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“Dile a tus amigos que tu tiempo libre me pertenece.
Mece con tus manos de oro mi libre sentimiento. Mira conmigo ese eterno girasol cuando florece.
Abastece con tu risa mi alma, sentado a mi lado mientras vemos cómo amanece.”

(...)

Su primer día como universitario de Portland fue, como mínimo, desastroso. 

Paseó de pasillo en pasillo, admirando ventanas enmarcadas y gente con togas, y malditos carteles que hacían de todo menos informar cosas decentes, y muchos clubs de actividades que le dieron objetos que terminarían en la basura, y mucha gente que hacía mucho ruido, y asientos de madera astillada, y millonarios que lo miraban por encima del hombro. Todo mientras sostenía un absurdo mapa que no sirvió para nada hasta que se dio cuenta de que lo tenía al revés. Y, sí; desastroso era un buen adjetivo para describir su primer día. 

Pero eso no era lo peor— ¡Ja!—. Le habían puesto un examen. ¡Un examen, venga ya! Ni siquiera recordaba el nombre del profesor, dichosa mierda. 

Así que el momento de llegar al apartamento era ansiado en ese segundo, mientras caminaba por las calles de Portland y escuchaba el nuevo tema de The 1975 a través de sus auriculares, al mismo tiempo que le enviaba mensajes sádicos a Louis. 

Le habían repartido una toga propia. Tenía que llevarla todos los días de exámenes, o de lo contrario no le dejarían pasar al salón. Era la peor tortura; la peor. 

Pensaba sobre eso cuando abrió la puerta de casa, guardando a su vez los auriculares. 

—¿Christopher?— chilló mientras cerraba. 

—¡Aquí, hermano!— exclamó una voz de la ultratumba desde el salón. 

Erick estaba preparado para quejarse en voz alta de la maldita toga cuando entró al salón. Su dramatismo, al fin y al cabo, le venía de herencia y no pensaba evaporarse. Christopher tenía que aprender a vivir con ello, tanto como vivir con Erick. 

Cuando entró, se encontró también con Zabdiel, que sostenía un porro entre los dedos y rodeaba con su brazo libre el hombro de Christopher, los dos sentados en el sofá. Tal vez la sorpresa le dejó mudo. 

Los dos vestían de traje, por supuesto. El de Zabdiel era amarillo esa vez, jugando con el color dorado de su cabello. El de Christopher un tono aceituna casi militar. 

Él casi sale con un chándal por la puerta de casa esa mañana. Tuvo la decencia de ponerse un vaquero y una camiseta grisácea. 

—¿Cómo te ha ido, colega?— le preguntó Christopher, con su sonrisa eterna presente. 

Erick respiró profundamente e hizo una mueca. Extendió la toga hacia los dos chicos y negó con la cabeza. 

—¿Qué es esta mierda y por qué me tortura sin hablar? 

Zabdiel le regaló una sonrisa y le dio una nueva calada al porro. Christopher se inclinó hacia delante y encogió sus hombros sin dejar de sonreír. La mano de Zabdiel le acarició a lo largo de la columna vertebral mientras exhalaba, sin soltarlo. 

—Tienen esa tradición aquí. Lleva cuidado, realmente no te dejarán pasar si no la llevas en los exámenes. 

—Los exámenes… ¡Me han puesto un examen! ¿Cómo pueden…? ¡Ni siquiera sé el nombre entero de la asignatura! 

Un reflejo del amanecer || Joerick Donde viven las historias. Descúbrelo ahora