La pequeña Sahara permanecía acostada sobre la alfombra de la sala del enorme penthouse que se gastaba su progenitor como casa, se limitaba a pintar sus pequeñas uñas con un gel que le había prestado su madrastra para que pasase el rato.
Su estado era tan soporífero que prefería pasar el día durmiendo, o fingiendo que lo hacía para no tener que verle la cara a la mujer a quien llamaba bruja en su cabeza, y a su nefasto padre. Extrañaba demasiado a su madre y a sus tías Mia y Cyia; pese a que la bruja invitaba a algunos vecinos a jugar con ella, Sahara no deseaba más que estar con Eliot y armar un rompecabezas de mil piesas o hablar sobre ese libro predilecto que compartían en común.
—Buenas, buenas —su padre acababa de llegar, saludó a su mujer con un beso en los labios y caminó hacia su hija—. Pequeña, ¿no estás emocionada porque esta noche vendrá Santa Claus?
Sah frunció el ceño, dejando el barníz de uñas a un lado.
—¿Quién es ese?
La cara de estupefacción que puso su padre fue todo un poema digno de plasmar en papel, o bien un meme perfecto para fotografiar.
—¿Cómo que no sabes?
La pequeña solamente se encogió de hombros, restándole importancia, la verdad su padre le parecía tan desagradable que ni toleraba tener que escucharlo. El hombre compartió una mirada confusa con su mujer, cada día se convencía más de que Arantza era una pésima madre.
—Sahara... —su madrastra se acercó a ella, secando sus manos con un mandril—. ¿No recibes regalos de navidad?
—Ehh, sí.
—¿Y los encuentras bajo el árbol? —inquirió Samuel.
—Ajá.
—¿Y quién los pone ahí?
—Mi verdadera mamá los pone —contestó. Su condición no permitía que demostrase emociones, pero eso no era impedimento para que fuese chocona.
—¿Qué clase de madre arruina la fantasía de Santa Claus a su pequeña hija? —susurró Samuel para sí mismo, negando consecutivamente con la cabeza.
***
Al caer la noche, Sahara se encontraba encerrada en su supuesta habitación, pensando en cosas sin sentido. Su madrastra le había pedido ayuda con las decoraciones navideñas, pero ella se había negado. ¿Cuándo entenderían que ellos le caían mal, y que simplemente quería irse a su casa?
A esa hora, debería estar horneando galletas de canela junto a su mamá abuela, como solía llamar a la señora Gertrudys. O cantando karaokes de villancicos junto a su tía Cyia mientras su madre la carga para colocar la estrella en la punta del árbol.
¿No qué los padres querían lo mejor para sus hijos? Se suponía que así era, y Sahara estaba completamente segura de que lo mejor no era estar encerrada en una habitación, aburrida en plena noche buena.
***
Mia y Eliot se encontraban cenando en casa de la primera, ambos dedicándose miradas significativas y escuchando algún programa de radio.
Aunque prácticamente ya no había nada capaz se impedir su felicidad como pareja, tenían muchas cosas por contarse, pero simplemente no se había dado la ocasión.
Al terminar su cena, los dos se sentaron frente a la chimenea para jugar charadas en compañía de un felino mestizo llamado Vincent, el cual estaba muy pero muy feliz de tener a Eliot de vuelta y, esta vez, para siempre.
—¿Recuerdas cuando jugamos Stop con Laura y Bea? —inquirió Mia, acariciando distraídamente el pelaje de su gato.
—Sí, esa tramposa —siseó Eliot, barajeando las cartas.
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Ambos nos equivocamos
Teen FictionNo existe nada más doloroso que perder al amor de tu vida sin haber tenido la oportunidad de decirle adiós, y no hay nada más egoísta e insano que estar con una persona porque te recuerda a otra que amaste con cada partícula de tu corazón, con cada...