XXII. Corazones rotos

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Rompe mi corazón. Rómpelo en pedazos. Te doy permiso.
(Cassandra Clare)


Apenas la puerta se abrió y Sasha ya lo tenía en sus brazos. Y fue ese el momento en el que Marcos realmente empezó a llorar.

Y es que quizá había aparentado frente a Cristián que no le dolió y su mensaje era agresivo cuando le dijo que insultarlo no cambiaba lo que el mismo Cristián era, pero lo cierto es que se sentía completamente herido. Su pecho no dejaba de sentirse oprimido, cada vez más.

Sus videos, sus fotos, sus maquillajes y sus palabras podían demostrar que era feliz, que era libre y si bien lo era, en medio de la felicidad siempre hay pozos de tristeza; y aunque nunca cambiaría lo que era ni quería hacerlo, todavía dolían las palabras y las miradas de los demás.

Y él creía haber encontrado a la persona correcta, alguien a quien no le importaba que él fuera hombre, que fuera gay, que entendía y le gustaba que él amara el maquillaje. Alguien con quien hablar de libros, de asesinos seriales, del amor, de la libertad y de cualquier cosa insignificante que les sucediera en el día. Una persona que ocupaba la mayor parte de sus pensamientos, desde que se despertaba hasta antes de dormir. Incluso era parte de sus sueños; ambos: esos que soñamos al dormir y los que anhelamos para nuestro futuro al despertar.

Y, sumado a las palabras hirientes de Cristián, leer todos sus mensajes para tomarles captura como evidencia sólo lo había hecho sentir más vacío y miserable. ¡Evidencias! ¡Como si estuviera en un juicio y tuviera que demostrar su inocencia!

Ella no dijo nada, simplemente lo abrazo y lo guió hasta un sofá enorme. Ahí se quedaron mientras Marcos lloraba en su hombro.

Cuando pudo tranquilizarse lo suficiente, le empezó a contar lo que había sucedido: —Llegué y todo normal. Es decir, parecía nervioso, pero eso es lo normal en una primera cita, ¿no? Entonces yo hablaba y hablaba y ahí comenzó lo raro, él sólo decía "¿Mar?". Y yo como "wow, lo dejé sin palabras". Y entonces empieza a gritarme que no soy mujer, que le mentí, que aun cuando realmente fueran mis ojos —los señaló al decirlo— yo no era Mar porque Mar no podía ser hombre. Que él también es hombre y respeta el amor homosexual, pero él era... —sorbió un poco y le costó pronunciar la última palabra— n-norm-al.

Cuando terminó, esperaba que Sasha empezara a gritar, que dijera que Cristián era un idiota y no merecía ni una sola de sus lágrimas, casi deseaba que amenazara con ir a golpearlo –obviamente intentaría detenerla–, pero nada de eso sucedió. A su explicación sólo siguió un incómodo silencio.

Lo que le hizo mirarla después de haber sonado su nariz y limpiado sus ojos. Y lo que encontró en la mirada apenada de ella –verde, el color favorito de Cristián–, sumado a la forma tan extraña en que había estado actuando, le dio la respuesta.

—Ya lo sabías.

La cara de Sasha se arrugó. —Lo siento... —empezó a decir, pero Marcos negó y se alejó de un salto.

—¡¿Lo sientes?! ¡Lo sabías y no me dijiste nada! ¡Me dejaste ir y hacer el ridículo! ¡Me dejaste ir feliz a que me rompieran el corazón, Sasha! ¿Qué clase de amiga hace eso? ¡Un "Lo siento" no lo arregla!

Ella parecía herida, pero no perdió la calma. No gritó como él. —Yo sé que nada va a reparar mágicamente tu corazón y entiendo que te duele, ¡pero no que vengas a dudar de una amistad de toda la vida por un idiota que no sabe lo que quiere!

Y Marcos quería seguir gritando, pero sabía que su molestia era sólo porque no pudo sacarla con Cristián. Demasiado aturdido en ese momento como para hacer algo más que recoger su dignidad e irse lo más rápido posible.

Hay un gay en líneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora