“Porque de tocar el paraíso nadie se ha cansado”
(...)
Cuando Erick salió de la casa, se dio cuenta del pánico arrasador que fusilaba su interior y se reía de sus principios básicos.
¿En qué momento se permitió que una persona tuviera tanto control sobre él? Le temblaban las piernas de los nervios y su corazón casi demandaba con gritos unas órdenes que no eran compatibles con el resto de sus órganos.
Él tenía miedo. Tenía tantísimo pavor a que Joel no estuviera en el lugar que Erick creía, que sus pasos aflojaron la intensidad por miedo a descubrir una respuesta indeseada.
Aún así Erick siguió corriendo.
Arrasó el techo del bosque que visitaba cada noche desde hacía largos meses. Ni siquiera recordaba cuándo fue la primera vez que lo cruzó. ¿Fue con Richard? ¿Fue consciente en aquel momento del impacto demoledor que tendría un lugar para él en ese momento?
Era como si los gorriones no estuvieran cantando en esa velada, como si las partículas invisibles de los alrededores no agruparan amalgamas de oxígeno compatible con él. Parecía que sus huesos se derretían. Se sentía como si solamente mantuvieran el tuétano más resistente.
Al mismo tiempo ardía, pues sentía que su pecho convulsionaba con movimientos raudos y que su garganta estaba en sequía. Era un calor férvido y ardiente, fugaz y repentino. Feroz y arrasador, sobre cualquier cosa.
Y de pronto no sintió nada.
Detuvo sus pasos de manera radical, en el paseo de madera clara que parecía bañado por granitos microscópicos de arena fina. El sonido de las olas llegaba lejano a sus sentidos auditivos. Erick no podía concentrarse demasiado.
Y mucho menos pudo hacer cuando Joel, con los pies enterrados en el romper del mar, lo escuchó y giró para mirarlo. Los dos lo hicieron, en completo silencio y solamente exprimiendo del contrarío lo que no pudieron horas atrás. La última vez que se miraron fue demasiado. Fue intenso y sensorial. Ahora era severo y terso, sin complicaciones o juegos. Era directo.
Joel miraba a Erick de la manera en la que Erick miraba a Joel. Solamente había una opción; y era enamorados.
Erick dio un paso adelante. Apreció desde la distancia el constante flujo de lágrimas dulces que deslizaba por la mejilla tersa de Joel, y que brillaba contra la luna creando incluso más luz en su fisonomía de arcángel.
Joel no apartaba la mirada, ni siquiera se movía de su lugar. Lo siguió cuando Erick dio otro paso adelante, todavía sin adentrarse a la arena y sin abandonar la pasarela.
Y él decidió hablar primero; por el bien de ambos.
—Tyler me ha dicho que piensas irte.
Joel no le contestó de inmediato. Tuvo que adaptarse a la voz de Erick, tal vez asimilar que la estaba escuchando de vuelta. Para Erick tampoco era fácil, porque era el único que se estaba moviendo ahora para acercarse más.
Sus dedos picaban por borrar las lágrimas en el rostro de Joel, por perderse entre sus rizos y acariciar con el pulgar el hueco detrás de su oreja. Quería absorber su aroma una última vez, para así grabarlo en su mente y rezar para que fuera permanente.
Joel de pronto asintió, de manera lenta y sin apartar la mirada. Sus brazos descansaban y colgaban delimitando su cuerpo, que estaba girado para mirarlo y para mirar de la misma forma al mar si así lo deseaba.
—No me quedan muchas cosas que hacer aquí...— reconoció el ojimiel con un susurro.
Erick le mantuvo la mirada y se acercó más. Ahora estaban los dos a un simple metro que podrían semejar millas, a un paso que amenazaba con convertirse en millones más si alguno de los dos se arrepentía y decidía retroceder.
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Un reflejo del amanecer || Joerick
أدب الهواةErick acude a la mejor universidad de Portland en su último año estudiando periodismo. Allí descubre que Christopher Vélez tiene sonrisas eternas y es hijo de un cazatalentos mundialmente conocido, que Richard Camacho posee una inocencia desmedida y...