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“Busqué maneras de acercarme donde no las había.
Pregunté una tontería y contuve la reacción que yo mismo me prohibía.
Tú lo merecías, y yo pronto lo sabría.”


(...)


Erick había soñado despierto durante toda la noche. 

Se despertaba alterado, como si alguien le estuviera presionando el pecho con una máquina que roba la respiración. Entonces recordaba su conversación con Joel hacía unas horas; con sus fanales vacíos y su inexistente sonrisa, y tenía la tentación indeseada de simplemente asomarse por la ventana y comprobar si el chico seguía ahí. Pero no lo hizo. 

Él no era nadie para meterse en esa vida de problemas y circunstancias. No conocía de absolutamente nada a Joel como para extraer hipótesis de su posible dependencia a la melancolía. 

Así que cuando el sol se puso y el candilazo desapareció por el horizonte entrelazado con un cielo cristalino, Erick se levantó de la cama y salió de la habitación vestido con su pijama. 

Algunas puertas seguían cerradas, mientras que se escuchaban algunos susurros en la parte inferior. A él no le importó. 

Miró a su alrededor y entró en la habitación de Chris, que aparentemente era como un calco de la suya. Había ropa suelta, algunas chaquetas de traje y algunos pantalones por el suelo. Las dos ventanas a ambos costados de la cama mostraban a un Christopher que babeaba sobre la almohada. 

Erick subió a la cama y se tiró sobre él, moviéndolo bruscamente para despertarlo. 

Chris gruñó en voz alta e impactó su espalda en el colchón. Abrió un ojo y lo volvió a cerrar cuando detectó a Erick a su lado. 

—Más te vale que sea algo importante— solamente dijo, con voz ronca y ceño fruncido. 

Erick respiró profundamente y se dejó caer sobre Chris, acomodándose en su pecho bajo el quejido que su amigo dejó escapar. 

—Casi no he dormido en toda la noche… 

—¿Y has venido a encadenarme contigo al insomnio? 

—Chris, son casi las diez de la mañana. 

Christopher abrió sus ojos lentamente, con la vista fija en el techo níveo que cubría el cielo de ambos. Las telas a ambos lados de la cama estaban atadas en las columnas, pero aún así parecían volar un poco. 

El de fanales avellana giró la cabeza hasta él, mirándolo con asombro. 

—¿Te has atrevido a despertarme cuando no estamos en una hora de dos números? 

Erick gruñó y se acurrucó bajo las sábanas. Éstas eran más suaves que las suyas. Él supuso que serían las desventajas del invitado y la suerte del anfitrión. 

Se acurrucó más cerca de Chris, que después de intentar fervientemente echarlo de su cama y dormir durante más tiempo, parecía rehusado a librarse de él. 

Chris lo sostuvo con uno de sus brazos, rodeándolo cariñosamente como todas esas veces en Portland. 

Ninguno necesitaba más ahí; solamente el silencio que los dos creaban, puro y estable. 

Erick respiró profundamente y fijó su atención en una chaqueta de traje amarilla, que estaba lanzada contra uno de los muebles. 

—Ayer hablé con Joel. 

Chris hizo un sonido que mostraba su sorpresa. 

Él no podía verlo, pero estaba seguro de que Chris había alzado las cejas también. 

Un reflejo del amanecer || Joerick Donde viven las historias. Descúbrelo ahora