“Mis ganas por tí no descienden. Cuando te pienso sonrió inconsciente.
Tu mirada inocente en mi mente es algo que no miente.
Sé lo que digo. Es tu beneficio de ser un ángel permanente.”(...)
Su cuarto y último año estudiando la carrera de periodismo pasó con una velocidad que Erick no supo muy bien describir.Portland se había terminado. Ya no habían más partidos de los Timbers, ni fiestas alocadas, ni noches revueltas con gente desconocida, ni reuniones en casa y mucho menos tardes repletas de risas y alcohol. Pero con eso también se esfumaban los exámenes, sus demoníacos profesores, sus compañeros envidiosos y las malditas togas. Adiós a las togas, ¡Hasta siempre!
Ahora venía un proceso largo y pesado donde todavía tenía que meter en sus dos maletas— que sorprendentemente todavía se mantenían en pie— todo lo que había utilizado en un año. Y no era poco, no; definitivamente no lo era.
Nada tenía que ver que Christopher y él estuvieran tumbados en mitad de la entrada, mirando el techo mientras se sostenían la mano.
¿Cómo habían llegado ahí? Pues era una buenísima pregunta, en realidad.
—¿De verdad vamos a dejar la casa?— le preguntó Chris, pestañeando lentamente.
Erick giró la cabeza para mirarlo. Si era honesto, habían estado fumando; no se les podía pedir mucho.
—¿Quieres seguir pagando alquiler aunque no estemos?
Chris encogió los hombros. Erick giró los ojos.
Ambos se quedaron en silencio, entre ese espacio que habían marcado con vivencias como propio. Él se dio cuenta ahí, tumbado en el suelo gélido, que esas historias son las que se le cuentan a los descendientes.
“Oh, sí. El tío Chris y yo nos quedamos durante horas tumbados en el suelo cuando llegó nuestro último día de universidad” o algo así como “¡En realidad no nos conocíamos cuando comenzamos a vivir juntos! ¿Verdad, Chris? Cuéntales, cuéntales todas las veces que fuimos a desayunar hasta saber que nos llevaríamos bien”.
Porque, en serio, Erick ya no podía imaginar una vida sin ese demente con trajes y risa escandalosa. Él no podía olvidar de repente cada noche que Tyler los sorprendió dormidos y abrazados en el sofá, rodeados de nachos con queso y botes de cerveza vacíos. No podía olvidar cada pelea por ver quién sacaba la basura, o todas las veces que chilló sobresaltado al ver como alguien venía para limpiar la ropa que Chris diariamente usaba.
Christopher ya era parte de él; era parte de su historia en Portland. Erick no era capaz de enlazar una cosa sin la otra. Eran conectores necesarios, y él los utilizaría.
—Creo...— susurró Chris de vuelta—. Creo que te voy a echar de menos.
Él bufó y pintó una sonrisa en sus labios.
—Chris, nos veremos en un mes. Viviremos todos juntos durante otros cinco meses. Llevamos demasiado tiempo preparándolo. ¿Sabes lo enfadado que estaría Louis si te escucha hablar? Ha tenido que hablar con su familia durante semanas para convencerlas. Y ni hablar de Harry. Su madre posiblemente le prohiba la entrada cuando volvamos a Londres.
Chris reprimió una sonrisa, aunque le salió algo tembloroso y acabó por reír levemente. Apretó el agarre en la mano de Erick.
—Estoy muy emocionado por eso…
Él suspiró.
—Y yo, Chris. Nos lo pasaremos bien.
Después de ese propósito, ambos supieron que los senderos que los habían llevado a Portland terminaban ahí.
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Un reflejo del amanecer || Joerick
FanficErick acude a la mejor universidad de Portland en su último año estudiando periodismo. Allí descubre que Christopher Vélez tiene sonrisas eternas y es hijo de un cazatalentos mundialmente conocido, que Richard Camacho posee una inocencia desmedida y...