“Solía rezar para que te dieras cuenta.
Sabes que siempre fui vergonzoso para declarar mi propia tormenta”(...)
Cuando cumplieron tres meses en Grove, ese mismo día, la lista en la nevera anunció que le tocaba a Erick reponer provisiones.
Y él lo hizo, por supuesto. Era un hombre de palabra. Además, iba fielmente acompañado por Tyler, que frenaba en cada pasillo y añadía cosas al carrito de las cuales Erick no había siquiera escuchado hablar. Solamente lo seguía y daba alguna idea que el chofer descartaba, siempre con amabilidad.
A él no le molestaba, porque era gracioso ver cómo Tyler buscaba las palabras adecuadas para intentar no herirlo. Tyler, con su fachada de hierro y su rostro fruncido y sin sonrisas, por dentro no era más que un hombre cubierto de bondad y ternura.
Cuando fueron al coche cargaban cinco bolsas llenas. En serio, cinco bolsas. Los brazos de Erick amenazaron con descolgarse cuando alzó las bolsas desbordantes y las colocó en el maletero. Tyler parecía tan campante, que su orgullo le hizo pintar una sonrisa al caminar hasta el asiento del copiloto.
Pero lo peor fue el trayecto del coche hasta la puerta principal de casa.
Tyler iba delante, cargando tres bolsas con el paso acelerado. Erick lo seguía como podía, temiendo que sus intestinos le salieran por la boca de la manera más sórdida. De verdad, ¿Por qué demonios no se apuntó a un club de deporte en la universidad y se contentó con simplemente coquetear con los futbolistas?
La voz inentendible de Pitbull chillaba por los altavoces y traspasaba la madera de la casa hasta penetrar en los exteriores. La puerta que conducía a la piscina estaba abierta, lo que hacía que todos los vecinos del modesto— no era modesto, venga ya, todos tenían más dinero que todo el mercado negro junto— vecindario tuvieran música gratis.
A Erick le hubiera molestado si no estuviera temiendo por sus brazos.
Cuando entraron en casa de Chris, todos estaban frente al piano, cubriéndolo de vasos de cerveza y botellas medio vacías de alcohol. Reían sobre la música, notablemente ebrios, mientras alzaban las copas y bailaban sin gracia.
—¡Erick!— chillaron colectivamente, lo que desencadenó nuevas risas entre ellos.
Erick dejó las bolsas en el suelo y les regaló una sonrisa inconsciente.
De pronto, una cabecita pequeña y rizada se inclinó sentado en la banqueta del piano, con un poco de incomodidad y las manos entre las piernas.
Joel no bebía nada, solamente miraba a todos en ese mundo inconsciente y sonreía sin gracia y con experiencia. Ahora lo miraba a él, con sus ojitos vacíos de gatito herido, y hubiera sido imposible que Erick no le hubiera hecho un gesto con la cabeza pidiendo que se acercara.
Joel ni siquiera pareció dudarlo, pues esquivó a todos y se acercó a paso rápido hacia él, vestido con un vaquero y una camisa, lo que era extraño teniendo en cuenta las comodidades de ambos cada noche. El mayor pareció pensar lo mismo de él, porque lo miró de arriba a abajo y le regaló una sonrisa más sincera cuando estuvieron frente a frente.
Mambo Number Five, de Del Baldo sonó ahora por los altavoces, lo que hizo que sus amigos comenzaran a carcajearse por el cambio radical de canciones.
Erick soltó una carcajada al verlos y negó con la cabeza. Joel sonrió y volvió a girar hasta él.
—Ayúdame— pidió Erick, agarrando una de las bolsas con ambas manos.
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Un reflejo del amanecer || Joerick
Fiksi PenggemarErick acude a la mejor universidad de Portland en su último año estudiando periodismo. Allí descubre que Christopher Vélez tiene sonrisas eternas y es hijo de un cazatalentos mundialmente conocido, que Richard Camacho posee una inocencia desmedida y...