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“No era miedo, era terror.
Yo sabía que sólo mirarte era un error.”


(...)


Ese día se cumplían tres semanas en Grove. 

Tres semanas. Una más y ya sería un mes. Solamente quedarían cuatro meses de ese paraíso y, seriamente, ¿Qué había hecho durante todo el mes? Absolutamente nada. Esa era la cruda respuesta. 

Pero bueno, el caso era que se levantó animado ese día. 

Repartió abrazos y se rió con cada persona que encontró a su paso. Sobre todo cuando Zabdiel se disculpó avergonzado con todos y ellos se burlaron y lo rodearon en un abrazo colectivo. 

Gajes de la convivencia. Nada podía ser perfecto, al fin y al cabo. 

La disputa quedó ahí, olvidada en la mente de todos ellos como algo que ya habían borrado completamente. 

Cuando Tyler llegó esa mañana, anunció que haría una comida de la cual Erick no podía repetir el nombre. Tan patético como suena. 

Sin embargo, el chofer les pidió a Louis y a él que fueran a comprar un par de cosas al supermercado. Ellos, por supuesto, siguieron las órdenes de Tyler al pie de la letra. 

—¡Vamos, Lou!— chilló él desde la entrada de la casa, guardando las llaves en su bolsillo trasero. 

—¡Voy, voy!— anunció su amigo, bajando las escaleras mientras se colocaba una sudadera, que posiblemente era de Harry. 

Erick giró hasta Tyler, que miraba la escena con un deje de sorna. Pero siempre sin sonreír. Obviamente, era Tyler. 

Él se acercó y le regaló una sonrisa infantil. 

—Traeremos todo, Ty. Prometido. 

—Confío en vosotros, Erick— comentó el chófer, dándole unas palmaditas en la espalda a Louis cuando éste le dio un abrazo de despedida. 

Louis aferró la mano de Erick y entrelazó sus dedos. Lo sacó de la casa y respiró profundamente y de manera exagerada el oxígeno de los alrededores. 

Erick soltó una carcajada ruidosa y tiró de Louis para salir del recinto. 

Cuando desvió la atención a las ventanas del piso superior— las que daban a la piscina y no a la playa—, la última y la que estaba frente a la suya corrió de manera rápida las cortinas a tonos pastel. 

Las calles del pueblecito eran acogedoras y cálidas. Los habitantes siempre sonreían e inclinaban la cabeza mientras murmuraban cosas como “Buenos días, cosiña” o últimamente un “Ah, ¿pues están listos para las fiestas o les entra morriña?”. Todo eso con una acento agudo y consonántico. 

Erick tuvo que preguntarle a Chris qué demonios decían. Por supuesto que su amigo se carcajeó en su cara y le explicó que las fiestas del pueblo serían en dos semanas, siempre la primera de agosto. Contó que habían ferias, danzas y comidas típicas. La población se multiplicaba y el orujo casi era gratis. Porque si una cosa había aprendido ahí, es que la gente bebía alcohol excesivamente fuerte. Y lo bebían a toda hora.

Al llegar al supermercado, Erick sacó la lista que Tyler les había dado, mientras Louis caminaba hasta un carrito y se apoyaba ahí al empujarlo por todo el suelo del local, durante lo que posiblemente fue una eternidad. 

Estaban ya terminando cuando Louis frenó tras él, frente a un mostrador que Erick no llegaba a ver desde su ángulo. 

Louis frunció los labios. Erick suspiró. 

Un reflejo del amanecer || Joerick Donde viven las historias. Descúbrelo ahora