“Viví más de lo que imaginas. Entre todos los recuerdos, tú eres mi favorito.
Jamás demandé de ti algo infinito, pero te probé. Fuiste el éxito que jamás había sentido, un mérito que muchos creen maldito.
Fue duro. Lo sentí. Llegaste y supe que compartíamos más que un simple latido.”
(...)Joel Pimentel le había dado la mano.
Joel Pimentel, el que hacía unos minutos había llenado el Providence Park, el estadio de Portland que acogía a veinte mil quinientas personas. El que había cantado las canciones que durante años se reían de los premios más grandes y sonaban en las mejores radios mundiales. El que tenía a millones de fanáticas en el mundo entero llorando solamente porque le devolviera la mirada. El que había protagonizado anuncios de las mejores marcas y había lucido los mejores trajes de los mejores diseñadores. El que había malditamente reventado cada alfombra roja.
Y le había dado la mano. A él. Le había dicho que estaba: “encantado de conocerte”. A él, de nuevo. A un vagabundo de ese mundo millonario que olía a los neumáticos humillantes de la fábrica de su padre y que olvidaba constantemente las normas de su universidad estricta pero eficaz.
Tenía que contárselo a Louis. Lo hizo, de hecho, cuando estaban Richard, Christopher y él en el coche de camino al restaurante donde cenarían esa noche. Con Joel Pimentel. Y con Zabdiel, pero a él ya lo tenía más interiorizado.
“No hay jodida manera” le contestó Louis al segundo. Debería ser pasada la madrugada en Londres.
“Tal vez me concedan asientos de primera clase en los aviones de ahora en adelante”
“Eres importante, amor, pero si le dices eso a alguna azafata seguramente te metan en las bodegas o te tiren del avión con una patada”
Erick giró los ojos en su mente y tecleó con velocidad.
“El concierto ha sido impresionante, Lou. Zabdiel dijo que los siguientes meses son en Latinoamérica, pero deberíamos ir a uno la próxima vez”
La respuesta de Louis volvió a ser instantánea.
“Ni siquiera lo dudes”
Dicho eso, Erick lo mandó a dormir como una mamá preocupada por su lobezno y posteriormente guardó el teléfono en su bolsillo. La conversación al otro lado era sobre el último pase que hizo Yocelyn en Australia. Richard le había enseñado fotos, y él debía reconocer que Yocelyn estaba espectacular.
El restaurante lo eligió Zabdiel. Dijo que era reservado y que estaban acostumbrados a la presencia de gente conocida. Estaba a las afueras de Portland, casi en la frontera de Washington.
Era un pequeño muro de madera opaca, con un jardín exterior que tenía plantadas algunas rosas típicas y baratas. Su interior estaba decorado con luces tenues y cálidas. No se veían muchas personas, porque era amplio y estaban bien organizadas para dar intimidad suficiente.
Encontraron una mesa ancha que ya contenía a varias personas sentadas. La gran mayoría eran mayores a ellos, rozando los treinta y cinco o cuarenta.
—Son del equipo de Joel— le explicó Chris al ver como Erick los analizaba.
—¿No iba a ser una cena privada?— comentó Richard con un susurro.
Chris encogió los hombros y guardó las manos en los bolsillos de su pantalón.
—Joel los invitó. Dijo que sus empleados también cenaban y que lo harían con él.
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Un reflejo del amanecer || Joerick
أدب الهواةErick acude a la mejor universidad de Portland en su último año estudiando periodismo. Allí descubre que Christopher Vélez tiene sonrisas eternas y es hijo de un cazatalentos mundialmente conocido, que Richard Camacho posee una inocencia desmedida y...