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“No podía permitirme ser ante ti lo que fui ante los demás”

(...)


Erick no bajó a la playa con Joel la noche anterior. 

No lo hizo por alguna pelea o algo similar, sino porque Zabdiel localizó una discoteca a las afueras de Grove que ellos no habían pisado a esas alturas, lo que era sorprendente, teniendo en cuenta que eran jóvenes menores de veinticinco sin vigilancia paterna alguna, y que llevaban dos meses y dos semanas en ese pueblito que algunas veces parpadeaba con la cobertura. 

Él no se dio cuenta de que había bebido de más hasta que se despertó; pues un dolor de cabeza intenso y punzante acribilló sus sienes y le hizo gruñir y enterrar la cabeza en la almohada. 

Chris subió a verlo después del desayuno. Le subió en una bandeja un café con leche y una tostada de jamón, que venía acompañada de una pastilla y una margarita suelta. Habría sido tierno, si la flor no contuviera todavía las raíces y algunos segmentos de tierra oscura. 

—La he arrancado de la maceta de fuera— comentó su amigo cuando él preguntó. 

Erick la sostuvo entre sus dedos e hizo una mueca. 

—¿Debería agradecerte porque no tiene gusanos?

Chris alzó las cejas. 

—Uh, supongo. Ayer Rich y yo vimos uno pequeñito, era de color rosa y se movía como si fuera una serpien-...

—Christopher— lo detuvo rápidamente—. Voy a desayunar, por favor. ¿Puedes no hablarme de gusanos? No me gustaría vomitar un poco más. 

—Claro, amigo. Lo siento, claro… ¿Quieres que te traiga el cubo del baño?

Erick se metió la pastilla en la boca y la tragó con un sorbo de café caliente y humeante. 

—Sí. Y dame cariño. ¿Por qué no me estás abrazando ya?

—Porque literalmente lo primero que me has dicho al verme ha sido que me cortarás el cuello si hablo cerca de tu oído. 

—¿Yo he dicho eso?— preguntó Erick ofendido, señalando su propio pecho con el índice—. No inventes y abrázame, venga. 

Chris le regaló una sonrisa y fue a por el cubo. Era azul cielo. Después de dejarlo a un lado de la cama, se subió y se acurrucó cerca de Erick. 

Christopher vestía un traje negro con efectos morados, que contenía millones de florecitas pequeñas de varios colores como rojo, amarillo, azul o rosa. No pareció importarle cuando atrajo a Erick y dejó un beso silencioso entre las hebras del ojiverde. 

Erick comenzó a comer su tostada en silencio hasta que, por supuesto, Chris habló. 

—¿Seguro que no quieres venir? No haremos nada interesante, sólo pasear por el pueblo y beber algo de cerveza fría. 

—Creo que podría vomitar si mis sentidos encuentran un rastro de alcohol a menos de un kilómetro. 

—Técnicamente, en la cocina tenem-...

—No voy a ir, Chris. 

—Vale.

Chris se volvió a inclinar y dejó un nuevo beso en su sien. Erick siguió comiendo, vestido con su pijama de lunas y tapado con sus suaves sábanas de seda nívea de cintura para abajo. 

Se notaba que el desayuno lo había hecho Tyler. Tenía su esencia, su toque característico en la ausencia de sal o ese ligero golpe de canela en el café. Era maravilloso y él tendría que agradecerle una vez más cuando lo viera. 

Un reflejo del amanecer || Joerick Donde viven las historias. Descúbrelo ahora