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“Esa noche fue especial.
Contabas cosas como si fuera confidencial, sin saber hasta dónde llegaba en mí tu potencial.
Fuiste tan servicial, que supe que lo que sentía era oficial.”

(...)

A Erick le costó una semana darse cuenta del motivo crucial por el cual Zabdiel le había pedido ayuda. 

Joel dejó de ir incluso a la playa. Ni siquiera lo veía por las mañanas, cuando el vaho se adhiere como pegamento al cristal de su ventana y la boira marina transporta un aroma salado. 

Simplemente desapareció. Lo hizo entre las tinieblas y el eco silencioso de su lecho. 

Cuando agosto comenzó, las calles de Grove se pintaron de luces neón y ruido escandaloso. 

Las fiestas habían llegado. Habían bodegas en mitad de la calle, atracciones de feria, población en exceso y las ansias de una semana viviendo del éxtasis. Y Chris había hablado tanto de eso, que las ganas también se habían contagiado a ellos. 

—¡Vamos, mis chicos!— comentó el de fanales avellana, saliendo de la cocina vestido con un traje verde lima con flores amarillas chillonas—. La fiesta nos está esperando, vamos. 

Erick respiró profundamente y se colocó su chaqueta de cuero. En realidad era de su hermana y el bolsillo derecho tenía un agujero, pero nadie tenía porqué enterarse. 

Ellos seis salieron de la casa y caminaron por las calles iluminadas. Habían luces festivas y coloridas colgando de cada balcón, simulando cataratas iluminadas y despampanantes. La música se escuchaba entrelazada con las risas de los muchos que, como ellos, disfrutaban el ambiente y exhalaban la fiesta y la juventud. 

Tyler no iba con ellos. Estaba de vacaciones durante dos semanas, aunque Erick pensaba convencer a Chris para que le dejara más tiempo. Solamente de imaginar los luceros fúlgidos del chofer rodeado de su familia, a él ya le hacía sonreír. 

En el centro del pueblo— que no era más que una pequeña plaza empedrada con una fuente del mismo material en el centro—, el escándalo se fusionaba. Culpaba a los altavoces magnánimos a cada costado y la gente que alzaba vasos de cerveza y reía con la misma entre las venas. Y era veinticuatro horas así, durante una eterna semana en la que parecía estar prohibido incluso parpadear. 

—Rich, cielo, acompáñame a por bebidas— pidió Chris, sonriendo brillantemente. 

Richard se fue junto a él. Los demás se quedaron ahí, mirando a los alrededores abarrotados y alcohólicos. 

—Parece una fiesta de la fraternidad— comentó Louis, con su mano entrelazada a la de Harry.

—Estoy seguro de que la mayoría de aquí no se conoce entre sí por más de media hora— comentó Zabdiel mientras miraba a su alrededor. 

Erick respiró profundamente y lo analizó, con su traje bermellón y su moño anaranjado, creando un contraste digno de admirar con su cabellera dorada revuelta. 

Se preguntó fugazmente qué hacían Louis, Harry y él reversados entre tanto glamour, vestidos con vaqueros y ropa holgada. Aunque, a decir verdad, ese pensamiento le quebró la mente desde sus primeros días en Portland. 

—¿Podríamos pedir unos asientos?— preguntó Harry—. Estaríamos más cómodos. 

—Vamos a mirar— aceptó Louis, estirando de la mano del ojiverde para preguntar en el bar. 

Zabdiel y él se quedaron ahí, rodeados de bullicio y melodía. 

Erick seguía con las manos escondidas, como si tuviera sangre que ocultar en ellas. Miraba atentamente y podía suponer que sus pupilas estaban dilatadas. Además, había dormido poco últimamente. 

Un reflejo del amanecer || Joerick Donde viven las historias. Descúbrelo ahora