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“El dolor provocó mares de diamantes. Tus consuelos son algo por lo que aspirarían bastantes.
Los golpes punzantes se difuminan con las caricias de tus manos distantes. Grupos de negociantes lucharían por mirarte como yo lo hice en situaciones semejantes.
Quédate esta noche, y te demostraré por qué debiste hacerlo antes.”


(...)

No había visto a Joel en tres días. 

Erick realmente no había visto a Joel en tres malditos días. Zabdiel no le dirigía la mirada y por las noches la casa estaba silenciosa y vacía, sin nadie en la cocina, en el bosque o en la playa. 

Y él podría explotar. De verdad. 

Le gustaba la compañía de Joel. Le gustaba escucharlo hablar y saber su opinión, o simplemente verlo a su lado escuchando o comentando sobre cualquier estúpida cosa que se hubiera plasmado como tema de conversación esa noche. 

Era frustrante para él no tener una mísera idea de qué había hecho. Porque había hecho algo. Eso estaba claro. 

Y le preocupaba. Le malditamente preocupaba pensar que Joel podía pensar algo ruin de él o… tal vez que su inseguridad hiciera de las suyas de vuelta y que el problema no fuera solamente él, sino algo mucho más fuerte. Erick tenía miedo de que, al mirarlo de vuelta, sus fanales estuvieran apagados y vacíos y… Erick no quería que Joel sufriera. 

Joel no se merecía eso. No se merecía nada. No se merecía estar tan vacío y marchitarse tanto por dentro, como si no hubiera nada mejor rodeando su delicada figura de oro, diamantes y rubíes. Él era brillante, de verdad. Era una persona superior a lo que contaban de él en las revistas de cotilleos o en la televisión. 

Vamos, Erick lo conocía. Erick lo había conocido, lo había visto y había escuchado lo que Joel quería decirle. Sabía de lo que hablaba. 

Y por eso mismo estaba preocupado. Porque sabía, de manera intuitiva, que si Joel había desaparecido era por algo. 

Erick decidió contarle todo a Louis. Estaban en la habitación del primero, una tarde corriente sin mucho que hacer. 

Louis escuchaba y lo miraba con atención. Erick le contó todo— todo lo que podía contar sin defraudar a Joel—, desde la botella de agua que empapó su sudadera la primera noche hasta la conversación de gorriones. 

Cuando terminó, Louis respiró profundamente y ladeó la cabeza, sentado en la cama con las piernas cruzadas. 

—¿Crees que se haya ido de Grove? 

—No— dijo él rápidamente y, sólo después de decirlo, se dio cuenta de que lo había dicho porque así quería que fuera—. Joel me contó una noche que él necesitaba quedarse aquí. Le gusta Grove. Se siente bien aquí. 

—Pues… No sé, Er… Si Joel es muy inseguro, tal vez simplemente necesite un descanso de la rutina. No creo que sea algo preocupante, cielo. 

—Pero y si… ¿Qué pasa si está mal o él…? 

Louis agitó las manos y negó con determinación. 

—Para. Si él está mal y se aísla no hay nada que tú puedas hacer. Te conozco, Erick. Está bien que quieras ayudarlo, pero no cargues con sus problemas. Hay una diferencia muy grande entre intentar ayudar y quitar el peso para cargarlo tú. 

Erick se quedó en silencio. Bajó la mirada y relajó sus expresiones y hombros. 

—Lou, yo no puedo verlo así… Él está muy vacío, ¿No lo ves? Tiene miedo incluso de su propia sombra y nadie le presta atención, como si él solamente fuera esa persona que se sube a escenarios y canta como los ángeles. 

Un reflejo del amanecer || Joerick Donde viven las historias. Descúbrelo ahora