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“Lo hice. Pregunté por ti, y me contaron todo.
Fue rápido, lo sabes. Seguro que tú también estás perdido. ¿Tal vez es sólo un periodo?
Tu recuerdo no me deja pensar. Pregunté por tí, y ahora todo es más sencillo.”

(...)

Estaban en una cafetería. No era la misma que Erick había pisado por su propia cuenta para tomarse su magdalena de chocolate. Ésta era más refinada, con té de cualquier clase y mantel de seda granate en cada mesa. 

Erick miraba a Christopher frente a él, que hablaba y hablaba y hablaba y jamás borraba su sonrisa. Él ya estaba suponiendo que era infinita, sobre todo cuando se entrelazaba con su risa aguda y escandalosa, que ya les había ganado varias miradas desaprobatorias en ese asfixiante local.

Christopher le había contado su vida, de principio a fin. Vivió en Italia, en España, en México y en medio universo más, aunque nació en Ecuador. Cuando cumplió la mayoría de edad, se independizó y viajó por el mundo entero, solamente acompañado de Tyler. 

—¿Quién es Tyler?— le preguntó Erick antes de arrepentirse. 

—¡Tyler! Es mi chofer personal. ¿No lo viste en casa? Tienes que conocerlo, hombre. Él es muy importante para mí. Mi padre le ordenó cuidarme cuando tenía cuatro años. ¡Estamos juntos desde entonces!

Erick asintió con su cabeza. Christopher se llevó un pedazo de gofre a la boca, cubierto por toneladas de nata y chocolate puro. El aroma llegaba a él como una bruma espesa. Erick solamente había pedido otro café con leche. 

El local mantenía un silencio que Christopher parecía empeñado en quebrar a cada segundo. A pesar de ello, demostraba unos modales ejemplares, que obviamente no podían ser por razones externas a años de enseñanza y reuniones largas. 

El tono pálido de las paredes chillaba contra la oscuridad de cada mueble. La vitrina era ancha y contenía toda clase de dulces. Christopher le dijo que pidiera algo, pero él se negó de vuelta. 

La gente de los alrededores alzaba el meñique al beber de sus tazas ovaladas y se tapaban la boca al reír, lo que era incluso estresante. Todos los presentes iban vestidos de traje y luego estaba él, tan excluido como se sentía. Las cortinas danzaban contra el aire que entraba por las ventanas abiertas; hacían bailar el cabello fino de Christopher. 

—Pero cuéntame algo de ti, hombre— le dijo, cambiando el plato vacío de gofres por uno lleno de tarta de manzana—. ¿A qué se dedica tu familia? 

Y, por supuesto que le iban a hacer esa pregunta. Malditamente por supuesto que sí. 

—¿A qué se dedica la tuya?— preguntó en su lugar. 

La sonrisa de Christopher perdió un poco de su brillo. 

—Mi padre es Jonathan Vélez. 

Eso fue, posiblemente, lo último que Erick esperaba escuchar. 

—¿El de la tele? 

—Sip. 

—¿El del programa ese que se tradujo a diecisiete países y que es mundialmente conocido? 

Beat of soundtrack, sí— comentó, citando el nombre del programa. 

—¿Ese que…? Oh, Dios… ¿Ese programa del que salen todos esos cantantes famosos con carreras impresionantes? 

—Sí— volvió a decir casualmente una vez que tragó la tarta. 

Erick palideció un poco. Se sintió de pronto ofendido, como si le hubieran clavado un puñal en la yugular de la forma más sádica y todavía le quedara aliento para defenderse. 

Un reflejo del amanecer || Joerick Donde viven las historias. Descúbrelo ahora