XXI. Encuentro [in]esperado (2a parte)

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Sólo nos separamos para encontrarnos de nuevo.
(John Gay)

Marcos iba tan nervioso que incluso se le dobló un pie un par de veces de la nada. De lo más ridículo; un paso bien y, de repente, tobillo doblado.

Chocó con varias personas por ir viendo el mapa en su móvil para encontrar la cafetería en la cual Cristián lo había citado.

Y no estaba seguro de que el lío salvaje en su estómago fueran simples "mariposas". Y si lo eran, parecían estar en guerra entre ellas porque la sensación era horrible.

No entendía lo exagerado de sus emociones. No era su primera cita ni era el primer chico que le gustaba.

Cuando por fin llegó al lugar todavía no era la hora acordada, notó que había mesas afuera y no sólo adentro. Estaba buscando la mejor ubicación para pedir una y esperar a Cristián cuando se dio cuenta que él ya estaba ahí. Su corazón dio un salto que lo dejó sin aliento, se detuvo un momento y al instante empezó a latir como loco. Marcos apretó sus manos en puños, sus uñas clavándose con fuerza, para evitar la tentación de salir corriendo.

—Okay —se dijo a sí mismo en voz alta—, respira. Sólo respira y sigue caminando. La cabeza en alto. Un pie y luego el otro. No estás nervioso. No eres un inexperto. Todo va a estar bien. Eres fabuloso, una buena persona y Cristián estará loco si no lo nota —no le importó que la gente lo mirara raro y lo evitaran por completo, rodeándolo para no pasar cerca—. ¡Muy bien! ¡Tú puedes!

Caminó con seguridad, sintiéndose como un modelo en pasarela. Al menos en el exterior, porque por dentro sentía como todo su ser temblaba de miedo. Aunque ni siquiera entendiera la razón de ese miedo.

Estaba ya a un metro de la mesa cuando Cristian gritó al teléfono “¡Me tengo que ir!” y prácticamente lo azotó contra la mesa. Hizo una mueca adorable, seguramente por el dolor.

Y eso liberó un poco de sus nervios. Se dejó caer, agradecido porque sus piernas se sentían inestables, en la silla libre. Le sonrió ampliamente, sin poder creer que realmente estaban aquí por fin, frente a frente, en persona, sin aparatos de por medio. Eran más que letras. —¡Hola, guapo!

Quería decirle tantas cosas más, pero los ojos de Cristián eran enormes y lo miraba boquiabierto haciendo que sus inseguridades regresaran. Así que intentó de nuevo comenzar una conversación, esta vez con: —¿Con quién hablabas? Tienes una cara extraña...

Él no dijo nada. Sólo siguió mirándolo con esos ojazos azules llenos de confusión.

Marcos tragó, sin entender muy bien su reacción. Ni siquiera él, con los nervios a flor de piel, estaba sin palabras. —¿Estás bien?

Cristián pareció luchar con las suyas y quizá estaba enfermo de la garganta, aunque no había mencionado nada, porque su voz fue rasposa y estrangulada cuando preguntó “¿Mar?”.

Y otro maldito salto en su corazón. Sintió una sonrisa extenderse lentamente.

—Creo que llegué algo temprano —miró su muñeca, en la que no había ningún reloj, y sacudió su mano—, me alegro que tú también. ¿Cómo estás?

Cristián no respondió porque en ese momento vino una de las meseras y le dejó una carta a Marcos. —¿Ya pensaste qué pedir? —preguntó, mirando las opciones.

Por fin empezó a relajarse un poco. Retiró sus gafas, simplemente subiéndolas y cuando sus ojos se adaptaron de nuevo lo primero que vieron fue los de Cristián. No pudo evitar sonreír como un tonto y repetir un “Hola” nervioso.

Hay un gay en líneaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora