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MARATÓN 1/3

(...)

“Dijeron que no hay beso más rico que el beso con sabor a amor eterno.
Ven, déjame besarte”

(...)

Erick era un buen novio. 

Él, que jamás estuvo en una relación por más de tres meses, nunca tuvo tiempo para hacer ningún detalle. Sin embargo ahí, en escasos días, ya se encontraba a sí mismo sorprendiendo a su pasado con muestras sinceras de cariño. 

Porque, sí; que alguien fuera y le besara el cerebro. 

Erick le compró púas de guitarra cuando salió al supermercado con Louis, y le dio igual que su amigo se burlara jodidamente. También siguió su consejo cuando fueron a comprar regalos para Thiago, además de ayudarlo con unas nuevas gafas de sol. Oh y ya se sabía el nombre de los hermanos de Joel. Sí. De los tres. Él, que jamás tuvo retención para esas cosas. ¡Era un logro, hombre! 

Además, Zabdiel le había dicho que estaba contento y que le daba la bienvenida a la familia. Eso fue, posiblemente, lo que bastó para que Erick fuera consciente de que se encontraba en una relación. 

Joel tampoco se quedaba atrás, pues era tan pequeñito y cariñoso y… Oh, Erick había descubierto unos lunares muy chiquititos en sus mejillas si se acercaba mucho… Y también se había dado cuenta de que el cabello de Joel siempre era suave y olía a cítricos, que parecían ser un punto débil para él… ¡Y Joel parecía ser perfecto para besarle en la punta de la nariz! Y… Erick estaba muy enamorado. 

Él se derretía con cada minúsculo contacto. Le hacía replantearse lo huraño que fue durante toda su vida, para perderse ese sentimiento que le rompía el pecho y que crecía hasta hacerse más extenso que él mismo. 

Tal vez tanteó el amor con las yemas de sus dedos, pero ahora que había hundido su cuerpo entero en lo desconocido, era como perderse en su mente para encontrar a alguien más. Y era peligroso, por supuesto, pero también había algo que le incitaba a continuar. 

Como en ese momento, por ejemplo, tumbado en su cama y desparramado entre sus sábanas de seda nívea. Esas llevaban algo de encaje en los bordes, a un color claro y crema. 

Lo despertaron unos golpes tímidos en la puerta, intensos pero no demasiado. 

Erick gruñó levemente y dio varias patadas al liberarse de las mantas. Peinó su cabello hacia atrás y caminó descalzo hacia la puerta, sumido en la oscuridad de la habitación con persianas bajadas al máximo.  

Al abrir, se frotó el rostro y encontró a Joel ahí, con el cabello despeinado y una mueca en sus facciones de querubín. 

—¿Te he despertado? 

Erick alzó ambas cejas y ladeó una sonrisa sarcástica. 

—Que va… ¿Estás bien? 

Joel suspiró con algo de culpabilidad. Bajó la mirada y encogió sus hombros, neutral y algo cohibido.

—No podía dormir… 

—¿Y eso? 

Pero no contestó. No lo hizo ni siquiera cuando Erick alzó una de sus manos y la empleó para peinar sus rizos rebeldes. Joel iba vestido con un pantalón de pijama ancho y una camiseta gris oscura sin mangas. Sus tatuajes relucían a esas horas tempranas, donde ninguno en esa casa había despertado aún. 

Ellos llegaron hacía casi una hora. Serían alrededor de las siete, si Erick había contado bien. 

Joel se acurrucó en su tacto e hizo una mueca. Erick le regaló una sonrisa y empleó la otra mano para estirar de su camiseta al acercarlo. 

Un reflejo del amanecer || Joerick Donde viven las historias. Descúbrelo ahora