Capítulo 10: Los tonos del atardecer.

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Los viajes en bicicleta se habían vuelto una rutina agradable para la pelirroja y el del cabello castaño en el último mes, su conexión era digna de envidiar por parte de otros amigos, puesto que sin llevar más de noventa días conociendose, el lazo que los unía era impenetrable.

Es cierto eso de que no es el tiempo, sino la persona. Por eso existe el amor a primera vista.

Cuando estaban juntos, se sentían en una cápsula más fuerte que una sed de venganza, el entorno a su al rededor se dispersaba, el mundo se ensordecía, pues lo único audible para el sistema de audición de ambos, era el sonido de sus propias voces, y las facciones de sus rostros el único campo de visión que importaba.

Mia comenzaba a sentir por el chico de lentes algo que comenzaba a romper las barreras de un simple cariño nato.

Eliot creía estar profundamente enamorado de la chica de las pecas, eso se lo metía en la mente cuando recordaba entre semana las tardes de cada fin cuando la visitaba y el gato Vincent salía a echarse a sus piés. Él quería sentir que había superado a su primer amor, sin embargo, sólo trataba reencontrarlo en Mia lo mejor posible.

—¡Apurate que nos dejan, Eliot, que nos dejan!— la pelirroja pasó apresuradamente por el lado del chico que caminaba a paso rápido.

Cyia se regresaba ese mediodía soleado a Texas. Mia se había despedido de ella esa misma mañana antes de partir a clases, pero igual quería ver los orbes mieles de su hermana una vez más quién sabe hasta cuando.

La chica en medio de su ensimismamiento, se llevaba por delante a todo aquel que se interpusiera en su camino, el castaño sólo la seguía con las manos en los bolsillos de su pantalón y a una rapidez moderada.

—¡Que nos dejan, Eliot!— la chica continuó con la presión mientras avasallaba su nuevo transporte en medio de una fila de su mismo tipo.

Logró sacar la bicicleta en medio de tantos pasos torpes que tomaron pocesión de su cuerpo apenas sonó la campana de la salida. Se abrochó el casco y lanzó el de Eliot para que éste lo atrapara, pero no fue así, así que tuvo que recogerlo del suelo.

Él suspiró y sonó la campanita, indicandole a su amiga que ya se podía subir, pero ella ya se había montado antes de que sus dedos fueran el causante del pequeño ruido.

Él comenzó a manejar a una distancia prudente del tumulto de estudiantes, Mia se sujetó con más firmeza a los hombros de su amigo cuando se adentraron a la carretera.

La algarabía que formaban los vehículos en la calle a esa hora era intolerable, a pesar de que había poco tráfico. La melena de ambos se movía hacia atrás a causa del viento soplando en dirección contraria, viajaron por las asceras de varias calles poblabas con árboles frondosos y verdes por la estación de ese entonces. Toda la naturaleza retomaba vida en el mes de abril, aparte de estar entrando en el mes de las flores.

Ignorando el inquietante sonido de los claxon y bocinas, se permitieron disfrutar del aire que chocaba contra sus poros, abrazando a su misma vez, sus brazos. Al llegar al terminal de autobuses con destinos a otros estados de México y a las fronteras, Mia bajó apresuradamente, dejando atrás a su amigo que arrastraba la bicicleta naranja mientras bufaba.

—¿Qué haces aquí tú?— inquirió Cyia cuando su hermana la abrazó.

Estaba a punto de subir al autobús, pues ya el vehículo se estaba estacionando.

—Quería despedirme— murmuró la pelirroja contra el hombro de su hermana.

La mayor alzó la mirada, encontrandose con Eliot, ambos se saludaron y despidieron al mismo tiempo con un movimiento de sus manos. Cyia caminaba a medida que la columna de pasajeros avanzaba, Mia arrastrandose junto a ella.

Ambos nos equivocamos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora