XXXVIII. Sé mi acompañante a la boda de mi hermana

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No hay disfraz que pueda largo tiempo ocultar el amor donde lo hay, ni fingirlo donde no lo hay.
(Francisco de La Rochefoucauld)





Quien haya dicho que las bodas son bonitas, estaba muy equivocado. Eran como un mini infierno, en opinión de Cristián.

¡Todo había comenzado con su hermana llenándolo de mensajes de textos y llamadas desde las cinco de la madrugada!

¡Porque Jasiel –el novio– no estaba en su cama!

Después había recordado que acordaron no dormir juntos por aquello de que no debía ver el vestido. Pero demasiado tarde, después de eso Cristián ya no pudo dormir.

Y aun así, aunque su hermana estaba gritándole a cada persona que pasaba cerca, él no podía dejar de sonreír al recordar el día anterior.

—¡Cristián, no estés comiendo cereal en esa mesa! —Natasha gritó, provocando que su brazo se sacudiera y un poco de leche cayera en el mantel.

Cristián miró con horror a su hermana que corrió hacia él, obviamente molesta y con una mirada asesina.

Él se encogió, pero afortunadamente una de las señoritas organizadoras se acercó y dijo que podía lavarse o cambiarse. Un mantel no iba a arruinar el evento.

Y con eso Natasha se calmó un poco, lo que no era bueno para él porque lo miró con atención y con clara desaprobación en sus ojos. —Cristián, parece que vas en pijama. Ve a cambiarte y bañarte inmediatamente. Y quiero suponer que vas a ir a recoger a tu acompañante y no que esperas que llegue aquí solo.

—¿Solo? —Cristián no estaba seguro de si había escuchado bien. ¿Dijo solo?

Natasha lo miró mal. Ella estaba tan estresada que literalmente cualquier cosa empeoraba si humor. —Sí, Cristián, tu acompañante solo. ¿Dijiste que era una chica de ojos verdes? ¿Cómo se llama? No recuerdo si me dijiste su nombre. La amiga de Mar tiene ojos verdes y es bonita. ¿Es ella? —la mirada insistente de su hermana lo hizo temblar, pero el recuerdo de Marcos le provocó un suspiro.




«Después de la ridícula escena de celos a causa del pobre taxista y de rogarle a Marcos que se quedara, le ofreció algo para tomar. Y estaba tan nervioso que sus manos no dejaban de temblar y las mariposas en su estómago estaban vueltas locas, su corazón acelerado sin razón y no podía respirar muy bien cuando fue a sentarse en el mismo sillón que Mar. El silencio sólo hacía crecer sus nervios, así que había empezado a hablar, más que nada para llenarlo: —El día de la primera prueba de maquillaje de Nat, no sabía que eras tú...

Podía sentir la mirada de Mar sobre él, pero no se atrevía a mirarlo. Tenía miedo de lo que encontraría en sus ojos. ¿Y se burlaba de todo lo que estaba sintiendo? ¿Y si sólo él se sentía de esta manera, si no era correspondido?

Así que habló mirando sus propias manos que se movían nerviosas. Le confesó que Nat le había mandado fotos de él antes de aquella primera prueba y si él hubiera visto las fotos... — Quizá todo esto sea mi culpa. El que cometió un error tras otro...

Marcos le dijo que eso era pasado y ya estaba aclarado, ¡pero es que él no entendía! No entendía la maldita confusión que él, él, un chico heterosexual, estaba teniendo desde que lo conoció en esa aplicación de citas.

—No. No hemos hablado de esto. Tú no entiendes. Puedes justificar el hecho de que me gustaras en la aplicación porque nunca vi tu rostro ni nada más que tus ojos, fue estúpido pero te creía una chica y lo normal para mí, en ese momento, era que a un chico le guste una chica. Y tú eras genial... ¡Eres genial! Hablar contigo era fácil, me hacías reír, realmente te interesaba lo que yo decía por más ridículo que fuera...

Hay un gay en líneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora