F I N A L

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Los meses pasaron...

     Manuel McKay no aparecía aún.

     En más de una ocasión, Karoline McKay fue investigada.

     Karoline mintió.

     Ella mintió, y no dijo nada respecto a la última reunión que tuvo con su hermano, la última reunión en la cual Ángel Lawler había estado implicado...

     Ella no habló sobre ello, nunca, ni en un momento, porque no quería meter en problemas a la única persona que la ayudó con los líos mayoritariamente de su cabeza.

     Las investigaciones pronto pararon, o al menos en su persona. Ángel se había encargado de hacer algo, algo como demostrar lo afectada que se encontraba ella.

     O eso le había dicho él.

     Karoline podía ir a trabajar 'tranquilamente', por supuesto evitando los ascensores, porque pensar en estar encerrada en una caja de metal le aterraba en demasía.

     Quien fue su amiga alguna vez, ya no trabajaba allí. Al parecer se deprimió por la ausencia de Manuel... La culpaba por no saber de su paradero, y no le hablaba ya. Pero antes, evidentemente, le decía que era su culpa por haber estado en algo con el psicópata. E incluso llegó a desear... que en vez de Manuel, hubiera sido Karoline quien fuera atrapada. Sebastián, el hombre vinculado a su ex amiga, parecía agotado, pálido, enfermo e incluso aterrado cuando ponía sus ojos en Karoline.

     Ella no comprendía porqué, y tampoco le preguntó. No sintió dolor por las palabras de quien consideró una amiga, no sintió dolor. Sólo trabajó, trabajó, trabajó, tratando de fingir que su vida era normal. Tratando de fingir que su hermano no quiso abusar de ella. Tratando de fingir que no se estaba volviendo loca y que, por esa razón, imaginaba escucharlo en algún lado de la mansión, gritando su nombre con desesperación.

     Sólo... que no era su imaginación.

     Llegando de su trabajo a la mansión a la que veía como un hogar ahora, se preguntó si había hecho mal en dejar atrás a Ángel, quien tenía asuntos importantes en su empresa hasta tarde.

     Él le había dicho que estaba bien, que podía tomar su auto. Karoline, obviamente, dijo que no, por lo que ahora, después de una larga caminata, mientras cerraba la inmensa puerta de madera de la mansión, sólo deseó que la cama suave en la cual se había estado quedando, apareciera por arte de magia frente suyo para así saltar a ella, como algún tipo de clavado, para descansar sus adoloridos pies, su adolorida existencia.

     Y eso fue exactamente lo que hizo varios minutos después de haberse hecho algo de comer para ella y su buen amigo, encantador amigo, Ángel.

     No había puesto un pie dentro de su habitación antes de arrojarse y muy prontamente deslizar el cobertor sobre ella para cerrar los ojos y por fin, por fin, tomar un sueño reparador.

     Estaba a punto de adentrarse a un sueño profundo cuando escuchó. Ella escuchó.

     Karoline tomó una de las almohadas enormes que se encontraban sobre la cama y rodeó su cabeza con ella, apretando, para amortiguar patéticamente el ruido.

     —¡Karoline, Karoline! —gritaba su hermano, como casi todas las noches.

     Y entonces:

     —¡Sal de mi cabeza! —gritaría ella entre lágrimas—. ¡Déjame en paz y sal de mi cabeza! ¡Déjame! ¡Sal de mi cabeza!

     Pero hoy... hoy fue diferente.

Ángel, el Demonio © +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora