de ser querida por otros, de ser apreciada por otros como una amiga...

      Como novia.

      Su hermano le robó esa oportunidad, y no solamente esa oportunidad.

       Con los labios de él en los suyos, siendo fuertes, buscando lastimarla...

       Ella lo supo, Karoline lo supo.

      Manuel, su hermano, no sólo robó su primer beso.

       Él robó...

     

  
🌙

     
Gracias 💜

—Lu⭐

    

Ángel, el Demonio © +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora