34 - Dolor

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Cuando Karoline McKay despertó, se sentía exhausta y desorientada.

     Su cabeza dolía a horrores. Si se movía un poco, esta palpitaba con fuerza, causando que tuviera deseos de no realizar otra acción que no sea el respirar lentamente.

    Pero tenía que hacer algo, como el descubrir dónde estaba.

     ¿Dónde estaba?

    Sus labios se apretaron cuando giró la cabeza, sólo un poquito. Tuvo un mareo, pero cesó pronto, y vio alrededor: blanco y negro, ese era el color predominante allí. La habitación en la que se encontraba era bonita, elegante, e incluso fría.

     También se le hizo vagamente familiar.

     Se esforzó en recordar, y el dolor aumentó. Pronto supo dónde estaba, en la cama de quién estaba acostada.

     El dueño habló:

     —Ya era hora de que despertaras.

     La voz hizo que se sobresaltara sin poder evitarlo.

     Y eso sólo provocó más dolor. Por ello se llevó la mano izquierda en un costado de su cabeza, haciendo un suave masaje que...  hizo que el dolor hiciera todo lo contrario a desaparecer, hizo que se agudizara.

     No supo que se había quejado hasta que el hombre alcanzó su mentón para seguidamente estudiar el lugar que palpitaba dolorosamente.

     —Duele —musitó lo obvio, y él asintió, sin burlarse, sin decirle que era una niña débil por eso.

     —Estarás bien.

     Pero ella no lo creía así. No podía estar bien. Nada podía estar bien después de lo sucedido. Manuel no la dejaría en paz. Él estaría por allí afuera, esperando la oportunidad de volver a lastimarla. No confiaba ya en él. Le temía. Estaba sorprendida de... que siquiera hubiera logrado ser sacada de su casa.

     Frunció el ceño ante ese último pensamiento.

     Y eso provocó dolor.

      —¿Cómo...  lograste convencerlo? —susurró, viéndolo tomar un frasco con píldoras verdes de la mesita de noche, como también un vaso de agua, para ofrecerlos a su persona—. Casi no puedo recordar nada.

     —Peleamos un poco.

     La boca de ella se abrió por la impresión.

     —¿P-pelearon?

     Como respuesta, obtuvo un asentimiento...

     Mientras tomaba la píldora y bebía del agua, hizo un leve chequeo al hombre, buscando alguna herida.

      No había ninguna.

     —¿Te hirió? —inquirió, con la voz más pequeña de lo que habría deseado. Podría no ver ninguna herida, pero ello no significaba que no estuvieran allí.

    Ángel sonrió como respuesta.

    Sólo un poco.

    Sólo un poco burlón.

    Pero no pudo quedarse demasiado en el desconcierto por eso, porque entonces los labios del hombre se dirigieron a su frente, y tocaron, suavemente.

     Fue un beso.

     Su corazón dio un salto, se aceleró.

     Pero no por miedo.

Ángel, el Demonio © +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora