Pasadas las ocho de la mañana, el sol veraniego compartió un porcentaje de su luz para hacer saber a Mia que un nuevo día estaba comenzando. Ella se estiró e hizo una mueca de dolor ante los pequeños espasmos que se manifestaron más abajo de su pelvis.
—Buenos días, el sol te dice hola —emitió Eliot, quien había abierto la ventana—. ¿Sientes dolor?
Mia asintió.
Él le hizo un nudo improvisado a las cortinas para que no se cerraran y se apresuró a agarrar la pastilla que había llevado junto a la bandeja del desayuno y un vaso de agua. La pecosa la bebió y se recostó del espaldar de la cama.
Eliot tomó la bandeja de metal, la colocó en el regaso de su novia y le dio la espalda para adentrarse al cuarto de baño.
—¿Me preparaste el desayuno? —inquirió ella, deteniendo su trayecto.
—Obvio —respondió él. Se giró confuso cuando escuchó la risa de su novia—. ¿Qué?
Ella negó con la cabeza, divertida.
—Es lo más cliché que me ha pasado —se llevó el vaso con zumo de naranja a los labios, aún emitiendo una risilla.
—¿Nunca te habían preparado el desayuno?
—No después de haber hecho... — frunció el ceño—. Tú sabes qué. Bueno, eso es cliché.
—¿Cliché? —se cruzó de brazos.
—Muy cliché —contestó ella, dando una mordida a su pan con mantequilla y queso.
—¿Qué tan cliché?
—Bastante cliché —rió.
Él le dio la espalda para ir a ducharse, con una sonrisa radiante.
Nunca sabes la paz que transmite un árbol hasta que te recuestas de su tronco y te refugias bajo la sombra de sus frondosas ramas y delicadas hojas en plena tarde de Junio.
Los transeúntes escaseaban en el parque por esas fechas, la mayoría estaba disfrutando del sol en las playas, o visitaban a sus familiares en otros estados. Mia y Eliot agradecían eso, así el ambiente pasivo estaba más a su merced.
El castaño estaba recostado del árbol, con las piernas tendidas al frente y la mirada perdida en los árboles que se cernían en el horizonte. La pecosa, estaba cruzada con la cabeza en el regazo del chico, embobada con los ojos cerrados bajo las caricias en el cabello y las melodías de Mozart de fondo, saliendo del celular de Eliot.
Pasados unos cuantos minutos, ella decidió abrir los ojos, literalmente y también un poco en sentido figurado.
Detalló cada milímetro de su barbilla, la manzana de Adán en el centro de su cuello y sus ojos cansados de imaginar un tal vez que nunca existió, pero que su corazón esforzaba tanto en engañar a su mente con que sí fue real, y que podía volver a serlo.
Mia sabía que no había marcha atrás para su enamoramiento, que un dolor inminente quedaría latente en su pecho durante bastante tiempo si decidía arrancar de su alma la farsa en la que estaba viviendo. Porque por más que Pipper fuese una envidiosa, sus palabras cargadas de veneno no eran más que una verdad contada de manera dolida y a la vez cruel.
Ella fingia que ese diálogo había sido encerrado en el cofre de sus recuerdos nimios, pero lo cierto era que cada día recordaba con exactitud la espina que sembró esa confesión dentro de sí. Estaba dispuesta a soportar que él estuviese a su lado por una enfermiza fantasía, pero faltaba completamente a su dignidad saber la verdad y no salir corriendo.
Porque nunca enfrentamos una toma de desiciones realmente difícil hasta que caminamos por el sendero por el que nos guía el destino y nos detenemos pensativos cuando, frente a nosotros, se ciernen dos largos caminos, cada uno con un letrero distinto "Deber" y "Querer". El primer camino nos llevaría a la felicidad en un largo plazo, costará, pero se sabe que para cocechar la belleza magistral de una rosa, primero se debe enfrentar sus espinas. El segundo camino nos llevará a la felicidad en un tiempo más corto, pero cargaremos con las espinas por un largo e indeterminado tiempo, porque lo barato sale caro, siempre.
Mia, la noche del cumpleaños de su amiga, escogió quedarse, dejando atrás toda posibilidad de volver al primer camino. Se quedó, cuando debió salir corriendo y esconderse en el lugar más recóndito del planeta, donde los recuerdos y el dolor de Eliot Marín no le salpicasen.
Costará regresarse con la cabeza agachada y el corazón sangrando entre sus manos, empezando a recorrer el camino del deber porque llegó al final del erróneo, ese en el que le arrebatarían todas las ganas con que comenzó a andarlo. Asumiendo las consecuencias de soñar con ser feliz. Aceptando el jaque del destino. Viendo que era cierto que perdería si escogía el camino más bonito.
No hay peor ciego que el que ya vio, y decide volver a cerrar los ojos, escudándose bajo la belleza de lo irreal.
Prestando mucha atención a los ojos de su novio, giró el rostro para concentrarse en lo que él veía. Y puede que lo haya comprendido casi todo en ese instante.
Personas iban y venían frente a ellos, haciendo diferentes actividades, pero compartiendo una similitud en la mente del castaño. Él miraba a los transeúntes y comensales como si en cada detalle descubriera una nueva pista a cada enigma de la vida, privándose de saber que si la vida no fuese misteriosa, no existiera, no tendría sentido.
Porque esa niña se reía igual que como se reía ella a su edad.
Porque esa mujer se había aplicado el que solía ser su perfume predilecto.
Porque ese hombre había pedido ese sabor de helado.
Porque alguien estaba tarareando esa canción.
O porque el caminar de esa mujer se asemejaba.
Porque cualquier pequeñez que lo hiciera recordar memorias del pasado tenía en su ritmo cardíaco un efecto supremático, acrecentaba su melancolía.
Cada vez el amor propio de Mia iba disminuyendo, sus oídos se ensordecían voluntariamente ante los gritos de su corazón, clamando distancia de la linda mentira convertida en un pozo ennegrecido y aparentemente sin fin.
Pero es que es imposible salvar a quien está empecinado en morir.
La inocencia e inexperiencia romántica de Mia podía más que su inteligencia, ya era demasiado tarde, el ímpetu causado por Eliot Marín la había empujado a vivir bajo la sombra de una difunta.
Y, muy en el fondo, ella quería creer que no sólo a su novio le atraía la similitud de su físico, sino también alguna pequeña parte de su personalidad, de lo que ella era en realidad.
Sus profundos y reflexivos pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de una bolsa al abrirse. Se incorporó sobre el mantel en el que ambos permanecían tendidos y comenzó a comer snacks junto al responsable de su perdición.
Porque eso era Eliot, un cataclismo lento y silencioso que acabaría con su estabilidad mental poco a poco, sin darle chance de pedir ayuda, pues la enamorada asumía las consecuencias de su caos inminente.
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Ambos nos equivocamos
Novela JuvenilNo existe nada más doloroso que perder al amor de tu vida sin haber tenido la oportunidad de decirle adiós, y no hay nada más egoísta e insano que estar con una persona porque te recuerda a otra que amaste con cada partícula de tu corazón, con cada...